Convocatoria 11º Aniversario de Viví Libros – Segunda parte

Trascribimos el resto de las participaciones a continuación. ¡Qué disfruten la lectura!

Cursaba cuarto año de la enseñanza media en un colegio inglés de la ciudad de Buenos Aires cuando encontré dos libros en un armario de objetos perdidos. Olvidados entre pulloveres viejos, alguna toalla y alguna boina yacían Nexus y Sexus de Henry Miller. Si bien era legítimo tomar esos libros allí abandonados, a poco de hojearlos, en el colegio mismo, erotismo y prohibición se ligaron con la lectura clandestina.

Susana Díaz

Tendría unos doce años cuando mi padre me llevó a escuchar una conferencia de Jorge Luis Borges en la Cultural Argentino Germana. Seguí atentamente cómo Borges hablaba de su experiencia en la literatura alemana y cuando
nos acercamos para saludarlo, le pregunté no sé qué cosa sobre Hölderlin, que había leído en un viejo libro de papá que aún conservo. (Por entonces leer en alemán me hacía siempre ingresar a una zona de enigmas, que todavía persiste…). Borges me escuchó pacientemente y me aconsejó leer de por vida, (no solo en alemán) y cuando le contesté que tal vez iría a estudiar Derecho, se sonrió, se hizo un silencio y toda su sabiondez le iluminó la cara. Hay casualidades causales.

Paula Winkler

Yo creía, cuando era adolescente, que lo que nos haría definitivamente coincidir, era leer los mismos libros. Sentía que mis opiniones, mis posiciones, tenían base en las lecturas que hacía, y pensaba que nadie que leyera los mismos textos, podía opinar diferente, necesariamente, por lógica, debía opinar igual, arribar a la misma conclusión.
Colaboraban con esta creencia los catálogos que algunos “grandes” elaboraban bajo títulos como “los cien libros que todo el mundo debería leer”.
Después, aggiorné esta hipótesis y le agregué “en el mismo orden”. Alguien que leyera los mismos libros en idéntica secuencia, debía pensar igual. Tanto me apoyaba en ellos y tanto creía que ellos me producían.
Ahora, producirlos, no significa compartir mi pensamiento. Pero me gustaría que produjeran pensamiento. Somos lo que pensamos, asiente una corriente, a la que adhiero porque no quiero que me defina ninguna otra cosa que yo no determine.

Leda Aurea Garrafa

El 29 de diciembre pasado, día de mi cumpleaños, vienen amigas a casa a saludarme y a pasarla lindo.
Una de ellas, Paola, me regala un libro maravilloso: «Mujeres que corren con los lobos». En el momento de recibirlo me aclara que , seguramente, lo voy a tener a mano siempre para volver a él muuuchas veces.
Y puedo confirmar que así es. Lo abro incluso no sólo para releer todo un capítulo, sino abro en una página cualquiera y lo tomo como un mensaje para mi, como un recuerda que….
Pienso que es un libro que a cada mujer que lo lee la cambia, ya que nada que llega a nuestras vidas sin un motivo.

Norma Barnabe

Una descubridora de Talentos
La consigna es escribir algo divertido acerca de la relación con los libros y no creo que la mía encuadre perfectamente con ese calificativo, yo más bien diría que es una anécdota candorosa.
En mi niñez era una gran lectora, vivía en un pueblo chiquito del interior y, fundamentalmente, compraba casi semanalmente, un libro de la colección “Robin Hood” que vendían en la única librería del pueblo en ese momento.
Un día, en un recreo de la escuela que fue un poco más largo que de costumbre no recuerdo por qué causa, en vez de jugar me fui a la biblioteca de la secretaría del establecimiento y me puse a leer el primer libro que encontré y que, recuerdo, no era de la colección “Robin Hood”.
El libro me atrapó por la historia que contaba y también por la forma en que estaba escrito, ya que según vi, los personajes del cuento eran mostrados como si hablaran, esto es en forma de diálogo.
Nunca había leído una obra de teatro hasta entonces y en ningún grado las maestras nos habían explicado nada, todavía, de ese género literario.
Tampoco había asistido todavía, a ver ningún espectáculo teatral.
La historia me pareció fascinante, el corazón me daba golpecitos de la emoción y día tras día, recreo tras recreo, hasta terminarlo, yo me encerré en la biblioteca a leer ese libro.
Tampoco en esa época les daba yo mucha importancia a los autores aunque me gustaba escribir…
Lo que me hace elegir este acontecimiento como anécdota es que, aparte de estar atrapada por lo que iba leyendo, transitando emociones varias, yo no contaba a nadie del descubrimiento de ese libro y, sentía el orgullo de haber hecho un hallazgo importante.
Algo así como un pescador que saca del mar o del río, un pez increíblemente bello y grande y, sobre todo, esto es lo que quiero subrayar…¡¡desconocido hasta entonces!!
¡¡Yo había descubierto para el mundo una joya de la literatura!! El éxito había sido de mi persona y mi talento para descubrirlo en la biblioteca de la secretaría de la escuela.
Para finalizar este relato, diré que el extraño espécimen de libro se llamaba “Romeo y Julieta” y el autor era un tal William Shakespeare…
No se en qué momento, no puedo ubicarlo, supe que no había sido precisamente yo la que lo había descubierto y, sentí entre un sentimiento de pudor y risa al recordar lo que yo creía era un secreto…entre Shakespeare y yo…y algo así como un descubrimiento para la sociedad…
Hoy soy Directora, docente e investigadora de teatro. ¿Tendrá algo que ver con esto?

Cristina Livigni

Tenia unos 17 años y recorría las librerías de viejo de libros usados de la calle Corrientes buscando oportunidades en las mesas de saldos, Luego de salir del emblemático cine Lorraine y de ver películas como «Hace un año en Marienbad», descubro los tres tomos de «El ser y la nada de Sartre» y los tres tomos de «La critica de la razón pura» de Kant. Recuerdo que los iba a leer al Parque Chacabuco y tanto como con las películas como con los libros le decía a mi novio, no te preocupes, algún día los vamos a entender, lo importante es tratar de ir descubriendo algo. Y ahora que hice la carrera de Psicología en la UBA y la de Bellas Artes, esas películas y esos libros misteriosos al principio, fueron de alguna manera proféticos. Marcaron un camino de descubrimientos que cimentaron y enriquecieron mi vida, y por el cual todavía sigo intentando…

Hilda Catz

Mi relación con los libros está marcada a fuego desde la infancia por las palabras de mi viejo, gallego, trabajador incansable que cuando llegaba a casa me llenaba de mandatos, desde “ no seas burra” hasta “agarrá los libros que no muerden”. ¿Será por amor a él que le hice caso?
Durante mi infancia recuerdo unos libros grandes de tapa de cuero rojo, que estaban en la casa de mi tía Victoria y me los prestaba a cambio de que se los devuelva, cosa que cumplía.
Eran los cuentos de los hermanos Grimm, entre sus páginas, cada tanto había una lámina protegida por un papel manteca, que funcionaba como preámbulo de la fascinación que esos dibujos me causaban. Podía ser princesa o perderme en el bosque. El préstamo duraba una semana y todas las noches me encontraba con ese valioso tesoro que disparaba mi imaginación.
Hoy no soy tan obediente y no devuelvo los libros que me prestan, los colecciono como objetos preciosos que no se comparten. Sigo disfrutando de la calidad de la impresión, el diseño de sus tapas (si son duras, mejor), el tamaño de las letras o el olor del papel. Me acompañan durante el día en mi trabajo, si tengo un rato libre puedo sumergirme en ellos y me esperan a la noche en mi mesa de luz para acompañarme hasta que llega el sueño.
Seguí los consejos de mi padre, soy una lectora curiosa, aunque paradójicamente “el gallego” nunca tuvo libros.

Patricia Vázquez

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