Convocatoria 12º Aniversario de Viví Libros – Tercera Parte

Trascribimos el resto de las participaciones a continuación. ¡Qué disfruten la lectura!

Y vine trasquilada

Era un miércoles como cualquier otro, invierno soleado, en un buenosaires que algunas veces se muestra benigno, sobre todo en los amables barrios porteños. En la sesión de ese día surgió un tema que ha aparecido más de una ve en lo que escribo: le devuelvo la vida a personas que la han perdido, por lo general trágicamente, y yo que me siento bastante estúpida porque no soy lo suficientemente bizarra como para estar a la altura de los tiempos que corren. Le explico a mi terapeuta que en el cuento aparecen unos perros terribles que matan a una criatura y desato algo imprevisible: su cara se va transformando y en su crispación puedo ver dibujado el terror que éstos le producen. Yo intento tranquilizarla diciéndole que seguramente habrá tenido alguna situación traumática, ya que éstos suelen ser criaturas cariñosas y leales. Seguramente usted se ha relacionado con las excepciones que confirman la regla, le digo dudando de mi nula capacidad terapeútica. Ese día la sesión terminó diez minutos antes.

Viviana Manrique, Buenos Aires, Argentina

Sueños de diván

Estaba feliz de haber comenzado análisis, pero esta vez había que enfrentar una situación que sin duda cambiaría la relación entre ambos de modo inexorable. Ella había soñado aquel encuentro sexual con su analista, y si bien en las imágenes no aparecían escenas de sexo explícito, el final del guión onírico se veía coronado por el acolchado del diván lo suficientemente revuelto, como para testimoniar que el encuentro se había dado en el mismísimo consultorio.
Finalizó el relato, y a sus espaldas lo escuchó decir:
-Levántate.
Sobre sus mejillas corrió una especie de hormigueo que no la dejó pensar, y en un segundo, -como ese que describen aquellos que estuvieron al borde de la muerte-, imaginó tanto la posibilidad de tener que terminar su relación como paciente, como la de ser abrazada en señal de aceptación. Temblorosa, se puso de pié, y él le volvió a indicar:
-Observa el diván. Como está el acolchado?
Repentinamente ella comprendió que la imagen que tenía delante, era idéntica a la del sueño; y sin embargo, el desconcierto no la dejó pronunciar palabra.
Lo miró como escrutando algo más, y él agregó:
-Si hubiésemos tenido sexo, ya no tendrías la necesidad de enfrentarte con tu angustia. Pareciera que el diván, no te hace tan feliz. Hasta la próxima sesión.
Y allí ella supo que esa relación había cambiado inexorablemente: de ahora en más, él se convertiría en su analista.

Gabriela Borraccetti, de San Miguel de Tucumán, Argentina

UN ANÁLISIS QUE NO PUDO SER…

Pienso… ¿me creerá alguien que esto que me sucedió con una psicoanalista fue real? Porque si yo no lo hubiera vivido pensaría que quizá resulta un poco exagerado para ser real pero fue así… créanme.
Eran los años de la dictadura…no recuerdo exactamente cuál, pero seguro habíamos llegado ya a los ‘80. Era bastante joven. Había tenido hasta entonces dos análisis en privado y no había tenido inconvenientes en pagar los honorarios que me habían cobrado hasta entonces. En verdad…había estado la ayuda paterna, antes…Pero este era otro período…no hablemos de los años negros…dejemos eso de lado por ahora y centrémonos (les pido que me acompañen en narrarles mi situación de vida) en cómo era la situación del país a nivel económico.
Yo, a esa altura de mi vida, estaba ya jugada del todo por mi vocación teatral y no formaba parte del pequeño círculo de los que, aún jóvenes, ganaban mucho dinero con eso…¡¡No!! Yo era de los pobres con ganas…es más, en esos tiempos me daba cierto orgullo ser una desposeída material, como si eso demostrase mi honestidad y mi ideología. Para mí, allí por los 80, tener guita era haberse ‘ido de mambo’ como dirían los pibes ahora…Estaba orgullosa de mi ‘pobretud’. Y, como no podía vivir del arte, trabajaba para mi sufrimiento en un banco…sólo quien ama el arte puede saber lo que se siente haciendo un trabajo tan disímil a lo que se ama…
El tema era que quería empezar otro análisis y mis ingresos eran muy bajos, De todos modos, mi cabecita seguía respondiendo al imaginario de mis orígenes de clase media acomodada. Y, por lo tanto, ir a un hospital a analizarme no entraba dentro de mis cálculos. No se me ocurría siquiera. Contradictoria la chica…
Tuve un par de entrevistas y vi que no podía pagar los honorarios que me pedían. Así llegué al consultorio de ella. Una analista a la que llamaré la Lic. X.
Me dio un horario para la entrevista. Era verano. Fui. Toqué timbre en el portero, esperé, esperé y no atendió nadie…Horas después la llamé por teléfono …Sentí que esta mujer se amargó mucho al constatar que yo había ido y ella no había estado…no recuerdo los detalles pero sí que quedó claro para ella y para mí que había partido de ella la confusión. “¡Yo estaba en el edifico a esa hora! Estaba en la terraza me dijo con un tono que dejaba traslucir pena por no haber estado. A mí su consternación me compensó la decepción que había sentido al no ser atendida. “No es que no quiso atenderme” me dije con satisfacción. “Se equivocó. Sólo eso” Y apunté el horario para la nueva entrevista. La misma sería a las 8 de la mañana de un día cualquiera, de un día que no recuerdo.
Llegué puntual, como siempre fui en mis análisis, y me abrieron en seguida la puerta de abajo para que pase. Subí al piso indicado y me abrió muy sonriente y amable una persona que, por su actitud, parecía ser la empleada de limpieza de la casa. “Pase señorita” me dijo y me indicó un sillón del living al cual había entrado para que me sentara. “Ya la van a atender” agregó hablando con mucha suavidad, en tono bajo.
Me acomodé en el sillón fantaseando ya cómo sería la entrevista, si esa sería mi analista definitiva…El living estaba bastante a oscuras, no recuerdo si la empleada prendió alguna lámpara pero si lo hizo, daba poca luz porque estaba todo muy en tinieblas… De pronto, empecé a escuchar palabras que se entrecruzaban entre un hombre y una mujer…palabras que no alcanzaba a distinguir…típicas de cuando uno recién se despierta y la voz todavía sale como de ultratumba, desperezándose el alma, voces de personas semi dormidas o semi despiertas… Luego alguien fue al baño y sentí el agua que corría y el sonido típico del cepillo frotando los dientes… Estaba muy sorprendida de que todo esa sonoridad tan común en el despertar de cualquier ser humano o pareja., me fuera ofrecida a mí, candidata a paciente como si nada…
Luego me di cuenta que quien había ido al baño a cepillarse los dientes era la Lic. X porque cerró la puerta del baño y se dirigió hacia el sillón donde yo estaba sentada. Caminó unos pocos pasos lentamente y al advertir mi presencia reaccionó como si hubiese visto al mismísimo diablo o al fantasma de la ópera. Sonrió con una sonrisa forzada, el rostro entero tenso, atravesado por la estupefacción y me dijo “bueeeeenoss díasss” y agregó otra sonrisa forzada , y siguió caminando hacia atrás como si que yo le viera la cola empeoraba algo la cosa. Ahí me di cuenta que ella no sabía que yo estaba en su living presenciando su despertar. Luego escuché su voz irritada como si tratara de hablar sin ser escuchada pero en un tono que se oía, muy a su pesar, pobre Lic. X, perfectamente…. “le dije que haga esperar a los pacientes en el palier” …la crispación de la voz era terrible…el reproche cargado de bronca contenida…Yo no podía reflexionar sobre nada porque iba viendo cómo se desenvolvían las cosas, también atónita…
Vino otra instancia luego, en la que, como intentando recomponerse volvió a salir y me dijo con un tono bastante firme “pase por favor”. Y pasé a su consultorio. Hablamos de las cosas que se hablan en una primera entrevista, supongo, porque sólo recuerdo que , en un momento , cuando me dijo cuánto eran sus honorarios yo salí con mi carnet de pobre a decirle que no creía podría pagarlos. Ella agregó que “por supuesto los honorarios que le digo son al momento actual luego están los ajustes por la inflación”.
Yo, frustrada agregué (admito ahora que con un casi inexistente criterio de realidad),
“Ah ¿subirían después?” Ella poco pudo contener allí un estallido. No me gritó pero…casi ..casi…estuvo al borde de un grito con tensión cargada ya con anterioridad, me miró , me clavó sus ojos y me dijo “¡¡desde yaaaaa” (y estiró un poco la a con énfasis).
Estaba por terminar la entrevista donde yo creo que la conclusión ( si es que puede hablarse de conclusión) era que iba a pensar si podía pagar o no pero era casi imposible de acuerdo a mi magro salario, cuando veo y oigo que el picaporte del consultorio cede. Las dos miramos al unísono a ver quién entraba y apareció en el marco de la puerta, un bebote de alrededor de una año y medio en pijama refregándose los ojos…Ella lo miró , tomó aire , creo que entrecerró los ojos y , con gesto de resignación, lo levantó upa con un gesto de ‘qué culpa tenés vos hijito’. Y así, con el hijito sostenido en el brazo izquierdo me acompaño a la puerta de salida. Puso su mano derecha en el picaporte y ¡¡se quedó con el picaporte en la mano!! Ya, a esa altura, más que sentir estupor, tuve que contener un ataque de risa. Ella volvió a colocar manualmente el picaporte de dónde nunca se debería haber salido y me despidió con una frase que dio cuenta de su honestidad. No recuerdo exactamente las palabras pero me dijo que si ese vínculo (analista-.analizante) no se iba a poder era fundamentalmente por problemas de ella.
Lic .X: si diera la casualidad que usted leyese este microrrelato quiero decirle que me quedó un recuerdo afectuoso suyo y, siendo ya una mujer grande, la super comprendo.
A veces las cosas se nos complican. Es como si se confabularan en contra de uno. Sobre todo cuando somos mujeres. Y por otro lado… que insoportable sería yo intentando que me atiendan en consultorio privado con los magros honorarios que podía pagar.

Cristina Livigni, de Buenos Aires, Argentina

DESDE EL BALCÓN

El hombre se pudrió de que cada dos por tres le dijeran que tenía múltiples personalidades y encaró la puerta del consultorio de su flamante analista, “un tipazo”.
Ya de movida le contó que solía caer en estados de desorientación, aunque él no usaba la palabra caer, más bien solía decirse que entraba en ellos “como por un tubo”.
Transcurridos algunos años de vida bien vivida, tenía muy presente la ocasión que había desencadenado una serie de sucesos “raros como ellos solos”.
Durante la segunda consulta ocurrió “una escena de película”.
Recién se había recostado en el diván cuando reparó en que la ventana estaba abierta. Sin embargo, él recordaba haberla cerrado, porque era una de sus manías y esa tarde noche no había sido la excepción y hasta se le escuchó decir, con un movimiento de la parte aludida, “me juego la cabeza”.
Ahí nomás rumbeó para el lado de la ventana y casi sin querer se asomó al exterior, y al asomarse vio a la multitud que estalló en vítores al verlo aparecer en el balcón, desde donde alcanzó a ver a unos cuantos tipos que se hallaban “con las patas en la fuente”.
Desde esa visita el General no hace más que sonreír y atender asuntos de Estado, que muchas veces lo desorientan por su complejidad y entonces lo obligan a consultar a un gran número de asesores y ministros, entre los que se cuenta su psicoanalista. Y además en otra dependencia del edificio está su esposa, que trabaja como loca y también tiene su carácter, “no vayan a creer”.

Mario Capasso, de Buenos Aires, Argentina

Jaque mate

Jugaba al ajedrez, daba clases y competía. El tablero le permitía al menos saber cuándo empieza y cuando termina una partida, la vida. Esa sesión vino con una remera nueva de Kevingston, la marca de los rudos del rugby. Decía de la muerte y el jaque mate. Que los rusos eran expertos en estrategia, pero que muchos sucumbieron y desaparecieron ante el avance de los nazis en la segunda guerra, pero así ganaron la guerra. Pero escuchando sus avatares sobre la muerte y la estepa rusa, defendiendo a ultranza un juego defensivo en su obsesión: se durmió, o algo parecido. Comencé a escuchar un suspiro de ronquido, y quede atónito. No se durmió en silencio, de repente calló. ¿Qué hago? ¿Lo despierto? ¿Tendrá que hablar o soñar? Fueron varios minutos pesados, observando su rostro rígido con la boca semi abierta, cada tanto un timbre agitado. Desde el sillón observaba su cuerpo relajado en el diván. De pronto comenzó a hablar y continuar con su discurso como si nada hubiera pasado. Me dijo de una palabra en ruso -intraducible- que signaba la caída de los cuerpos como chupados por la nieve (sabía ruso). No anoté la palabra o perdí mi apunte. Seguí escuchándolo. Me preguntaba: ¿tendrá sentido que le diga que se durmió o algo así? Quedé como hipnotizado, sin saber qué hacer, sin conjeturar de lo que se trató en esos minutos, no de silencio. Esa desaparición abrupta y su retorno, esa ausencia misteriosa entre el juego del ajedrez, los rusos y la muerte.

Alexander Luro, de Buenos Aires, Argentina

El Reencuentro

El día estaba frío, gris y además llovía torrencialmente. Ximena miraba su agenda, jueves a las seis de la tarde con el analista. Observaba la página de la agenda pero con una sonrisa que hacía mucho tiempo no tenía. ¿Que le había ocurrido a Ximena? Estaba radiante, feliz se sentía renacer. ¿Por qué? Facebook le había dado una oportunidad que ella no imaginaba ni esperaba. A Ximena le gustaba hablar sola, era una costumbre en ella, como si le hablara a alguién y en esa habitual conducta, ella decía: hoy le voy a decir al analista, lo voy a sorprender con algo nuevo, no se lo imagina. Una solicitud de amistad le había llegado, y al leer el nombre, mil imágenes navegaron en su mente, era él, su adorable e inolvidable amor de la adolescencia, ese amor que nunca se olvida, pero que ella lo tenía siempre en su mente. Cuando escuchaba a alguien decir Joaquín, a ella se le venía a su mente la cara de él, era automático. En el par de horas que habían pasado, en ese lapso de tiempo había soñado revivir ese amor, aunque ahora tenían treinta años más de aquella época que tanto la había marcado.
Él le escribió un mensaje privado, saludándola y preguntándole por su vida, qué había hecho.
Ella ya imaginaba que estaría casado con hijos y muy feliz, pero ella sola, sin hijos y divorciada. Al llegar al consultorio, el analista le había dejado un mensaje con la recepcionista que tuvo una emergencia y no podía darle la consulta pero si deseaba como forma de disculpa, que hablara con un colega de él que iba a empezar a compartir el consultorio y no tendría costo. Ximena estaba tan feliz que dijo: sí, por qué no? La recepcionista le dió algunas indicaciones, porque el colega de su analista tenía un estilo muy particular. El paciente no debía ver al analista hasta el final de la sesión, por lo tanto había un biombo tallado en madera muy hermoso que separaba a ambos. Ximena le pareció divertido y diferente de lo que ella conocía. Entró al consultorio tímidamente, se recostó en el diván y empezó hablar como lo hacía siempre de como se sentía, lo que le había ocurrido ese día tan especial, y así hablaba y hablaba muy entusiasmada, cuando una voz muy varonil le pregunta si estaba feliz por el reencuentro o porque revivía un pasado lejano al que no se podía volver. Ella hizo un silencio, y afirmó ambas cosas, están unidas para mí, el amor es algo único y se vive a la manera de cada uno.
Al finalizar la sesión, el biombo cálido en madera con perfectos tallados a mano se corrió y Ximena quedó pálida y sin habla. Se miraron por segundos que parecían eternos, eres tú ? Joaquín? pensaba ella sin decir palabra. Él sonriendo, no podía creer lo que estaba pasando, nunca le había ocurrido algo así. Discúlpame, le exclamó, yo no sabía y cómo podía imaginar, no acostumbro preguntar el nombre del paciente porque no quiero crear vínculos, lo hago todo muy profesional. Ella lo escuchaba y la verguenza la invadía, no hablaba, solo lo miraba. Ya no eran los jóvenes de aquel entonces, ella con sus casi cincuenta años, tomó su cartera y le dijo: gracias por la sesión, por un momento me hizo recordar a alguien y cerrando la puerta, pensaba, ya no necesito más terapia.

Silvia Angel Fernández Negri, Uruguay

Hospital Alvear de mañana. Posgrado Patologías Límites. En la sala de conferencias el profesor da clase y comenta un caso clinico. Sorpresivamente entra una paciente seguida por la enfermera. SILENCIO ABSOLUTO. “Ud. miente Señor.” “Qué dice por qué habla así?” El profesor le explica que es una clase. Ve allí a los alumnos. La paciente llora y se disculpa. La enfermera la conduce a la salida… Suena el despertador y me despierto.

Norma Daglio, de Francisco Álvarez, de la Provincia de Buenos Aires

El abrazo

Echada boca arriba estaba recordando, una vez más, esa experiencia horrorosa que me cambió la vida y me marcó con una cicatriz en medio de la frente. De pronto, sentí que sus cuatro extremidades se alargaban hasta alcanzar mi cuerpo y abrazarlo con fuerza. Luego del estupor ante ese abrazo de árbol ramoso, me di cuenta de que ambos estábamos flotando, él aferrado a mí, yo tendida sobre su cuerpo. Varias veces nos elevamos del piso al tumbado y caímos del tumbado al piso. Al principio tuve miedo, pero ese sube y baja llevada por él, transformó mi temor en placer. Giré mi cuerpo y me coloqué boca abajo para sentir su piel cerca a mi cara. Ese fue mi error. El desenfreno se apoderó de él, soltó mi cuerpo y lo arrojó contra el tumbado en medio del cual se balanceaba una lámpara de cristal cortado. Caí al piso gritando de dolor y espanto al darme cuenta de que la cicatriz se había abierto y mi sangre embadurnaba mi cara y mis cabellos. Cuando me calmé lo busqué para recriminarle por lo que me había hecho. Estaba quieto cerca de la ventana del consultorio de mi psiquiatra y su apariencia era la de siempre, un cómodo diván forrado en cuero negro.

Aguzalina, de La Paz, Bolivia

El piso de arriba tenía una pérdida de agua. Esa mañana le abrí la puerta al próximo paciente, a pesar de que estaba muy preocupada por cómo se venía incrementando la humedad en las paredes. El paciente se sentó y comenzó su relato… y entonces empecé a ver, justo encima de su cabeza un globito de pintura que lleno del líquido elemento aumentaba y aumentaba su tamaño. No me podía concentrar, ¿en qué terminaría ese globo?, ¿le reventaría encima llenándolo de agua? De pronto y casi imperceptible, se pinchó y un reguero transparente hizo un surco en la pared. Suspiré aliviada y el paciente nunca se enteró…

Analista aliviada, de San Justo, Buenos Aires, Argentina

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