E-mailiando con… Jorge Baños Orellana – Segunda Parte

Continuamos con la Segunda Parte del E-mailiando con… Jorge Baños Orellana, que estuvo a cargo de Viviana Rosenzwit.

Invierto la pregunta: ¿influye, en su práctica clínica, el estilo literario de un escritor que practica psicoanálisis?

Es probable, pero nuevamente hay que demostrarlo en cada caso. Además, no hay que dejar de considerar que los no-escritores que practican psicoanálisis no están libres de «tener un estilo», en el sentido de que todo analista tiene ciertas preferencias temáticas, retóricas y enunciaticas que podrían o no pasar a análisis a su cargo.

Hechas estas salvedades, voy a lo que su pregunta alojaría de más incómodo, a la cuestión de si los analizantes de los analistas escritores acaban convertidos en personajes de su novelística, o si los analizantes de los analistas no-escritores acaban convertidos en personajes de ciertos mapas de identificaciones yoicas nunca publicados pero no por eso menos alienantes.

A mi entender, cuando el análisis del analizante es una «novela» del analista o, peor, cuando el fin de análisis del primero equivale a su entrada en el universo fantasmático del segundo, sólo se puede decir que la dirección de ese análisis perdió el rumbo. Al respecto, Didier Anzieu señaló numerosos paralelismos, casi una metapsicosis, entre las vidas de Beckett y de su analista Bion; yo no le veo la gracia.

Afortunadamente, las últimas biografías de Beckett y recientes resultados de los estudios de genética textual de su obra llevan a conclusiones muy descorazonadoras para los admiradores de Anzieu.

Retomando su decir sobre el «escapar de la fascinación», me gustaría preguntarle sobre la cuestión de la lectura para los psicoanalistas. ¿Cree que algo de esta fascinación se pone juego cuando la lectura se encuentra casi exclusivamente dirigida a los «maestros» del psicoanálisis? ¿Por qué, en general, los psicoanalistas se leen tan poco entre sus pares?

¡Es difícil saber lo que se lee y no se lee! La complicación está en que lo que efectivamente se lee se encontraría bastante lejos de lo que se admite públicamente que se lee. Quiero decir que si medimos lo que se lee por el dato de lo que se cita, es indudable que «en general» como usted bien dice las citas bibliográficas muestran un favoritismo por maestros consagrados y por ciertos colegas extranjeros que contrasta antipáticamente con la mezquina referencia a los textos de nuestros pares locales. Ahora bien, las listas bibliográficas colocadas al final de artículos y libros son un observatorio de visión estrecha; permiten estudiar qué es declarable de lo que se lee, lo cual no es poco, pero sería imprudente preguntarles mucho más. Y es que la bibliografía declarada no siempre es completamente veraz.

Tomemos el caso de cuando se cita a Freud. ¿Acaso la presencia de Freud en la lista de referencias de un artículo es prueba inequívoca de que el autor de ese artículo encontró el fragmento citado como resultado directo de su lectura personal de las Obras Completas de Freud? A veces sí; pero no vamos a encubrir el hecho de que, en muchas ocasiones, esa anotación es simulacro de originalidad. Sobran ejemplos en los que es patente que tales recortes y subrayados de Freud reproducen, de una manera que jamás podría atribuirse a la casualidad, los recortes y subrayados de las lecturas de Freud hecha por alguno de los maestros…

A veces se cita a Freud porque antes se leyó esa cita de Freud en Lacan. O se cita a Lacan porque antes se leyó a ese Lacan en Miller, en Melman o cualquier otro comentarista de primera magnitud. A su vez, puede que se cite a Miller porque se leyó a ese Miller en Laurent, Aramburu, Indart, etc. o incluso en algún colega apenas conocido. Tengo la impresión de que, con las variaciones del caso, este plagio de lecturas para el encumbramiento del que cita está muy bien representado en publicaciones de todas las corrientes, y desde luego no es un delito exclusivo de los analistas. Como sea, la verdadera fuente bibliográfica, lo que efectivamente se lee, queda elidido de la lista con el propósito de ocultar que no hubo lectura de primera sino de segunda o tercera mano.

Le confesaré un pecado de voluntarismo que cometo seguido, aunque con la tranquilidad de que no soy, al menos en esto, el mayor de los pecadores. Es el de la torpeza de precipitarme a reconocer como aporte original algo escrito por algún colega joven o poco nombrado para descubrir luego, con vergüenza y rencor, que eso que exhibían como propio no era sino una ficha sacada de algún maestro, alguna cosita tomada sin declararlo de algún seminario o artículo que uno había olvidado o simplemente desconocía. No es, entonces, siempre el caso del maestro omnipresente y aplastante, también están los casos de maestros usurpados, como si lo de ellos no fuera de alguien sino de la Verdad que habla.

Es indiscutible que se cita sobreabundantemente a unos pocos autores consagrados, ¿pero por qué? A mi entender, debido a tres razones de desigual importancia. Creo que sólo en un pequeño sector eso se hace exclusivamente por fascinación, que hay otro algo mayor que lo hace, en cambio, principalmente por las dudas (se usan las grandes firmas como garantes y guardaespaldas de la propia palabra), y que está la mayoría que lo hace por el honesto reconocimiento de que hay ciertos autores superiores a otros porque una cosa es que se haga lo máximo para que haya igualdad de oportunidades, para que todos tengamos la misma chance de publicar y ser citados cuando escribimos trabajos de parecida calidad, y otra muy distinta es cerrar los ojos, en nombre de ingenierías del lazo social, y pretender hacer pasar lo bueno y lo malo por lo mismo. Nos guste o no, el psicoanálisis dio y sigue dando lugar a nombres cuya producción se coloca muy por encima del resto de nosotros, y cuando se las reconoce allí arriba es muy justificadamente. La palabra «maestro» no siempre debe ir encerrada en comillas irónicas.

Por último, una investigación de las lecturas debería también morderse las uñas ante el problema de la autocensura política. Es evidente que sobre buena parte de lo escrito por los analistas se hace sentir una severa disciplina militante que prohíbe citar autores de escuelas rivales. Ahora bien, ¿eso significa que lo publicado por los rivales tampoco se lee? Yo creo y espero que no.

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