Microrrelatos Crónicas de viajes Sexta parte

Compartimos una nueva tanda de Microrrelatos que llegaron a la Convocatoria Aniversario de Viví Libros 2018!

El día que pisé el suelo cuyo pueblo originario fueron los Mayas, descubrí que México es mágico…
Podemos encontrar en la concepción artística, matemática y cosmogónica del lugar, una suma de valores que son independientes del tiempo y que a su vez pueden ser encontrados aquí y ahora dentro del hombre mismo. Esto abarca el conocimiento y destino del ser humano, de sus íntimos porqués como individuos y como especies.
Como expresión de este lenguaje vertical universal, se alza en medio CHICHEN-ITZÁ la llamada pirámide de Kukulkan, cuyo nombre significa serpiente emplumada o pájaro serpiente, que no es otro que el QUETZACOATL entre los aztecas. Tiene 576 metros cuadrados y 24 metro de altura. Posee cuatro laterales y en cada cara presenta una escalinata que consta de 91 escalones que agregados a un escalón que se encuentra en la parte superior suman 365 ó sea, los 365 días del año.
Me encontré que a medida que subía a la cima de ese precioso y ancestral monumento, sentía que el aire se enrarecía y comencé a tener experiencias muy extrañas, como si una especie de neblina me envolviera y una sensación de vértigo, como cuando uno va en esos ascensores súper sónicos que suben tan rápido, que parecieran que el cuerpo se disociara y una parte sube estrepitosamente y la otra queda abajo como si ya no nos perteneciera mas. casi una teletransportación… Me sentí muy confundida y casi a punto de desmayarme y perder el conocimiento. Fue un flash tan rápido e inexplicable que parecía una especie de deja-vú…
¿Qué fue lo ocurrido? no me dejaba duda alguna que tal vez en otra vida haya estado en ese mismo lugar. La divina presencia que está encerrada dentro de cada uno de nosotros, dormida, pero que puede ser despertada por un verdadero trabajo de iniciación. Los antiguos habitantes de las tierras de América, nos dieron un legado invalorable: enseñanzas cósmicas y transcendentes que palpitan en todo el universo. Y nuestra misión es tratar de develarlas para acceder a nuestra propia evolución como transeúntes de este sistema planetario.

Norma Isabella Bruno
Corrientes Capital, Argentina

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VISUALIZAR

El avión había despegado hacía dos horas de Buenos Aires y yo ya estaba podrido de ver la pantalla que tenía frente al respaldo del asiento delantero.
Y me puse a pensar en mi vida, porque también estaba aburrido de ella. Y traté de visualizar –como opinan en el Yoga, aunque yo jamás había practicado esta disciplina– una existencia distinta.
Me concentré en mis amigos para ver si podía tomar algún ejemplo. Pero sus vidas no ofrecían nada original, eran tan patéticamente insípidas como la mía.
Entonces, por el momento, razoné con amargura que no tenía ningún futuro que visualizar.
Observé nuevamente la pantalla y su reloj marcaba dos horas menos que cuando partimos del aeropuerto. ¿Qué estaba ocurriendo? Se me dio por suponer que se trataba de una disrupción del tiempo. O tal vez, con mayor precisión, en un salto temporal hacia el pasado.
Aunque no conocía a ningún pasajero porque viajaba solo, comencé a notar que eran distintos a los que recordaba borrosamente. Sí, exhibían rasgos más toscos.
De pronto, no estaban vestidos y un desmesurado pelaje cubría sus cuerpos.
Y ahora no permanecía en un avión sino que me escondía en una cueva subterránea. Yo también me hallaba cubierto de pelos y blandía como los demás pasajeros un garrote en la mano. Evidentemente pronto se produciría un enfrentamiento con una horda enemiga.
Además, estaba olvidándome de quién era yo, de todo mi pasado.
El avión aterrizó de emergencia en el aeropuerto de San Pablo. Un pasajero había sufrido un ACV.

Germán Cáceres
Ciudad de Buenos Aires, Argentina

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Por qué no me bajé en estación Botafogo

No me bajé por ese temita del botón del jean. Sucede que me ajustaba entonces me hizo un huequito debajo del pupo. Y por hurgarme el ombligo es que me pasé de estación y se subió él.
Tic tac tic tac. Se parece a Panzu. Tic tac tic tac. La siguiente estación es en un barrio re feo (novoyadecirfavelaporquequedamal)
TIc tac tic tac. Hicimos contacto visual y se me sentó al lado.
O sea. Hay una en mil posibilidades de conseguir lugar para ir sentado en el metro y se acaban de dar dos: que yo me siente y que él lo haga.
Y ahí pienso, si no se hubiese dado la primera (que yo pudiera sentarme y de esa manera molestarme el botón del jean, hurgarme, pasarme, ver al clon de Panzu) yo no hubiese sido testigo de la segunda.
Creo que a esto debo contárselo pero lo medito y empiezo a fantasear con él. Le miro la pelusa del cuello, bajo por el hombro, usa camisa de rayas finitas, bajo por el brazo (debe tener un pez koi tatuado. ESE BRAZO ESCONDE UN PEZ KOI TATUADO, APUESTO MI SUELDO QUE ASÍ ES) continuo y veo que en la mano tiene ese aparatejo que es para hacer gimnasia de manos. Aprieta suelta, aprieta, suelta. Cambia de mano, aprieta, suelta, aprieta suelta y se mira el músculo y se lo toca y no sólo lo mira y se lo toca si no que me mira a mí y ahí en ese exacto momento me paro y me bajo en el morro. Cualquier cosa antes que un hombre que hace gimnasia de manos.

María Mercado
Paraná, Entre Ríos, Argentina

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Velatorio

Épocas de remisero, 24 de diciembre del 2000, estaba trabajando en la agencia de remis «Stylo», de Mitre al 1800 en Castelar y cerca de las 10:00 horas me sale un viaje a Olivos.
Desde Quintana al 700 de Castelar hasta una casa velatoria en la localidad de San Isidro, la misma se encontraba sobre la calle Libertador, y teníamos que llegar a las 11:00, horario en que el cortejo fúnebre salía para el cementerio.
A pesar que la avenida Gral Paz estaba muy cargada de tránsito, llegamos a las 10:55, momento en que un cortejo se retiraba de la casa velatoria. El muchacho me dice:- Justo, llegamos justo.Sigámoslo que van al cementerio de Olivos. Dejamos que el cortejo avanzara y nos colocamos en el medio del pelotón del resto de autos particulares que acompañaban al difunto.
Tomamos varias calles hasta llegar a Panamericana y recorrimos un buen trecho de unos 10 minutos hasta doblar por la calle Dehesa que desembocaba a la entrada del cementerio.
Llegamos, estacionamos el auto y descendimos para acompañar a los familiares del muerto, yo fui a pedido expreso de mi cliente que me dijo:-No me acompañas, que de todos los que vi no conozco a nadie. Lo acompañé, recorrimos varios metros detrás del cajón caminando entre mucha gente, yo seguía los pasos de mi ocasional pasajero que en un momento se detiene, me mira y me dice:-No es este el muerto que tengo que despedir, no hay ningún conocido, ni ningún familiar. Nos dimos media vuelta lo mas discretamente posible y volvimos a la casa fúnebre donde todavía nos estaba esperando el original.

Carlos Aroldo Pereyra
Morón, Gran Buenos Aires, Argentina

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Confesiones en la lluvia

Cuando salimos todavía había sol pero el cielo gris que se veía en algunos sectores, presagiaba tormenta.
No obstante, dejamos el auto y aprovechamos a caminar por el centro de Comodoro Rivadavia rumbo a un lugar recomendado para cenar.
Veíamos gente en remera, otros con alguna campera liviana y otros más precavidos con ropa de lluvia. Ya habíamos hecho cinco cuadras pero no volvimos, el cielo cada vez más cargado. Pensamos que podría ser una nube pasajera o que el viento característico de la zona iba a limpiarlo hasta ver las estrellas de noche.
El restaurante era un clásico de más de veinticinco años, atención cordial y carta extensa. Claudia tomó el pedido y mientras esperábamos comenzó a llover. Cada vez más fuerte. La gente de la calle se guarecía en el hall y los que habían terminado no querían salir esperando que la lluvia cesara.
Mientras tanto nosotros comentábamos las notas salientes del viaje que hasta acá estábamos haciendo, recordando lugares, disfrutando las anécdotas cuando, sin aviso previo, empezamos a ver un revuelo importante en la cocina: el agua estaba saliendo desde las rejillas invadiendo el salón comedor. En pocos minutos el agua cubrió todo el piso del local.
En la calle la situación era aún más preocupante. La vereda ya no se veía y un agua de color marrón corría a gran velocidad por la calle. El dueño del local reconoció no haber vivido nunca antes una situación así. Estábamos siendo testigos de un alud.
A esa altura, ya nadie quedaba sentado en sus sillas y la pregunta inquietante del momento era cómo volvíamos al hotel. Ahí aparece nuevamente Claudia que al ver nuestras caras de preocupación nos ofrece llevarnos, a lo cual accedimos rápidamente.
Mientras nos llevaba y después de los consabidos agradecimientos le preguntamos qué era de su vida ahí y nos cuenta en cinco minutos la historia de su vida reciente. Estaba trabajando ahí hacía unos meses por la ayuda de su cuñado si bien su intención hubiera sido cortar lazos con toda su vida previa. Su amor de cuatro años de casada y una nena ahora a su cargo, la había dejado por otra mujer. Su dolor y su necesidad de hablar eran tan intensos que no sabíamos cómo consolarla. Sus recuerdos aparecían en tiempo presente y su vida estaba anclada en el pasado como tratando de recuperar pequeños momentos, trozos de aquellos días, angustias vividas y promesas incumplidas.
De pronto, llegamos a nuestro destino. La saludamos con mucho agradecimiento y afecto y ella se despidió diciendo “pero yo lo perdono y lo sigo esperando.”

Jorge Malinverni
Florida, Buenos Aires, Argentina

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