Microrrelatos ¡Ya somos grandes! Primera parte

Compartimos los primeros Microrrelatos bajo la consigna ¡Ya somos grandes! que llegaron a la Convocatoria Aniversario de Viví Libros 2019!

Si quieren consultar las bases, vean este link: https://vivilibros.com/convocatoria-18-aniversario-vivi-libros/

Pasaje

Gracia era una de esas jóvenes rebeldes en busca de una causa, de las que había muchas por esa época. Tenía 16 años cuando se enamoró perdidamente de un muchacho de su edad; juntos, exploraron por primera vez los territorios más recónditos del amor y el deseo. Todo ocurrió de manera tan espontánea, novedosa y liberadora (¡ningún dolor!) que creyó sinceramente que la represión sexual simbolizaba la sujeción de los jóvenes –los oprimidos–- por parte de los mayores, –los reaccionarios del momento histórico–. Demás está decir que aprendió casi de memoria ese librito de W. Reich, La lucha sexual de los jóvenes, que era una posesión tan rara y preciada por aquel entonces que desaparecía de todas partes, y se lo recitó a sus padres, quienes quedaron estupefactos. Sabía muchas cosas, creía la pobre. Dos años más tarde, viajó con otro muchacho, con el que andaba en ese tiempo. Una noche, fue tomada por un extraño placer, muy extraño, de resultas de lo cual le brotó un llanto inexplicable. Viajaban con un grupo de compañeros de la Universidad entre los que me encontraba. Cuando escuchamos el llanto, sometimos a nuestro compañero a toda clase de interrogatorios; él estaba muy asustado e intentaba consolarla, decía que nada inusual había sucedido y lo mismo repetía ella. Las mujeres decidimos apartarla del supuesto mal hombre y a ella no le quedó más remedio que acceder para callarnos, según me dijo allí mismo. Nada sirvió, lloró hasta quedar dormida. Después me lo confesó: lo había entendido, era eso; ahora sabía que, cuando el abismo se abre, es posible flotar en el abrazo del hombre amado.

M.H.

Lima, Perú

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Un fracaso “educativo”

Yo era pequeña y muy traviesa.

Me la pasaba jugando e inventando cosas.

Según mi maestra yo me portaba “mal”.

Entonces me reprendía dejándome sin recreo y obligada a hacer las cuentas que ella, muy prolijamente, escribía en el pizarrón.

¡Que extraños y grandes parecían esos números! ¡Qué difícil su solución! ¡Qué enorme y negro el pizarrón! Por la ventana del aula mis compañeras jugaban conmigo a escondidas y el deber quedaba siempre sin hacer.

Hoy ya “soy grande”.

El pizarrón se “achicó” y las “cuentas” ya no me parecen tan difíciles.

¡Y por supuesto! que el asombro y las ganas de jugar y mucha de aquella sensación que de pequeña me convocara, a pesar de los ingentes esfuerzos de aquella maestra, en mi interior sigue intacta.

Lili Fernández

San Justo, Buenos Aires, Argentina

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Malvinas

“Quiero ser grande” me dijo, cuando se fue aquella tarde.

Y fue grande.

Pero no volvió nunca más.

Lili Fernández

San Justo, Buenos Aires, Argentina

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Del tiempo e´ ñaupa

Cuando yo era adolescente, allá lejos y hace tiempo, no nos dejaban usar “tacos” hasta que no cumpliéramos los quince. Tampoco nos dejaban “pintarnos”. ¡Y menos que menos depilarnos las piernas!

Mis primeros “tacos” los tuve a los catorce ¡Uds. vieran que hermosas me parecían mis piernas subidas a esos apenas cinco centímetros!

Aprendí a pintarme con las pinturas que me “prestaban” mis compañeras más grandes y a escondidas de mis padres.

Y un día, bañándome, tomé la maquinita de afeitar de mi viejo ¡y ajusticie todos los pelos que me molestaban!

Así fue como me recibí de “grande”.

Lili Fernández

San Justo, Buenos Aires, Argentina

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SER UN POTUS

La gran tentación de todo cuarentón divorciado es tener un romance con una chica que tenga entre 22 y 26 años de edad. Ese “volver a los 17” como diría Violeta Parra, marcha sobre rieles hasta que ella le dice que él es el hombre de su vida seis días a la semana, porque los viernes… “¡ella se va a bailar sola con sus amigas!”. Eso alguna vez me pasó a mí.

“¿Por qué a bailar?¿ no pueden ir a cenar, al cine, al teatro, a un recital, a una exposición de arte?” se pregunta el atribulado caballero (yo), y rápidamente él (yo) le describe algo obvio: que en los boliches van los tipos a levantarse minas y que estando bebidos o tal vez “fumados” es absolutamente probable que uno o más de uno se le tire un lance a la chica de manera obscena o agresiva.

Pero ella lo mira como si él le hablara del sexo de los ángeles.

El varón (yo) entra en pánico y lejos de apelar a la experiencia, que siempre nos enseña que el agua del río no se detiene aunque le metamos nuestro pie, enfrenta el discurso de la jovencita con planteos sobre la Ética totalmente inútiles, ya que esa decisión ella se la ha planteado como algo instituido, igual que los viajes de egresados de estudiantes, el show de streappers en las despedidas de solteras, la ingestión de pizza después de ver una película en un cine y la jura de la bandera cada 20 de junio.

Pensando que su razonamiento está obnubilado por la edad, consulta a los machos más jóvenes de la especie, y descubre en ellos los mismos ataques de celos o incomodidad ante esta costumbre de las minas, que parece atacarlas a los 16 y les dura hasta cerca de los 50.

Ellas aseguran no hacerlo con la intención de “transarse” otro flaco, sino para divertirse. Si van solas, afirman, pueden bailar más sueltas y hasta hacerse las payasas, “bardear” a todo el mundo, beber de más, y sentir la libertad de acceder a cierta cuota de descontrol que con el novio presente sería imposible.

Incluso varias chicas confiesan “producirse más” y ponerse “más provocativas” cuando van solas a las “disco”, total, si algún chico se les viene encima le dicen que tienen novio y listo. Aunque claro, si el pibe está bueno, a lo mejor danzan un poco y algún piquito le dan.

Novios atormentados, con la excusa de que pasaban por casualidad, se aparecen de golpe en el boliche a la tres de la mañana, para ver qué están haciendo sus novias, pero este tipo de actitudes o intentar que ellas corten estas salidas puede significar el fin de la pareja.

Allí es cuando el varón comprende (yo) que la mujer copió de él sus dos grandes defectos milenarios: inmadurez y egocentrismo. Y ante la brutalidad de presenciar su propia imagen interior reflejada duramente en el espejo de la histeria femenina, no le queda otra opción que ser un potus. Ni estar a favor ni oponerse, ser un potus, inmóvil, mudo, y esperar que a ella se le pase. Y si la chica cumplió los 30 y no crece, al menos, rogar que lo riegue un poco todas las mañanas.

Luis Buero          

Ciudad de Buenos Aires, Argentina

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