E-mailiando con…

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E-mailiando con… Jorge Baños Orellana – Segunda Parte

Continuamos con la Segunda Parte del E-mailiando con… Jorge Baños Orellana, que estuvo a cargo de Viviana Rosenzwit.

Invierto la pregunta: ¿influye, en su práctica clínica, el estilo literario de un escritor que practica psicoanálisis?

Es probable, pero nuevamente hay que demostrarlo en cada caso. Además, no hay que dejar de considerar que los no-escritores que practican psicoanálisis no están libres de «tener un estilo», en el sentido de que todo analista tiene ciertas preferencias temáticas, retóricas y enunciaticas que podrían o no pasar a análisis a su cargo.

Hechas estas salvedades, voy a lo que su pregunta alojaría de más incómodo, a la cuestión de si los analizantes de los analistas escritores acaban convertidos en personajes de su novelística, o si los analizantes de los analistas no-escritores acaban convertidos en personajes de ciertos mapas de identificaciones yoicas nunca publicados pero no por eso menos alienantes.

A mi entender, cuando el análisis del analizante es una «novela» del analista o, peor, cuando el fin de análisis del primero equivale a su entrada en el universo fantasmático del segundo, sólo se puede decir que la dirección de ese análisis perdió el rumbo. Al respecto, Didier Anzieu señaló numerosos paralelismos, casi una metapsicosis, entre las vidas de Beckett y de su analista Bion; yo no le veo la gracia.

Afortunadamente, las últimas biografías de Beckett y recientes resultados de los estudios de genética textual de su obra llevan a conclusiones muy descorazonadoras para los admiradores de Anzieu.

Retomando su decir sobre el «escapar de la fascinación», me gustaría preguntarle sobre la cuestión de la lectura para los psicoanalistas. ¿Cree que algo de esta fascinación se pone juego cuando la lectura se encuentra casi exclusivamente dirigida a los «maestros» del psicoanálisis? ¿Por qué, en general, los psicoanalistas se leen tan poco entre sus pares?

¡Es difícil saber lo que se lee y no se lee! La complicación está en que lo que efectivamente se lee se encontraría bastante lejos de lo que se admite públicamente que se lee. Quiero decir que si medimos lo que se lee por el dato de lo que se cita, es indudable que «en general» como usted bien dice las citas bibliográficas muestran un favoritismo por maestros consagrados y por ciertos colegas extranjeros que contrasta antipáticamente con la mezquina referencia a los textos de nuestros pares locales. Ahora bien, las listas bibliográficas colocadas al final de artículos y libros son un observatorio de visión estrecha; permiten estudiar qué es declarable de lo que se lee, lo cual no es poco, pero sería imprudente preguntarles mucho más. Y es que la bibliografía declarada no siempre es completamente veraz.

Tomemos el caso de cuando se cita a Freud. ¿Acaso la presencia de Freud en la lista de referencias de un artículo es prueba inequívoca de que el autor de ese artículo encontró el fragmento citado como resultado directo de su lectura personal de las Obras Completas de Freud? A veces sí; pero no vamos a encubrir el hecho de que, en muchas ocasiones, esa anotación es simulacro de originalidad. Sobran ejemplos en los que es patente que tales recortes y subrayados de Freud reproducen, de una manera que jamás podría atribuirse a la casualidad, los recortes y subrayados de las lecturas de Freud hecha por alguno de los maestros…

A veces se cita a Freud porque antes se leyó esa cita de Freud en Lacan. O se cita a Lacan porque antes se leyó a ese Lacan en Miller, en Melman o cualquier otro comentarista de primera magnitud. A su vez, puede que se cite a Miller porque se leyó a ese Miller en Laurent, Aramburu, Indart, etc. o incluso en algún colega apenas conocido. Tengo la impresión de que, con las variaciones del caso, este plagio de lecturas para el encumbramiento del que cita está muy bien representado en publicaciones de todas las corrientes, y desde luego no es un delito exclusivo de los analistas. Como sea, la verdadera fuente bibliográfica, lo que efectivamente se lee, queda elidido de la lista con el propósito de ocultar que no hubo lectura de primera sino de segunda o tercera mano.

Le confesaré un pecado de voluntarismo que cometo seguido, aunque con la tranquilidad de que no soy, al menos en esto, el mayor de los pecadores. Es el de la torpeza de precipitarme a reconocer como aporte original algo escrito por algún colega joven o poco nombrado para descubrir luego, con vergüenza y rencor, que eso que exhibían como propio no era sino una ficha sacada de algún maestro, alguna cosita tomada sin declararlo de algún seminario o artículo que uno había olvidado o simplemente desconocía. No es, entonces, siempre el caso del maestro omnipresente y aplastante, también están los casos de maestros usurpados, como si lo de ellos no fuera de alguien sino de la Verdad que habla.

Es indiscutible que se cita sobreabundantemente a unos pocos autores consagrados, ¿pero por qué? A mi entender, debido a tres razones de desigual importancia. Creo que sólo en un pequeño sector eso se hace exclusivamente por fascinación, que hay otro algo mayor que lo hace, en cambio, principalmente por las dudas (se usan las grandes firmas como garantes y guardaespaldas de la propia palabra), y que está la mayoría que lo hace por el honesto reconocimiento de que hay ciertos autores superiores a otros porque una cosa es que se haga lo máximo para que haya igualdad de oportunidades, para que todos tengamos la misma chance de publicar y ser citados cuando escribimos trabajos de parecida calidad, y otra muy distinta es cerrar los ojos, en nombre de ingenierías del lazo social, y pretender hacer pasar lo bueno y lo malo por lo mismo. Nos guste o no, el psicoanálisis dio y sigue dando lugar a nombres cuya producción se coloca muy por encima del resto de nosotros, y cuando se las reconoce allí arriba es muy justificadamente. La palabra «maestro» no siempre debe ir encerrada en comillas irónicas.

Por último, una investigación de las lecturas debería también morderse las uñas ante el problema de la autocensura política. Es evidente que sobre buena parte de lo escrito por los analistas se hace sentir una severa disciplina militante que prohíbe citar autores de escuelas rivales. Ahora bien, ¿eso significa que lo publicado por los rivales tampoco se lee? Yo creo y espero que no.

E-mailiando con… Rudy – Primera Parte

En esta oportunidad compartimos con ustedes el E-mailiando con… Rudy (Marcelo Rudaeff), una entrevista vía e-mail que estuvo a cargo de Viviana Rosenzwit.

Este trabajo forma parte de E-mailiando con… , un e-book publicado en el año 2005, que ahora se ofrece abiertamente en nuestra web para todos los lectores.

Rudy (Marcelo Rudaeff) tiene un amplio recorrido, es humorista, escritor, comediante, psicoanalista retirado. Desde 1987 coautor del chiste de tapa del diario argentino Página/12, junto a Daniel Paz, y director del humor Sátira/12. Columnista de Página/12, Monitor, Acción, Mal estar e Intersecciones. Coautor del chiste de Noticias. Monologuista de humor desde abril de 2007: “Oy oy Hoy”,”Oy oy Hoy 2”, Arrobaleros”, “Multisoquete” y los unipersonales: “Rudy for vicepresident” (2008) “Rudy parcialmente descremado” (2011), “Rudy a la carta” (2012) y “Todo sobre mi diván” (2013-actual). En televisión fue libretista en los programas de Tato Bores (1990-92), Kanal k (1991-92) y Peor es nada (1993). Libretista y actor en Mitomanías Argentinas (2014). En Radio: La Alternativa (2002-2008) –Continental-Mitre (Con J. E. Abadi y Titi Isoardi y 2012 (Continental) / El arranque (2010, RNA). Autor de más 40 libros publicados de humor, como por ejemplo: Buffet Freud, Buffet Freud responde, Lo mejor de Buffet Freud, Historias de la Argentina; La circuncisión de Berta, Sigmund Freud, vida y milagros, entre otros.

¿Cómo ha influido el psicoanálisis en su relación a la escritura?

No sé cómo influye el psicoanálisis en cuanto a la escritura, lo que es seguro es que sí tiene que ver con mi condición de humorista. Primero, por una cuestión de formas de trabajo: yo siempre sostengo que los humoristas trabajamos de la misma manera que los psicoanalistas (y los escultores). Esto es: descubrir algo que ya estaba, pero estaba oculto. Podría estar oculto en una piedra, en el inconsciente, o ser un chiste que estaba oculto en una noticia.

Por otra parte, creo firmemente que gran parte de mi trabajo (humorista, escritor, etc.) es preconsciente. Pasa por percibir, encontrar, descubrir el chiste, la idea, la palabra, y permitir que ésta fluya luego hacia lo consciente, que es el ¿sitio? ¿momento? en el que termina de percibir, y se pone en juego la técnica. Pero la técnica, sola, sin la percepción, para mí no es nada, o casi nada.

Supongo que el psicoanálisis, en tanto te «abre la cabeza», facilita ese flujo del que hablaba en el otro párrafo, hace «agujeritos» en la barrera entre el preconsciente y lo consciente.

Por otro lado, mi propio análisis me permitió, entre otras cosas, descubrir que el humor es una profesión, y que yo mismo podría ejercerla.

En qué sentido usted dice que su propio análisis le permitió descubrir que el humor es una profesión?

En el más neurótico que se pueda imaginar; quiero decir, uno viene con mandatos familiares, por ejemplo, que «trabajar es hacer algo por obligación», que «lo placentero y lo laboral son dos momentos diferentes del día, o de la vida», que «a nadie le pagan plata por hacer lo que le gusta», y que «las profesiones son: médico, abogado, ingeniero, contador, odontólogo, arquitecto…». En una familia que espera que sus hijos sean profesionales, en la que ir a la facultad cuando uno termina el secundario, es algo tan natural como cenar o almorzar. Toda una generación pensaba así. Y yo soy hijo y nieto de personas que veían el futuro posible en «ser profesional».

A través de esa apertura que yo digo que es el psicoanálisis, primero pude descubrir que existían muchas más profesiones, aunque no fueran tan convencionales, y luego, que yo mismo podría trabajar y vivir de alguna de esas profesiones, como la de humorista.

Igual, nunca me voy a olvidar de algo que ocurrió hace unos años (yo ya trabajaba en el diario Página/12) y la mamá de un amiguito de mi hijo, que me acababa de conocer, me pregunta: «¿vos de qué trabajás?». «Soy humorista», le respondo. Y ella: «Sí, pero ¿de qué trabajás?». Diez años antes de este diálogo, yo mismo podría haberle hecho esa pregunta a otro, por eso digo que el psicoanálisis me ayudó a descubrirme como humorista.

En su libro Freud más o menos explícito, usted omitió la definición de humor. Siendo un concepto tan importante en su desarrollo, por qué decidió no escribir sobre él? Podría definirlo ahora?

Freud más o menos explícito no es un libro de psicoanálisis, sino un libro de humor sobre el psicoanálisis. Todas las palabras que sí están definidas, lo están en un código humorístico. Y no me resulta interesante hacer chistes sobre el humor. En mi experiencia personal (y en la de mis colegas, hasta donde sé) los humoristas no hablamos sobre el humor, no hacemos del humor una teoría, ni una herramienta teórica, sino eminentemente práctica, algo «preconsciente» como decía. Entonces prefiero hablar, con humor, de psicoanálisis, economía o sexo, pero hablar humorísticamente del humor sería muy aburrido, y hablar en serio, quizás más aburrido aún.

¿Qué particularidades tiene para usted, escribir humor?

Escribir humor… bueno, escribir humor para mí implica un código muy particular. Implica ponerse «en el lugar de un niño», es ver las cosas «con ojos de niño», y luego expresarlas con lenguaje adulto. Es la posibilidad de primero detectar absurdos, y luego escribir de una manera tal que las imágenes, o las ideas sean detectadas como absurdas, pero a la vez sentidas como verosímiles por el lector. Es buscar en la imagen, en el diálogo, en el conjunto, la risa.

En realidad, no sé cuáles son las particularidades del humor comparadas con otros géneros, porque no escribo otros géneros. Lo que sí, no haría la distinción entre escribir «humor» y escribir «en serio», porque quizás, escribir humor «es» escribir «en serio» sobre cosas absurdas, o cómicas. Es así como tampoco entiendo la diferencia entre «actores serios» y «actores cómicos». Para mí se trata de actores, a los que les pasan cosas cómicas, lo cómico está en el texto, en la situación, no en el actor (sino, en todo caso, en lo que ese actor hace).

Cuando usted plantea la idea de detectar lo absurdo, me surge inmediatamente una segunda cuestión: ¿lo absurdo para quién? ¿Cuáles son para usted los indicios necesarios para buscar en una situación de apariencia sensata su lado absurdo?

Creo que esa es la pregunta del millón. O para decirlo de otra manera, ahí es dónde se pone en juego el humorista, la percepción, la sensibilidad. El indicio, es, justamente, algo que uno percibe, algo que falta, algo que no está pero debería estar, algo que rompe con una lógica, aunque puede estar perfectamente encuadrado en otra lógica. Para mí, por ejemplo, que el automóvil sea un símbolo de status, y no una comodidad o una herramienta de trabajo, es un absurdo. O que alguien haga horas de cola en una casa de cambio para hacer unos pocos pesos de diferencia, es un absurdo. De hecho, que una zapatilla valga más dinero que otra quizás de mejor calidad, pero sin «marca», es un absurdo. Pero hay mucha gente que a este último absurdo lo llama «valor agregado», y hay economistas que lo aceptan, que lo estudian, y que les parece un aspecto de lo más normal de la economía. Para ellos alguien que piense como yo debe ser absurdo.

Continúa en la Segunda Parte…

E-mailiando con… Rudy – Segunda Parte

Continuamos con la Segunda Parte del E-mailiando con… Rudy (Marcelo Rudaeff), una entrevista vía e-mail que estuvo a cargo de Viviana Rosenzwit.

Se podría decir que el humorista, o al menos cuando escribe sobre la situación nacional de un país, se convierte en vocero de la sociedad?

No creo que sea vocero de la sociedad, porque eso implicaría pensar que hay una sociedad que tiene una opinión unánime, o al menos mayoritaria, «voceada» por el humorista. Yo no creo que la sociedad sea homogénea en su visión. Pienso que vivimos en sociedades con multiplicidad de opiniones. No en vano se habla, por ejemplo, de un país con 35 millones de ministros de economía, o de «directores técnicos» según hablemos de plata o de fútbol.

Creo que de hecho el humorista no es reflejo de las mayorías. No necesariamente las refleja, muchas veces, por el contrario, las critica.

Creo que el humorista dice algo que hasta ahora no se dijo de esta manera. No es, para mí, que el humorista diga «lo que la sociedad sabe pero no se atreve a decir», sino que dice «lo que la sociedad sabe, pero no sabe que lo sabía».

Cree que existen diferentes estilos dentro del humor o que cada escritor debe encontrar su estilo propio?

Pienso que cada escritor llega a un estilo propio, aunque hay influencias, autores insoslayables (en lo humorístico: Sholem Aleijem, Mark Twain, o más cerca, en la Argentina, Fontanarrosa, Les Luthiers…).

Cómo definiría su estilo particular?

Nuevamente entramos en un terreno pantanoso, el de las definiciones teóricas sobre algo que no tiene (no tengo) teoría. Digamos: escribo sobre lo que me hace reír. Lo que me parece absurdo, trato de mostrarlo como absurdo y verosímil a la vez, digamos, ideas absurdas, expresadas en formas verosímiles. Un personaje mío sería un tipo de carne y hueso, creíble, al que le pasan cosas increíbles. Es como si me estuviera copiando de la realidad, no? Porque en el fondo creo, o debo creer (mi próxima sesión devalará este misterio, o no), que todos somos personas creíbles, a las que nos pasan cosas increíbles, o absurdas, todos los días.

Escribo sobre mi «aldea», que a veces es mi tiempo, o mis mitos familiares, o los personajes de mi infancia (exagerados), o mis síntomas neuróticos (fobias, obsesiones), o los de la gente que me rodea. Esa es mi aldea, mucho más que un lugar geográfico.

No me gusta describir, y en cambio amo los diálogos divertidos. Como lector, o espectador de cine soy igual, un libro o película que se pone a describir, y describir, y describir…, sin que pase nada, me aburre. Pero no creo que esto defina «un estilo», en todo caso, son apuntes.

Ciertamente, usted maneja muy bien los diálogos y los remates en sus chistes logran un efecto sorpresa en el lector. Cuéntenos un poco más sobre cómo elabora esos diálogos tan jugosos.

Gracias. Quizás se trate de algo más experimental, vivencial, que «pensado». Yo disfruto mucho de los diálogos, ya sea de charlar con alguien en un bar, o por teléfono o por mail, como, ya dentro de lo literario, de leer diálogos escritos por otros. El diálogo ha sido y es parte cotidianísima de mi vida.

Algo parecido pasa con los remates de los chistes. Vengo de una familia con sentido del humor; vivo en una familia con sentido del humor, me rodeo de gente con sentido del humor. Un remate, un diálogo gracioso, entonces, es también «lo de todos los días». Sentado frente a la computadora, a la «hoja en blanco» intento que los personajes se interroguen de la misma manera, crear ese clima de la infancia, ver a mi abuelo y a sus hermanos chapurreando una mezcla de idish y castellano, ver a mis abuelos discutiendo. Pero parte importante del trabajo es poder dar un paso al costado, quedarse un rato afuera de la escena para entender los detalles, exagerarlos o caricaturizarlos.

En la práctica cotidiana, ¿qué estrategias utiliza para lograr escribir algo diferente, creativo y de actualidad todos los días?

La principal estrategia tiene que ver con poder registrar lo que a mí mismo me llama la atención, ¿qué absurdo percibí ese día?, ¿qué le llamó la atención a los demás (a los que me rodean)?, ¿por qué lo que para alguien es «normal» para otro es «absurdo»?. Una vez que registro eso, ya anduve la parte más difícil del camino. La estrategia principal sería entonces, tener las antenas, los radares, alertas, funcionando siempre.

Por último, cómo cree que influye la lectura para un humorista, ya sea cuando piensa en escribir un libro o cuando tiene que escribir un chiste de actualidad?

Algo ya dije refiriéndome a los autores insoslayables (que hay unos cuantos más). La lectura de los diarios es muy útil para los chistes de actualidad, sobre todo al comparar cómo una misma noticia tiene distinto peso en los diferentes medios.

Para un libro, bueno, los libros que vamos leyendo en la vida nos van abriendo las neuronas, nos van mostrando mundos diferentes, posibles e imposibles. Esa «apertura de neuronas» es esencial. Muchas veces uno lee una novela, descubre, «un nuevo mundo» y eso te impulsa a pensar en crear, vos también, otro mundo (o país, o familia, o personaje) diferente.

E-mailiando con… Jorge Pinedo – Primera Parte

En esta oportunidad compartimos con ustedes el E-mailiando con… Jorge Pinedo, una entrevista vía e-mail que estuvo a cargo de Viviana Rosenzwit. Este trabajo es el primero de la serie que conforma E-mailiando con… , un e-book publicado en el año 2005, que ahora se ofrece abiertamente en nuestra web para todos los lectores.

Jorge Pinedo nació en Buenos Aires, en 1953. Avocado a la palabra en múltiples formas, suma a su profesión
de psicoanalista y antropólogo (UBA) un extenso recorrido en el periodismo desde el diario La Opinión en
la década del ’70 hasta la crítica literaria en Página/12 en el siglo XXI. En abril de 2016, sale su primera novela: La polaca entre Darwin y Sarmiento, que se incluye en la Colección Ojo Lector de Moglia ediciones.

¿Por qué cree que el psicoanálisis presenta una relación tan estrecha a la escritura?

Entiendo que no es un requisito de un psicoanalista sino más bien una posibilidad de todo aquel que mantenga cierto compromiso con la palabra. De hecho, si alguien alguna vez se atreve a perder su tiempo haciendo una estadística, podría corroborarse que son más los analistas sin relación con la escritura que aquellos otros que, efectivamente, escribimos. Esto, claro, si «relación con la escritura» se entiende como ejercerla, producirla o perpetrarla, según el caso.

De una manera u otra toda escritura -y sigo a Borges en esto- es primero audición; con suerte, escucha; en una de esas, lectura, y recién entonces, escritura, mutatis mutandi. Un viejo humorista, medio siglo atrás, definió al psicoanalista como aquél que ha estudiado toda su vida para saber sólo y nada más que psicoanálisis. En un prólogo a la cuarta o quinta edición de la Interpretación de los sueños, Freud mismo aprovecha la oportunidad para responder una pregunta que entonces se le hacía en forma reiterada: qué es indispensable para la formación de un psicoanalista. Entonces él repuso que se debería estudiar, amén de las «materias» clásicas, literatura, historia de la civilización, mitología, historia del arte… Como podrá Ud. ver, se trata de distintas modalidades de lectura, paso indispensable para ejercer cualquier escritura, insisto a riesgo de ser hastiante.Hay, además, otros analistas que no necesariamente se las arreglan escribiendo. Están los que pintan cuadros, los que juegan ajedrez, los que le pegan a la raqueta de tenis, los adictos a los crucigramas y hasta los que no pueden dejar de «interpretar» a todo lo que se les cruce por el camino, hamster incluido.

Si me pide algo más serio, podría hablarle de una réplica, de un eco, de la tramitación de un resto tóxico transferencial a los relatos de las novelas familiares, a las narraciones de la histeria, a los obsesivos inventarios que constituyen una memoria, a las teatrales escenas de la perversión, a los escritos propios de la psicosis, a los testimonios dejado por el síntoma, a la intraducible poesía del amor. En este caso, es, casi diría, una venganza. Freud lo escribió «contratransferencia», así, entre comillas que jamás quitó. Pero tampoco esto es exacto: no necesariamente la escritura del analista funciona especularmente. Hay muchos casos, y sólo uno es el mío, de quien escribe desde antes de ejercer como analista.

En este punto hay que diferenciar, y en esto hay una distinción tajante: una cosa es escribir los textos propios del psicoanálisis (ponencias, clases, papers, ensayos, etc.) y otra muy lejana es escribir literatura de ficción. En el primer caso, es inherente a la tarea del analista y yo personalmente la sitúo en el borde externo del mismísimo dispositivo analítico: allí donde internamente el analista calla -con el analizante-, del otro lado produce palabras; no habla, escribe. En el segundo caso, quien escribe ficción, en ese momento cesa como analista y da lo mismo que lo sea o no. Lo que importa es el resultado, el producto… bah, en ambos casos.

¿Se podría pensar que existe un estilo de escritura que engloba a los psicoanalistas? ¿O el estilo es siempre singular de cada autor?

Debería responder que no, que el estilo es aquello que emerge en el lugar antes monopolizado por el síntoma… Pero, lamentablemente, en los analistas vernáculos se produce la proeza de que, a grandes rasgos y generalizando en exceso, hay una escritura que los engloba. Y es deplorable. El psicoanalista argentino está severamente empapado de la formación académica psicológica y ésta es extraordinariamente restringida culturalmente. El egresado «psi» lee escasa literatura, confunde Viedma con Vietnam, le huye a la filosofía y, cuando no, entiende que, como el saber viene del Otro, no hay como repetirlo. Pendulan entre dos extremos: intentan escribir en forma tan simplificada que se precipitan hacia un reduccionismo ramplón, o bien, por el contrario apuntan a ser más inteligentes que su propia obra y entonces se tropiezan con el ruedo descosido de sus propios pantalones. En el ámbito de la escritura de textos «psi», la constante es esa perversa traslación de la palabra hablada (una clase, dado el caso) a la palabra escrita (un artículo en una revista), la mayoría de las veces sin tomarse el menor trabajo de quitar el tono coloquial: abominable. Un texto es otra cosa. Escribir y analizar son dos de las tres cosas que se aprenden pero no se enseñan.

En otra vereda nos topamos con los analistas que escriben ficción o ensayo cultural y entonces son escritores. Aquí ingresa otra pregunta, de suma vigencia y que prefiero postergar cuando el tema lo amerite, que es: ¿existe el analista fuera del dispositivo? O, acaso, ¿hay analista full time?; en una de esas ¿el analista es alguna vez sin analista? Vaya a saber.

Dentro de una media agua que no es ni una cosa ni otra, cunde por allí, desde Groddek, algún intento de hacer relato psicoanalítico, donde el héroe o la víctima, o parte de la trama, transcurre en una sesión. Los resultados a mí personalmente me han resultado siempre nauseabundos por su proximidad formal con el chivo televisivo, cuando no con el tan argentino autobombo. Me resulta soporífero el complejo de Edipo aplicado, la amenaza de castración aplicada, la psicología aplicada, su ruta…

Me parece más bien que es al revés: el arte interpreta al sujeto y nunca, nunca a la inversa.

Continúa en la Segunda Parte…

E-mailiando con… Jorge Pinedo – Segunda Parte

Continuamos con la Segunda Parte del E-mailiando con… Jorge Pinedo, una entrevista vía e-mail que estuvo a cargo de Viviana Rosenzwit.

Muchos analistas gustan de escribir, ¿influye en el estilo literario la corriente que el autor sigue en su práctica clínica?

Obviamente, por supuesto que sí. En el caso que la corriente que lo ilumine sea de 110 voltios, quiere decir que el analista habita un país desarrollado, con reglas más o menos fijas, donde los profesionales son respetados y donde el trabajo intelectual es considerado un trabajo propiamente dicho. Por el contrario, si se encuentra adscripto a una corriente de 220 volts como la nuestra, su gusto por la escritura se le tornará farragoso, antieconómico, tendrá serias dificultades para publicar porque deberá adaptarse a la mediocridad general y otorgar toda clase de concesiones a la burocracia de turno, en fin, correrá la triste suerte de todo intelectual en un despaís en vías de extinción.

Después; si es kleiniano, lacaniano, conductista, deshollinador simple o domador de pulgas doble, no importa. Ahí ingresa esa entelequia llamada «talento».

En su caso particular, ¿modificó en algo su escritura cuando empezó a ejercer la práctica clínica? ¿Lo motivaron esas historias de vida a abrirse a nuevos géneros literarios, como cuentos o novela?

En el rodar de los tiempos de quien escribe su escritura va gozando y padeciendo constantes mutaciones. Algunas son inescrutables para el lector, otras evidentes. Más que la práctica misma, lo que modifica la escritura es la condición de analizante, en el punto de clivaje donde algo de la economía subjetiva es presa de sucesivos corrimientos. Movimiento que es constante aún en los momentos de quietud, el discurso progresa hacia una síntesis diferente donde la presencia del semejante adquiere un valor que se torna determinante de una manera como no lo era antes. Digo lo que me sucedió, lo que me sucede a mí. A otros analistas puede pasarles de otra manera, preferiblemente.

En cuanto a las historias que el analista escucha rige el principio de la estricta discreción y de la abstinencia que, en esta oportunidad y en mi caso, no es tan complicado de sostener. Principalmente porque el plano asociativo que se despliega en mi propia cabeza brinda las escenas que requiero para armar un relato, no preciso «robarlas» a un paciente. Para eso está la obscenidad de los «ateneos» donde se fantasea que la descripción del «caso» es capaz de dar cuenta de algo.

De una u otra manera, la perversidad polimórfica que se cuela en nuestro prec. es tan generosa que, a la hora de la creación, consigue paliar la módica intencionalidad de quien escribe. No es necesaria ninguna otra fuente.

Podemos, sí, interesarnos en un tema, en un personaje y buscar documentación, testimonios, hasta testigos. Pero eso es otra cosa. Lo hice con Darwin que prácticamente protagoniza la novela que se editará este año. Pero no… los pacientes son sagrados, rige el tabú total y definitivo. Cuento o novela son momentos, no tanto géneros. Hay historias que necesitan ser desenvueltas y entonces hacen una novela, otras que se cierran velozmente sobre si mismas y entonces sale un cuento. Personalmente yo nunca sé, cuando comienzo a escribir una ficción, ni cómo ni en qué ni cuándo va a terminar. Tampoco escribo de entrada la primera frase ni el título, eso va al final. También me gusta el vino tinto y no el blanco (lo que me incluye fuera de lo mejor de los vernisagge y las presentaciones de libros). Cada uno empuja el molinete del subterráneo con lo que puede.

Por otra parte, y sin desmerecer la neurastenia de nadie, en última instancia las vicisitudes del complejo de Edipo resultan tan monótonas, tan repetitivas, tan poco originales, en fin, la neurosis standard es tan vulgar, que hace necesaria la creación artística para que no siga siendo aburridísima. Dudo que esto último se entienda como corresponde pues el narcisismo tiende a intentar convencernos de que somos personajes únicos y nuestro sufrimiento es el mayor del universo… así los goces. Mejor, inventar. Clínicamente (detesto la expresión, concedo que abrevia), tal vez un escritor sea nada más que una estructura sintomada. Eso, es lo de menos.

Por último, retomando su primera respuesta, ¿podría desplegar un poco más la relación entre lectura y escritura que menciona?

Soy otra vez borgeano en esto: la lectura es el primer momento de la escritura. Escribir es leer, escribir, tachar, borrar y volver a escribir. No hay «página en blanco» ni «soledad del escritor». Quien escribe lo hace sobre una página ya escrita a la que necesita escribir de otra manera y, al mismo tiempo, convive con sus situaciones, escenas y personajes. El impedimento pasa por la inhibición, el síntoma y/o la angustia, como siempre, se sea escritor, pintor, bibliotecario, malabarista o plomero. No importa por qué se escribe; sí importa qué se escribe.

¿Cómo cree que influye la lectura en la formación del analista y en su práctica clínica?

Toda lectura es propicia y propìciadora, mas no sea la contratapa de los diarios. Vuelvo sobre lo mismo, la escritura es un momento de la tarea del analista, cuando se trata de textos «técnicos». Se inscribe en el ciclo audición-escucha-lectura-intervención. En lo personal, lo considero una actividad crucial, pero entiendo que otros analistas se las pueden arreglar de otra manera. No zafarán de leer, con la salvedad que leer nada más que una misma cosa es tan perverso como todo unicato. Leer, me parece, es atravesar por los discursos que pueblan la escena del mundo. Y nosotros trabajamos con esa diversidad: nos nutre.

E-mailiando con…

E-mailiando con… es un e-book compilado por Viviana Rosenzwit y producido por Viví Libros, que reúne una serie de reportajes realizados vía e-mail desarrollados durante los años 2001 al 2004.

Las modalidades de la creatividad, la reflexión, el arte, el psicoanálisis, la cultura siempre vigentes, laten en estas entrevistas que ingresan a la circulación compiladas para nuestros lectores.

Luego de diez años de su edición en formato digital, hemos decidido abrir el formato en forma libre para que todos los lectores tengan acceso a través de nuestra web.

La ilustración de tapa estuvo basada en la hermosa obra: “Caminos principales y caminos laterales” de Paul Klee.

En su introducción, Viviana Rosenzwit, comentaba sus objetivos y contenido de la siguiente manera:

E-mailiando con… comenzó por el año 2001 como una sección más de Viví Libros. Este e-book es el fruto del trabajo realizado junto a diez escritores que nos acompañaron, prestándose generosamente a participar de la propuesta.

Nuestro principal objetivo es indagar sobre cuestiones atinentes a la escritura, a la letra, al estilo, a la lectura, entrelazadas con las particularidades de cada entrevistado. En cada una de las producciones se puede leer la singularidad del recorrido de nuestros e-mailiados.

Desde allí abordamos temas como el psicoanálisis, el humor, la creatividad, la memoria, las dificultades de la traducción, la lengua, la enseñanza, lo generacional, la música, entre otros.

En esta vía, iniciamos una serie de intercambios transcurridos por e-mail con cada uno de los entrevistados. Para ser fieles a nuestra forma de trabajo, encaramos la tarea por e-mail preguntando, cuestionando, debatiendo, intercambiando ideas hasta llegar al resultado que ustedes podrán leer en futuras entregas.

Un resultado que no implica conclusión, muy por el contrario lo entendemos como disparador para seguir pensando sobre los temas de nuestro interés. Nos sedujo la idea de utilizar el e-mail como soporte, no sólo porque es el nuestro sino porque además en él encontramos un espacio intermedio entre lo epistolar y el diálogo presencial, brindándonos la posibilidad de rescatar tanto la espontaneidad del interlocutor como sus argumentos.

Esperamos que compartan nuestra iniciativa, nos acompañen con su lectura y nos brinden sus consideraciones a fin de seguir enriqueciendo nuestras respectivas producciones.

A partir de esta nota, ustedes podrán ir siguiendo el material que incluye los siguientes intercambios:

– E-mailiando con… Jorge Pinedo.

– E-mailiando con… Rudy (Marcelo Rudaeff).

– E-mailiando con… Jorge Baños Orellana.

– E-mailiando con… Guillermo Batista.

– E-mailiando con… Ricardo Goldenberg.

– E-mailiando con… Gustavo Di Pace.

– E-mailiando con… Miguel Vitagliano.

– E-mailiando con… José Milmaniene.

– E-mailiando con… Juan Cruz Cúneo.

– E-mailiando con… Alejandro Sacchetti.

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