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Convocatoria 15º Aniversario de Viví Libros – Tercera Parte

Convocatoria 15º Aniversario de Viví Libros – Tercera Parte

¡Así seguimos nuestro festejo de los 15 años de trabajo y lo compartimos con todos ustedes!

Tercer grupo de participaciones de los Microrrelatos Fiestas de Cumpleaños:

La semana pasada, ella me contaba ansiosa con cara de felicidad sobre la fiesta de cumpleaños que estaba organizando para su amado.
Tendría música, baile, un delicioso servicio de catering, vendrían los amigos de la casa y hasta había encargado una torta especial con velitas destellantes que se prenderían al sonar su tema preferido de Los Beatles a todo volumen! Let it be, let it be, let it be, yeah let it be. Whisper words of wisdom, let it be….
Como cada año, organizar el cumpleaños le devolvía cierta alegría a su mirada. Cuidaba cada detalle con esmero, como él se lo merecía, enviaba las invitaciones, limpiaba la casa, buscaba alguna idea original para sorprender, para sorprenderlo.
Los demás días eran solo un sobrevivir a la espera de septiembre. ¡Y qué hermoso mes para cumplir años! El mes del amor, decía siempre al recordarlo.
Nadie sabía de su pacto, de su promesa que no necesitó un candadito en el puente para sellar su amor pero se seguía sosteniendo hasta ahora donde él, desde vaya a saber dónde, soplaría su velita número 110 feliz, feliz en su día.

Miguel Salas
Madrid, España

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Entrecruzada
Sentada, cruzada de piernas, con las piernas a la vez entrecruzadas, hecha un nudo, un nudo que en cualquier momento se desata, se saca, se vuelve a anudar en inestables minutos.
Con una copa de vino en la mano, María, observa a los invitados. Todos conversan, tienen temas, se ríen y ella no entiende de qué se puede hablar en una reunión familiar. Es su familia. Se trata de encontrar en algún gesto de su primo, en algún rasgo de carácter de sus tíos, pero no se encuentra en nada.
Está en esa reunión y ve como lentamente se acerca su prima y se le sienta al lado y le apoya la mano sobre su rodilla y ve como los labios de su priman comienzan a moverse y sabe que se le viene la pregunta, esa pregunta fatal, esa pregunta que todo el mundo hace por hacer, sin sentido, sólo porque queda bien hacerla, sólo porque se cree que es la única manera para iniciar una conversación y llega y se le viene encima ese ¿cómo estás?, ¿cómo van tus cosas? María empieza a sentir un calor interno.
Se queda unos segundos muda, perpleja y atina a decir: -ahora vengo, voy al baño. Sabe que está huyendo porque no quiere responder ‘bien, todo bien’ porque pasaría a ser lo mismo que los demás y es eso lo que la saca, la enerva, la enfurece. Pero está en el umbral de la puerta del baño, ahí por entrar cuando su primo la agarra del brazo y le dice: -Hola María, ¿qué tal?, ¿cómo estás? Por suerte estaba ahí la puerta y atina a decir con una media sonrisa: Ahora hablamos; logra entrar al baño, cierra la puerta y apoya toda su espalda, sus brazos sobre la puerta del baño, pero ya sabe que está ahí escondida, refugiada, encerrada.
Se sienta en el inodoro, apoya sus codos sobre sus rodillas y sus manos sobre su rostro. Queda ahí paralizada, no quiere salir, quiere diluirse como el agua, apretar el botón para atravesar la puerta de esa casa por las cañerías así nadie la ve salir. Escucha que golpean la puerta del baño, se sobresalta, le vuelve ese calor interno y logra decir ‘ocupado, ya salgo’. Se para, ni se sube el pantalón porque no había ni llegado a bajárselo, se moja la cara, se lava las manos, se mira en el espejo, se arregla el pelo, se hace una sonrisa para practicar, se mira, se reconoce en esa mirada desorientada, fuera de sí, impaciente, descolocada, endurecida, tiene ganas de llorar de la bronca de no ser como ellos, quiere gritar, romper todo, salir corriendo, escucha que vuelven a golpear la puerta del baño y ahí está ella queriendo que algo o alguien la detenga, sabe que no tiene ahora poder sobre ella, se está descolocando, mira la ventana del baño, vuelven a golpear la puerta y se vuelve a mirar al espejo, ya no se reconoce, empieza a transpirar, abre la canilla, deja correr el agua, agarra la toalla, abre con ímpetu la puerta con la mano libre y logra atravesarla y ve a todos con sus copas en la mano, hablando, riéndose, pero todo se detiene cuando escuchan el ruido decidido de la puerta y ella ahí parada en el umbral del baño, todos la miran y ella a ellos y escucha a Marcelo que le dice: – María, ¿qué pasa? Y ahí ve la puerta principal de la casa y ve el picaporte y ruega que este abierto y se abalanza con el cuerpo entero pero desalineado, con la toalla en la mano y con la otra mano intenta girar el picaporte, pero no se abre, empuja la puerta, está cerrada, no están las llaves puestas, escucha el silencio hambriento, cortado, ese silencio incómodo, lo mira a él, espera que le diga algo para salvarla, no se atreve a mirar al resto aunque sabe que todas las miradas están puestas en ella; minutos que parecen eternos, insalvables y de repente la voz de él que enuncia: ¿te olvidaste algo en el auto? Y María sabe que Marcelo conoce esos arranques de ella, esos oscuros y retorcidos rincones y atina solamente a mover la cabeza como diciendo que sí, que se olvidó algo afuera y se acerca con cierto resquemor su prima y le abre la puerta sin pronunciar palabra, medio atónita y hasta un poco temblorosa, pero le abre la puerta y María sin mirar a nadie sale caminando rápido pero las piernas se le enredan y casi se cae, tropieza, zafa de caerse, cruza la calle, va sin dirección, dobla en la esquina y siente esa brisa sobre su rostro. Ahí respira y ahí se deja olvidar.

Natalia Neo Poblet
Ciudad de Buenos Aires, Argentina

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Mesa dulce

En las fiestas ella siempre se acerca a la mesa dulce y no solo se acerca sino que busca tocar con cierto disimulo la torta central, no importa si el vínculo con el agasajado es más o menos cercano, ella busca la manera de comprobar que el decorado que reviste la torta es de buena calidad. Recuerdo cuando yo era pequeña –como mucha hermana menor- iba con ella a todos lados, estaba pegada a ella. Así entrábamos a las fiestas y también me tocaba acercarme a la mesa dulce veía la cara que ella ponía ante las distintas decoraciones de las tortas y postres, escuchaba atenta los comentarios que hacía -con el tiempo, esta actividad me fue dando algo de incomodidad-. Recuerdo patente una frase que dijo cuando tocó la torta central del cumpleaños número 80 de la madre de la intendenta del pueblo (…) ella dijo: este glasé lo hizo la Pochi, lo puedo reconocer, está hecho con huevos de campo. Esa frase me quedó grabada no porque sea una definición profesional como la que dan en MasterChef, sino porque allí fue cuando tomé conocimiento de la vasta experiencia que ella tiene en catar tortas… guauuu, pensé, sí que ha probado tortas! Nunca fui buena para recordar apellidos por eso me animo solo a mencionar los nombres de pila de los que fueran los festejos/tortas más destacadas por ser consideradas de buena calidad… la de Margarita, Coronel, la mujer de Coco, la de Jacinto -el de la carpintería-, la de Luis. La lista es extensa y puede serlo mucho más si incluyo los festejos de los pueblos vecinos, allí también asistíamos.

Clarisa del Huerto Marzioni
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina

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Seguiremos en la Cuarta parte!! Los esperamos!

Convocatoria 15º Aniversario de Viví Libros – Segunda Parte

¡Así seguimos nuestro festejo de los 15 años de trabajo y lo compartimos con todos ustedes!

Segundo grupo de participaciones de los Microrrelatos Fiestas de Cumpleaños:

Hoy era mi cumpleaños, me sentía especial. Mis padres al comenzar el día me dieron un gran abrazo, y mi mamá cuando me dejó en la escuela me dio un fuerte beso y me dijo cuanto me amaba.

Me sentía feliz.

Al llegar a clases la seño Norma se encargó de recordarles a mis compañeros que hoy era un día especial, era mi cumpleaños. Durante el primer recreo Valentina y Brenda se acercaron para preguntarme cuando era la fiesta,y les dije que obviamente era hoy! Que otro día podríamos festejar mi cumpleaños?

Se les ocurrió hacer unas tarjetas para invitar a todos mis amigos y me pareció una excelente idea.
Fue así como organicé mi primer fiesta de cumpleaños.

Eran las cinco de la tarde de un miércoles de otoño cuando llegó mi primer invitado. Media hora después eramos seis…mis padres boquiabiertos corrieron al almacén del barrio en busca de salchichas y panes.

Jugamos, corrimos, saltamos, nos transpiramos hasta perder el aliento…y casi al final de la tarde soplé las velas al ritmo de la maravillosa melodía de las voces de mis seres queridos.

Mis padres no pueden creer que en el siglo veintiuno aún se puede festejar el cumpleaños de un niño con tarjetas de papel glasé y un par de panchos y torta. Y pensar que ellos estaban gestionando un crédito de quince mil pesos para alquilar el salón de moda.

Que ingenuos son los adultos.

JeMlo
Villa Nueva, Córdoba, Argentina

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…Y me hiciste acordar de algo muy curioso que me pasó hace muchos años. Mi hijo Eduardo nació un primero de mayo, motivo por el cual su cumpleaños siempre se celebraba por lo grande. Todos sus amigos, de siempre, de toda la vida, recordaban y recuerdan esa fecha, motivo por el cual la casa siempre se llenaba de muchísimos, niños, luego adolescentes y hasta ahora, incluso hombres. Bueno cuando niño yo solía hacer una torta enorme. Había logrado comprar un molde gigantesco que contenía el volumen de 4 tortas corrientes. Eso me permitía cubrir al montón de niños invitados. Como durante el día estaba ocupada con todas las cosas, yo solía hacer esa torta enorme en la noche o en la madrugada. Bueno, imagínate que un buen día yo saco mi torta del horno y camino muy oronda hacia la mesa cuando de pronto me resbalé y me caí y la enorme torta cayó al suelo hecha añicos. Te imaginas mi disgusto ya que el día estaba clareando y yo ya casi no tenía ni tiempo ni ingredientes para repetir semejante torta. Bueno, me tuve que transar por una torta corriente y repartir apenas pedacitos entre los invitados. No podía remediar lo ocurrido ya que la receta de esa torta no se vende. Es hoy, todavía famosa entre los míos, la llamamos Torta KIZER. Fue una receta traida de Rumania por mi abuela. La receta ahora solo la tienen mis hijas y mis nietas. En verdad la receta la hemos compartido pero, segun mis hijos, nietos, nietas, etc. a nadie le queda como a los participantes Kizer de la misma. Esta es una simple historia de la famosa TORTA KIZER, es una historia de la vida real. No te imaginas el jubilo que se extiende cuando los allegados saben que hay Torta Kizer. Y esa la seguimos haciendo para los cumpleaños, los onomásticos y todas las celebraciones importantes. La famosa torta ha sobrevivido a la vida familiar. La convocatoria de los microrrelatos me hizo recordar la madrugada del cumpleaños de Eduardo.

Clara Kizer
Caracas, Venezuela

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FC: ¡¿Feliz Cumpleaños!?

FC fue el saludo que le envié a una vieja amiga que estaba de cumpleaños; no tuve tiempo de escribir más, tenía cientos de mensajes que revisar, en facebook, whatsapp y cuánta red social hay. ¡Tengan en cuenta, que saludarlos a todos, es una magna tarea!.

Recibí una carta por correo y me alegré de saber que mi vieja amiga me retribuía el gesto, abrí el sobre y leí: ¡Preciso un abrazo!, sólo eso. Dejé pasar los días y le envié un mensaje más largo. Al mes siguiente recibí otra carta: ¡Tengo paciencia!. ¿Qué pretendía?, ¿qué la llamara?, ¡qué lata!. La siguiente llegó a mi oficina: ¿Un café?. Me carga quedar mal, así que decidí citarla… en un café. La esperé revisando fb, ws…, cuando un mozo se acercó y me entregó un sobre: “Debo confesarte que cometí un error (pensé: más que claro), regalarte mi tiempo, acompañarte en los tiempos difíciles (¡qué se cree!), inventar salidas para subirte el ánimo, en fin, dicen que debes dar sin esperar, entonces, ¿por qué esperas que alguien lea tus mensajes en las redes sociales?, FC es rápido, eficiente y… facilista. Cae de perogrullo lo favorable de un mundo conectado, también, que la conexión se completa con presencia (…). Preciso un abrazo”. Qué absurdo, ella no estaba allí, sentí una mano suave sobre mi cabeza, me di vuelta y era mi vieja amiga… la abracé. Por cierto, mañana mismo llamo a mi tía, que tuvo la gentileza de llamarme por teléfono el día de mi FC, y hacer recuerdos de familia… sin obstáculos.

Verónica Baeza Yates
Chile

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Otra fiesta

Cumplir quince años no es lo mismo para todos. Eso decía Analía mientras pensaba cómo podría festejar, festejarse. Lo que más quería era una bicicleta, salir del pueblo y llegar a alguna gran ciudad.

Sus ojos recorrían las bicicletas apoyadas en las paredes, en los árboles y se quedaban un rato largo mirando las ruedas y también las cadenas. Necesitaría un inflador.

Un domingo, cuando todos ya se habían ido a dormir, agarró la bici de Mirta.

Le dejó un papelito diciéndole que en unos meses estaría de vuelta.

Comenzó a pedalear a la medianoche, sentía que el festejo estaba a sus pies.

Susana SZwarc
Buenos Aires, Argentina

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Seguiremos en la tercera parte!! Los esperamos!

Convocatoria 15º Aniversario de Viví Libros – Primera Parte

¡Así es nuestro festejo de los 15 años de trabajo y lo compartimos con todos ustedes!

La propuesta: ¿Cuántas veces usted se divirtió en las fiestas de 15 de las jóvenes, bailó como loco, cantó a los gritos, bebió y comió como si fuera la última vez? Como aquella vez que el tío Carlos se cayó de la silla o la abuela Antonia no se acordaba por qué se hacía la fiesta… Sin ir más lejos, en las fiestas de cumpleaños suelen ocurrir escenas desopilantes que dan origen a divertidos microrrelatos y a otro tanto no tan risueños, pero que es un placer leerlos.

Les proponemos que nos cuenten alguna situación, anécdota, fábula o minificción donde las fiestas de cumpleaños cobren protagonismo. Puede ser desde el lado del cumpleañero, de los amigos, de la familia, del servicio de catering, de los payasos que animaban, desde donde gusten… ¡Seguro que a un simple golpe de vista, ya se les está ocurriendo alguna!

A modo de ejemplo, les compartimos uno para romper el hielo:

Se acercaba la fecha, lo sabía. Como cada año, desde tantos años, el calendario se tornaba línea de llegada a una nueva celebración. Y yo volvía a andar la misma pregunta: ¿qué regalarle? Cumplir años no es fácil, pero verse en la carga de elegir un regalo no es, por cierto, una tarea menor. Por más que uno se esmere y realice una selección centrada en los gustos de la persona homenajeada, siempre se está ante el temido momento de la entrega y recepción. Ese instante en el que el papel se desgarra y la cara del celebrado puede tornar a sonrisa, estallido de alegría o un tibio y desabrido “gracias”. Cuando uno es chico, esta tarea suele ser simple. En mi caso, madre se encargaba de las compras, y ella siempre sabía. Y si bien alguna vez me hizo quedar no tan bien con una compañerita de colegio, a mí no me importó, ya que tan sólo me sentía simple intermediario o mensajero de la entrega. Después de todo, no había sido mi elección, así que no tenía por qué sentirme mal si a Laurita Cohen no le gustaron los zoquetes con voladitos, o si Berta Zimerman se desilusionó al abrir la cajita y encontrarse con un dentífrico Noc 10. Yo de igual manera me hacía el desentendido y disfrutaba de unas buenas porciones de torta con Coca Cola. Pero ahora el tiempo es otro, y ella sabe que ese regalo es mi regalo, fruto de mi única y meditada elección. Así que elijo dejarlo en la mesa del comedor, y huir, huir para adelante. La tarjetita con mis sentidas palabras serán lo suficientemente claras para explicar la situación. Y cuando ella abra el envoltorio, estoy seguro que sabrá qué hacer con su sorpresa. Después de todo, no todos los días te regalan una despedida.

Walter Rosenzwit
Buenos Aires, Argentina

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Comienzan las primeras participaciones (por orden de llegada):

Hace muchas lunas atrás y estando donde estoy en este momento, en el bucólico estado de Vermont, había arribado el día de mi cumpleaños. Departia unas deliciosas vacaciones en familia. De pronto mis esposo desapareció y, yo emocionada sabia de seguro que iba a buscar mi regalo. Días antes y, a fin de ofrecerle alguna pista, le había mencionado que en la galería del pueblo estaban exhibiendo piezas de un singular orfebre que me habían cautivado. Pensé que mi mensaje habría caído en tierra fértil. Cuál no sería mi sorpresa cuando, al entrar en nuestra casita campestre, encontré sobre la mesa de comedor un enorme cocodrilo de madera con un lazo descomunal. Quede petrificada y pensando que de seguro sería una broma me puse a buscar por todos lados el obsequio “real”. Mi esposo hizo acto de presencia y orgulloso por su buen tino me dijo que sabía que me fascinaría pues, además, tiene en su lomo tallado unos orificios para colocar velitas. Sugirió utilizarlo de centro de mesa. Yo no sabía si reír o llorar. En definitiva, conserve esa horrenda pieza hasta el presente en calidad de testimonio perenne de su total extravío… Esa fue mi venganza. Y para que el lector no me tilde de implacable, anexo fotografía.

Trudy Bendayan
Caracas, Venezuela

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Yo siempre bajaba por la avenida Los Rosales, pues era mi único camino más cercano para llegar a mi casa y siempre que salía pasaba por una casa quinta que según decían alquilaban su estacionamiento para fiestas de quinceañeras, yo me decía: “pero que cosas que nunca veo una fiesta, será que no les gusta el lugar, pero si se ve bien, tiene un hermoso pasillo con palmeritas, un arco hecho en concreto o sea que está hecho para quinceañeras, pero mi curiosidad insistía, entonces un día pasé un sábado como a las 9am, estaba el portal abierto, no se veía nada como y siempre estaba como de fiesta, disimulé y me quedé parado por allí cerca. Vaya mi sorpresa, venía llegando una chica muy hermosa, elegantemente vestida para la ocasión pero en estas fiestas siempre pasa algo pequeño o algo grande, se les olvidó las zapatillas y yo veía la chica parada y no bajaba de su carroza, y todos murmuraban y hablaban y se quejaban, algo pasa me dije, esto está muy demorado, tanta fotos, van a pasar la mañana en eso, cuando de repente veo que una de las señoras que estaba allí se quita los zapatos de plataforma y los coloca frente a la quinceañera y ella bajó y se los colocó y todo el mundo viendo y lo peor de la fiesta, eran muy grandes para la chica y ella lloraba, y yo pensé esta no llora de emoción sino del mal momento, pienso que es un día triste para ella pero algún día lo contará y se reirá de la loquera de su familia. Nunca falta un error a la emoción.

Pedro Ordaz
El Tigre, Venezuela

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Soy hija única de una familia típica de Buenos Aires descendiente de Italianos y Españoles, que no es poca cosa.

Vivíamos en un departamento de la Avenida Cabildo de esos con pasillos largos, húmedos y oscuros. El nuestro daba a un aireluz con dos naranjos que a fuerza de buscar el sol se habían ido en vicio y sus delgadas ramas superaban el primer piso.

Mi vida transcurría entre el colegio, las clases de música y las de inglés, idioma que nunca aprendí.

Mi papá era viajante y mi mamá a fuerza de tropezones económicos modista.

La vida era rutinaria.

Pero todo se alteró cuando mi papá festejó sus cincuenta años.

No se ahorró nada, y la consigna para el festejo fue por demás de motivadora.

Cada pariente podía traer sus propios invitados, pero todos debían venir disfrazados.

No puedo decir que mi mamá estuviera contenta pero obedientemente confeccionó el traje del cumpleañero que consistía en un babero rosa con un pañal al tono que remataba en un enorme moño de plástico cuyas colas pisamos sin querer todos los presentes ya que medían unos metros.

Mi tío con el colador en la cabeza y unas uvas colgadas del mismo, envuelto en una sábana fue un perfecto Nerón y la vecina solterona vestida de odalisca no consiguió novio esa noche porque eran todos chicos o casados.
Al apagar las 50 velas la fiesta llegó a su punto culminante y producto de los trenes por el pasillo, los tangos y lo entrado de la noche empezó a decaer.

Fue en ese momento que mi mamá tomó unas pastillitas de dudosa referencia que le había vendido el farmacéutico (porque en aquel momento eran de venta libre) y entró a repartir diciendo que las tomen tranquilos que eran como aspirina. Y allí la fiesta brilló, como era de madrugada todos los parientes se subieron a los autos con la comida de la fiesta y llegamos a la costanera, pero no alcanzó, tal era el nivel de excitación que al rato mi papá dijo “-vamos a Lanús a la casa de María (mi tía la mayor)” y allí salió rauda la caravana que a esa altura había perdido algunos amigos que claudicaron.

Los ojos de la tía se abrieron al vernos y en seguida ahorcó unos cuantos pollos que fueron devorados por todos nosotros.
Por la tarde, cuando se fue el efecto de la famosa pastillita, toda la familia se “desparramó” en la casa de tía María, y emprendimos la retirada bien entrada la nochecita. Debo decir que fue una fiesta inolvidable.

Norma Olivera

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15 a la cabeza

Cuando leyó en el Facebook que Viví Libros cumplía 15 años, el hombre, de profesión interpretador de sueños, pensó que la cifra no era azarosa, que se trataba de un signo del más allá, que justito, como la edad que cumpliría su hija Julieta, los quince, que esta vez sí. Salió a la calle. Y se hundió en la agencia. Y se puso en la fila, detrás de otros seres semejantes a él: esperanzados, calculando en qué invertirían lo ganado, mintiéndose una vez más, mirando la pizarra, rezando al dios del escolaso. Y llegó hasta la ventanilla y entonces apostó todo que tenía en la billetera y un poco más al 15, a la cabeza, en La Nacional. Regresó a su casa. Hizo lo de todos los días, poco. Y durante la noche, luego de cenar, se retiró a un costado, lejos de la familia, por cábala. Encendió la radio y se echó en el sillón. Y los números se iban acomodando, lentos, perversos. Y cuando el relator sentenció que el 15 se ubicaría en el primer lugar, pegó el grito. Y enseguida pensó en la fiesta de Julieta, en el mejor lugar, con todo, “como tiene que ser”. Y el vino más caro. Y la entrada más llamativa. Y los rostros que representan el amor y también el de celos. Risas, llantos y el tío borracho. Y un mago, humo y el número musical. Y mientras bailaba el vals, en el centro del salón, el maldito sonido del celular lo despertó de este lado del mundo, del lado de los que siguen apostando.

Pablo Melicchio
Buenos Aires, Argentina

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Sin cuenta

Cumplía cincuenta. ¡Sin cuenta! ¿Comprenden? ¡No había más cuenta!! Y había que festejarlo en grande, distinto! No se trataba de una simple torta con velitas y quelocumplasfeliz y ya está!¡No! Era algo más importante. Se trataba de ser feliz!¡Pero feliz de verdad!… Y entonces alquilé un pelotero de adultos , grande, imponente…Les dije a todos “vengan con ropa de gimnasia” ropa cómoda para saltar y correr”. Qué que hicieron mis amigos y familia? …Cuando el animador de la fiesta pidió que todos se sacaran las zapatillas y las pusieran en una larga fila, cuando gritó a voz en cuello ¡”el último cola de perro”!. Entendí…

Ahí entendí porque todos esos locos lindos eran mi gente y por qué era necesario festejar así mi cumpleaños! Como en una exhalación el salón del otro lado se había quedado vacío y colgados como monos del pelotero entre risas todos, grandes y chicos!, nos apropiábamos así de un pedacito de infancia

Lili Pozzi
San Justo, Buenos Aires, Argentina

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De vez en cuando la vida…

Más temprano que los invitados, para que se siente en su mesa sin tener que pasar por el desfiladero de gente, entramos con mamá al salón tomada por su esposo de un brazo y por mí del otro. Iba despacio con una expresión de asombro y admiración. A su paso, mesas exquisitamente decoradas: blancos manteles, cintas de grueso raso que remataban en moños lila por detrás de las sillas vestidas; centros de mesa con velas calentando un cuenco con esencia de aroma a violetas… Luces bajas y música suave esperando el gran momento: la entrada de Ornella estrenando sus quince años de la mano de su papá.

Se detuvo un instante y tomó un souvenir, sus ojos se iluminaron y una sonrisa se dibujó en su demacrado rostro – ¡Hiciste los trajes de tul de estas brujitas sentada a los pies de mi cama! Me sorprende que lo recuerde, su compleja cirugía paliativa la mantenía dormida muchas horas y en esos largos días de hospital mi infinita tristeza se iba en las puntadas de las polleritas rojas y negras y en los miles de detalles de la fiesta con los que la abrumaba en sus ratos lúcidos para que no piense, para que alarguemos la despedida, para darle un momento feliz.

Creo que tomé unas copas de más esa noche… Ornella estaba tan hermosa… Mamá tan feliz… Fueron mágicas las brujitas… Pero como en el cuento y salvando las distancias luego se convirtió en calabaza…

Miriam Gagliardo Ayos
Buenos Aires, Argentina

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Seguimos en la Segunda Parte!!

Convocatoria 13º Aniversario de Viví Libros – Tercera Parte

Trascribimos el resto de las participaciones a continuación. ¡Qué disfruten la lectura!

RECURSOS HUMANOS
No le pregunté si le gustaban los labios rojos. Fui a la perfumería para buscar el lápiz de labio que lo dejara sin aliento al verme. Esa es la mujer que busco, seguro diría apenas entrara al boliche. Este rojo, me mostró la vendedora. Te juro que no desaparece cuando te bese, continuó. Dudé. No estaba segura de que me iría a besar. No me importaba nada. Me habían asegurado que estaría en la barra sin nadie. Ana me prometió que iba a correrle cualquier mujer que estuviera dispuesta a hablarle. Es tuyo, esta noche es para vos, ella me había explicado cuando me llamó por teléfono para apurarme. Ana se despidió con un estás segura de que no te llevo antes el vestido negro. Paso por tu casa. Estamos cerca, me replicó. No dejá, no hace falta, contesté. Me arreglo con un par de pantalones y una camisa, le dije. Por favor, me contestó. No entendés nada. No va a ser una salida escolar. Mirá que esto no es Bariloche. Por favor, nena. Voy a tu casa y te llevo el vestido negro. Tengo dos. Te los probás y vemos. No me dejó relajarme con un baño. Yo quería eso. Escuchar música, meterme en la bañera llena de agua tibia. Mientras hablaba por teléfono con Anita vi sobre la mesada el Nothing compares to you de Sinead O’ Connor. Disfruté con la idea de sumergirme llena de jabón y resbalarme hasta que el agua me cubriera. Subiría hasta que las primeras burbujas de jabón me taparan la boca y después de un rato con mucha súplica de O’ Connor en la cabeza, bajaría hasta lo profundo, hasta que los dedos de los pies tocaran la canilla. Pero no. Sonó el portero y la voz de Ana me quitó la posibilidad del sosiego. Subimos al ascensor con el pibe del quinto asistiendo a las instrucciones de Ana. No tenía tiempo que perder. Solo para revisar la ropa y asesorarte. El pibe miraba el tablero que indicaba los pisos y de reojo los dos vestidos que Ana, para no desperdiciar las horas, ya me lo había dicho, me traía. Por suerte bajó. Yo estaba en el sexto. Saludó con un suerte para esta noche y un ojalá se te dé, con tanta confianza como si nos hubiésemos tratado desde siempre. Ana guardó silencio el poco trayecto que faltaba. Ella misma abrió la puerta del ascensor con apuro y con paso decidido fuimos hasta la entrada del departamento. Una vez dentro, aprobó el lápiz de labio. No tengo tiempo para pintarte. Es una lástima. Si querés la llamo a Beba, para que te dé una mano. No la pienso llamar para eso, retruqué. Bueno, bueno, exclamó mientras ponía la ropa extendida en la cama. No me muestres el pantalón que te ibas a poner. Agitó en la mano el primer vestido con algo de brillo y escote profundo. Sin corpiño, entendés. Pero… Pero nada, me paró. Es corto, dije. No tengo buenas piernas. Mucha rodilla. Vos estás loca, me replicó. Ponételo. Obedecí. Me quité primero el jean, después la remera. No la escuchaba. En mi cabeza sonaba Nothing compares cada vez con más fuerza. Una vez que me lo puse traté de estirarlo. Imposible. Así, perfecto, gritaba Ana. No te pruebes el otro. No hace falta. Mirate al espejo, por favor. Sos otra. Caminá por el pasillo que da la pieza. Dale, como si lo buscaras en la pista. La dejé que diera indicaciones. Controló la pintura. Me dejó su rimmel. Me hizo sentar para recogerme el pelo. Buscamos zapatos con tacos. Altos, sabés, me explicaba. Tenía un par al que le saqué brillo con la colcha que cubría la cama. ¡Qué cambio! Por favor. Sos otra. Seguro que se tira encima. Ni se te ocurra tratar de esquivarlo. Bueno, me tengo que ir. Mañana llamame para ver cómo te fue. La acompañé a la puerta de calle con una sonrisa. Quería estar sola. No me daban las piernas para entrar a la bañera. Alcancé, apenas entré, a prender el equipo de música. O´Connor me estaba esperando. Escuché Nothing compares varias veces. Salía del baño con la toalla para volver a ponerlo. Ana no volvería. Subí la música. Me sequé todo el jabón y el agua que llevaba encima. Tenía la cabeza mojada. Con el secador volvería a mi mismo pelo de antes. Necesitaba la ropa para decidirme. Me puse el vestido y los zapatos. Fui al espejo para verificar que era otra. Me pinté los labios con el color con que lo iba a entusiasmar. Busqué un cigarrillo y el coraje que escondía desde hacía tiempo. La música era mi aliada. Iría a tomar a tomar algo antes de entrar, algo de alcohol que me empujara. Doce de la noche. Había pasado bastante desde que Ana se había ido. Tenía fernet y Coca en la heladera. No estaba mal hasta encontrar un bar. Tomé dos vasos. Me dio fuerza. Me reí porque se me ocurrió pensar que nada ni nadie me aseguraba que él iba a estar. Iría a ganar una batalla sin enemigo. Dejé el vaso en la cocina y guardé el poco fernet que quedaba en la alacena. Apagué las luces del dormitorio y del living. Salí al pasillo para esperar al ascensor. Entré y toqué el botón de planta baja. Se paró en el quinto. Subió el pibe. El mismo pibe de antes. Te queda bien el vestido, me dijo. No le contesté pero me reí. El fernet me ayudaba a ser espontánea. Quisiera ser el otro, siguió. No hay nadie seguro, repliqué. Confieso que me gustó que dijera algo así como que los dos estábamos en lo mismo. Todavía persistía Nothing compares en mi cabeza. Ya en la calle mi vecino me invitó a tomar algo. Solo antes de que vayas a conocer al otro, al que parece estar, dijo riéndose. Yo también me reí. Fuimos hasta la esquina en silencio. Era solo un poco más alto que yo. Se quedó parado esperando a que me decidiera. Sin que yo contestara paró el primer taxi que pasaba. Subí con él porque tenía a O’ Connor conmigo y, además, porque ya había comenzado a pensar que desechar lo cierto es el primer paso que nos conduce a la imprudencia.

Guillermo Fernández, de Buenos Aires, Argentina

LOS “TRABAJOS” DE FERMÍN
Como cada mañana, Fermín se levantó temprano, desayunó y se dispuso a caminar los diez minutos que, calculaba, le llevaría llegar hasta el coche para ir al trabajo. Jamás hubiera imaginado que lo que estaba a punto de pasar cambiaría por completo su vida.
Lo primero que hizo fue pisar una enorme y fresca mierda de perro que había alojada en el portal de su casa. ¡Menuda mierda! -pensó- vaya manera de empezar el día.
Fermín no era supersticioso, no, pero tampoco era muy listo. Por eso, cuando encontró en el suelo un llavero con una pata de conejo, vio por primera vez la Autoescuela Trébol, y el chico de la administración le dijo que su boleto estaba premiado, se dijo a sí mismo que ya era suficiente. Así fue cómo, de manera totalmente meditada, Fermín decidió volverse un hombre supersticioso.
Como era un supersticioso sin vocación, se dispuso a investigar sobre hechizos populares comprando libros e investigando en internet, por lo que terminó convirtiéndose en un verdadero experto en la materia.
Ahora Fermín es un entendido… un técnico. Domina todos los procedimientos que proveen la buena suerte y los que ahuyentan a la mala fortuna. Cuando desayuna tiene mucho cuidado de no poner el pan boca a bajo, aunque también sabe que, si hace tres cruces en el aire, podrá alejar las desgracias presagiadas. Antes de levantarse de la mesa aprovecha para tocar madera, que además le costó una fortuna y tiene que amortizarla, luego se mete unos dientes de ajo en los bolsillos y se echa un puñadito de sal sobre el hombro izquierdo.
Fermín ha dejado su trabajo y ha montado su propio negocio, una tienda esotérica. Ha invertido en ella todo lo que tiene, sabiéndose poseedor de buena fortuna. Por supuesto, ha utilizado todos sus conocimientos para dar a su negocio una protección a prueba de cualquier incidente. No queriendo dejar nada al azar ha realizado el ritual de protección contra robos, el hechizo de protección personal y el que aleja las energías negativas. Puso cuarzo detrás de la puerta de entrada del local y clavó seis agujas en cada una de las esquinas de un limón que dejó reposar por 21 días en un círculo de hierbas trituradas, tiempo suficiente para recoger las energía negativas.
El día de la inauguración, cuando el local estaba lleno, Fermín se tocó satisfecho el bolsillo del pantalón en busca de la pata de conejo que encontró el día que cambió su vida, justo en el momento en que una chispa saltaba del cuadro de luz y prendía fuego a una sala abarrotada de velas y cojines.
Contra todo pronóstico, Fermín lo perdió todo. Tanto confió en su suerte, tan abstraído estuvo machacando albahaca, laurel, mezclando tomillo, romero y salvia… encendiendo velas y creando círculos protectores, que olvidó lo más importante: pagar el seguro de su negocio. Hoy, mientras vende sus conocimientos en el puesto que instala todos los martes de mercadillo, Fermín cuenta con tristeza que, aquel día, con las prisas, se levantó con el pie izquierdo.

Sasa Sosa, de la Isla Gran Canaria, de las Islas Canarias, España

El 13, una marca en mi vida
Me desperté sin mucho afán ¡hoy no tenía que ir a trabajar! Pero había cosas pendientes en la oficina, justo en este día 13 iniciaban mis vacaciones. Llevaba ya 13 años en esa empresa y sentía que ya me hacía falta un cambio, necesitaba respirar otros aires.
Toda la noche había llovido pero aún así amaneció el día muy radiante, abrí la ventana y sopló un viento fresco que golpeó mi rostro llenándome de vitalidad, el aroma a humedad, ese olor a tierra mojada me encantaba.
Quería estar ya en la calle, para antes de llegar a la oficina disfrutar del día, así que me bañé y desayuné de forma apresurada. Tomé los discos compactos que tenía en la mesa y unos folders para salir presuroso, pero antes de cruzar la puerta sentí que un frío recorría toda mi espina dorsal nunca antes me había pasado, pensé que sin duda estaba a punto de resfriarme, de pronto, a lo lejos escuché el aullar de un perro como hacía mucho no lo escuchaba.
El aullido era lastimero ¡No! Mejor dicho era un aullido de miedo, sí de miedo, e hizo que la piel se me erizara de terror, mi madre me había contado que cuando los perros aullaban de esa forma es porque presentían una tragedia o veían a la muerte.
Salí y cerré la puerta tratando de retirar de mi mente esos recuerdos de presagios al tiempo que miraba el enorme charco que había frente a mí, tendría que dar un brinco cuando menos de un metro si no quería hundir mis recién lustrados zapatos en aquella agua anegada.
El animal no dejaba de aullar, y otros perros se habían unido a esa terrorífica sinfonía la cual comenzó a taladrar mi cerebro y con determinación me dispuse a dar el gran brinco, quería alejarme de ahí y dejar de escuchar esos aullido que me estremecían.
Sujeté fuertemente mis cosas y logrando un gran impulsó volé sobre el charco, como todo un gran atleta, mi pié derecho tocó el pavimento pero claramente sentí como resbalaba al tiempo que mi pie izquierdo buscaba encontrar equilibrio, el aterrizaje me provocó un fuerte dolor en la nuca, patiné un buen tramo pero logré no caer, aunque el dolor se incrementaba; sin duda mi cuerpo había resentido el no haber caído con seguridad.
Caminé lentamente hacia la parada del autobús para disfrutar de la brillante mañana pero ¡oh, sorpresa! El día se empezó a nublar haciendo de aquella mañana límpida sólo un recuerdo, poco a poco el ambiente se entristeció. Después de haber recorrido un par de calles reparé en que me hacía falta un disco compacto, sin duda se me había caído en el gran charco sin que me diera cuenta.
Regresé sobre mis pasos la gente caminaba presurosa, choqué con algunos de ellos los cuales ni se inmutaron, parecía como si yo no existiera como si fuera sólo un fantasma que deambulaba en ese mar de gente que, sin importar lo que ocurría en su rededor, se dirigía a sus actividades –pensé- ¡Esta sociedad des humanizada en la que vivimos!
Conforme me acercaba a mi domicilio reparé en el tétrico aullar de los animales el cual se incrementaba conforme me acercaba a mi hogar, ya muy cerca de donde vivía vi a varios de mis vecinos arremolinados fuera de mi casa, ¡Algo había pasado! ¿Entrarían a robar? ¿Qué pasó? Ya muy pronto lo sabría, estaba a unos metros de distancia.
Los comentarios de mis vecinos empezaron a llegar a mis oídos:

– ¡Qué tragedia!
– Sí, para la de malas en un ratito.

No alcanzaba a ver muy bien pero distinguía un cuerpo tendido entre toda la multitud. ¿Quién será? ¿Qué le habrá pasado? Me preguntaba sin atinar quién sería el que estaba ahí, pues al parecer mis vecinos lo conocían.
Cuando por fin pude ver de quién se trataba no daba crédito a lo que tenía frente a mí, la persona que estaba tendida la conocía muy bien era… ¡Yo! Me había desnucado y permanecía inerte, mis discos y mis folders regados alrededor mío. El aullido de los perros se incrementó al unírseles los perros de mis vecinos. Sentí una presencia detrás de mí y vi una gran sombra que se proyectaba, no necesitaba voltear sabía muy bien quién había llegado por mí.

José Juan Espinosa Mercado, de la ciudad de México Distrito Federal, México

Tenía una edad indeterminada que nunca confesó. Bajita, menuda, caminaba despacio sin hacer ruido, casi como pidiendo permiso .Solía llegar a horario y por lo general nunca faltaba. El motivo de consulta era, como ella decía, “ataques de pánico”. A veces, cuando se subía al colectivo la asaltaba un dolor fuerte en el pecho y en el brazo izquierdo y sentía que se ahogaba… Pero Magdalena tenía además una particularidad. Cuando hablaba conmigo, en esas tardes calurosas, sacaba una libretita roja y anotaba. ¿Qué cosa anotaba? Números, números que después jugaba a la quiniela… Al final de la sesión me repetía: hoy voy a jugar al 13, al 22 y al 56… y así se sucedía su creencia cabulera… Un día, al contrario de otros, anotó un número de cuatro cifras… el día del nacimiento de un hombre que acababa de conocer: 1949 ¡No voy a poder olvidarme! A la sesión siguiente faltó y ya no vino más… Me dejó dicho en el contestador: Dra. ¿sabe que me curé? ¡Ayer gané en la quiniela un montón de plata!!!

Tyché (seudónimo), de San Justo, Buenos Aires, Argentina

REGRESAR
Un punto, y otro, y otro punto, y así sucesivamente hasta convertirse en una larga línea negra que me marcaba el camino. Lo seguía con la lentitud y el temor doméstico que nos dan tantas cosas que apenas conocemos. El problema era que no tenía la menor idea de cuánto tiempo continuaría la línea ni a dónde conducía y si yo, en mi supuesta cultura, estaba haciendo lo correcto.
Lo supe después de un par de años de caminador tras ideas hipotéticas que no concluían o lo hacían de mala manera. ¿Por qué había sido tan insípidamente crédulo? ¿Por qué el supuesto razonamiento que me (nos) adornaba como seres humanos, había sido tan pobre y tan mezquino como para no decirme: ¡oye, no seas idiota!…?
Lo cierto es que al concluir el segundo año de “caminante no hay camino”, me detuve y comencé a desandar puntualmente distancia y tiempo recorridos. Al voltear una curva de algún día o alguna semana, que me encuentro con un hombre adornado con prendas y collares, algo a manera de sombrero en la cabeza, tatuajes y una vara maciza de unos dos metros de largo que al verme me dijo en su quichua intacto:

– Ari. Imanallatak kashkanki, imanallatak kawsankichu maymantakauk? Alli-puncha

Como no entendía el lenguaje entre musical y ríspido, simplemente le dije:

– ¡Igual para usted! Y continúe mi camino. Nunca lo volví a ver.

Pero su presencia me llevó al pensamiento de que yo, por supuesto, no creo en la superstición. No creo en las cábalas, las ficciones o fetichismos. El tema era, como lo mantienen los entendidos, una valoración excesiva de algo que no es, que no existe. ¿Por qué perder el tiempo en pensar que si paso debajo de una escalera algo malo me sucederá?, o si vivo en el piso 13 u ocupo la oficina 13, o dejo el sombrero sobre la cama, o si un gato negro atraviesa delante de mí… ¡por favor! Ya estoy un poco crecidito y con excepción de seguir un camino de puntos negros o encontrarme con un Shaman o regresar a dos años de mi pasado o convertirme en otro ser desconocido; sigo siendo abierto, centrado y razonable. Sigo siendo el mismo levantándome cada día pisando el piso con el pie derecho… por si acaso.

Julio Tarré Andrade, de Ecuador

EL GUALICHO
Buscando hacer retornar a su novia, Teodoro entrevistó a una hechicera.
La “chamán” lo hizo pasar, escuchó sus lamentos y le dio una receta para su “mal de amor”:
– Debe atravesar una fotografía de Zenaida con tres agujas enhebradas con hilo rojo y buscar una araña patona- las que yo llamo juanitas- colocarlas sobre la foto y ocultar todo bajo una piedra mediana, cuidando que no se escape la araña, por supuesto sin aplastarla. Después le dijo que sus gualichos no fallaban nunca, pero que no sabia cuanto tardaría el regreso de Zenaida.
Al preguntarle cuanto le debía, ella le respondió:
– A su voluntá.
Para no pasar por amarrete, Teodoro colocó sobre la mesita, tímidamente, un billete de $ 100.- Después de un breve saludo se dio por terminada la consulta.
Pasados varios años Teo, recibió en su celular un mensaje de texto firmado “Zenaida” que recordaba su amor y estaba decidida a casarse con él. Citándolo para el Registro Civil, el Martes 13 del mes siguiente. Así sucedió y la novia acudió muy elegantemente vestida, pero cubriendo su rostro con una gasa a la manera hindú, dejando solo al descubierto sus ojos. Con gran emoción se realizó la ceremonia civil y Teodoro la llevó a su casa prodigándole besos y caricias apresuradamente, pero sin retirar el velo. Calmado el fervor amoroso, ella descubrió su rostro y… estupefacto, Teo se puso blanco como un papel y se desmayó. Lo que vio era ¡obra de mandinga! El rostro de Zenaida estaba cubierto por una tela de araña tejida con hilos rojos. El gualicho prometido se había cumplido, ¡pero su mujer era un monstruo!

Rita Bonfanti, de la ciudad de Santo Tomé, Provincia de Santa Fe, Argentina

LA NIÑA BLANCA GELINDA
No voy a escribir ningún relato imaginario, entre otras cosas porque para mí es mucho más fácil dejar aquí lo vivido. Crecí en un rincón de África, acunada por el atlántico y arropada por el ecuador, en donde el mero hecho de vivir ya era toda una aventura. Mi mundo de niña se movía a caballo entre lo racional y lo irracional; entre los cánones de la verdad y la superchería. Mi padre, tenía el deber y la obligación, de perseguir a la secta del “Mboeti” cuyo mundo se movía entre las tinieblas y el horror del canibalismo. Seres inhumanos que sumían a los incautos en un macabro círculo sin solución, mediante un ritual en la espesura de la selva más profunda y sombría, de esa mágica y bendita tierra que me vio nacer. El lúgubre sonido de los tambores de piel humana; el roce de las ajorcas con cada movimiento de los pies; el monstruoso “Ebú”- dios del mal -de piedra, o caoba africána – apuntando al único resquicio de cielo por donde asomaba la luna; en esas noches de luna propicias para el ritual. El sudor perlando la piel de los cuerpos desnudos de esa gente oscura, y sus siluetas como sombras chinescas, recorriendo el poblado salpicado de hogueras aquí y allá. El hombre bueno se rinde a la batalla embotado de “topé” – vino de palma – y flaqueado por la” iboga” alucinógena fundida en el vino. El Hombre bueno ya no tiene esperanza. El “tangani” – hombre blanco – no ha llegado a tiempo. Ahora solo se escucha el saaahhh…saaahhh…de los pequeños huesos de infante que penden de las ajorcas. El silencio es mortal. Solo el saaahhh, saaahhh, y nada más. En el suelo, a los pies de cada ser oscuro, un cuenco de barro con carne del desdichado que sacrificaron para el ritual. No es complicada la caza; suelen ser niños de los poblados que juegan ajenos a ese inframundo, mientras las madres cultivan los minúsculos campos de cacahuete, ñame, o yuca. El nigromante come; le siguen los acólitos y tras ellos el hombre bueno sin esperanza.
……………………………………………….
En la estancia principal de la finca de café, los comensales charlan de esto y de aquello, entre sorbos del humeante café secado al sol en los secaderos, y el aromático olor añejo del coñac, con el que el anfitrión ha llenado sus copas. Con tal de tener a alguien pequeño con quien jugar, la niña blanca Gelinda enfrascada en esconder en un bolsillo del pantalón las pequeñas crías de rata, que ha encontrado en una vieja cómoda en el desván de la gran casa, de galerías corridas y suelos bruñidos, no repara en la mujer de rostro escarificado que aparece en la estancia gritando y arrancándose el pelo como una posesa. No parece verla, pero ella la tiene tan cerca que hasta puede ver sus dientes limados y afilados como los de un tiburón. La horrible visión le parece irreal, más que otra cosa, porque su padre la coge en volandas poniéndola a salvo entre los brazos de un criado. El capataz de la finca traduce con rapidez lo que la mujer repite una y otra vez en la lengua fang de sus ancestros…
– “Masa” – señor -. Pide que se haga justicia.
Ahora los gritos dan paso al silencio. No se mueve, solo busca con los ojos a la niña blanca Gelinda, que se agarra con fuerza al criado, volviendo la cabeza.
– La secta del Mboeti se ha comido a su pequeño, y a ella no le han dejado ni el dedo meñique de su hijo…
Y la niña blanca Gelinda no comprende lo que está pasando, pero los ojos de esa mujer le horrorizan, y sus dientes le ponen la piel de gallina.

Gudea de Lagash (seudónimo), de Murcia, España

Me dicen escribite un relato, algo corto, bueno digo, ¿qué querés que te relate? Me dicen, algo sobre el 13 y la mala suerte, no digo nada, me quedo masticando varios días sobre el tópico en cuestión, caigo en la cuenta de que no soy supersticioso, aunque, no es mucho decir, un poco lo soy, nunca te paso bajo una escalera abierta, y hago todo lo posible para que no se me cruce un gato negro, ni hablar de abrir un paraguas bajo techo, eso desde ya, nunca. Pero bien, eso es como mucho lo que respeto, por eso mismo sigo dando vueltas y vueltas y no se me ocurre nada que escribir, podría poner algo con la sal, los saleros y esa parálisis que me toma cuando algún comensal me pasa el salero sin apoyarlo previamente sobre la mesa. Don Furgo, el padre de mi novia estalló en risas cuando así me vio, en su casa, el día aquel en que fui a la cena en que pedía la mano de su hija. El hombre, testarudo él, insistía e insistía: Gabriel abra esa mano, agarre el salero. Yo lo miraba, ojos bien abiertos, gota de sudor corriendo por mi cuello, y nada hacía. Hasta que sin decir palabra, opté por continuar la comida desabridamente, es preferible la falta que la mala. Cintita, mi novia, no es ese su nombre real, es sólo un juego que armamos entre los dos cuando le coloqué en su delgado tobillo derecho, una bella cinta roja contra la envidia. No está de más decir de su belleza y los peligros que ella encarna ¿no?; decía, Cintita amante hija de su padre, no tuvo mejor idea que estirar su brazo, suspender sus dedos en el aire y tomar el dichoso salero directamente de la mano de Don Furgo, y al tiempo que decía, este Gabriel es tan supersticioso. Sí, sabiendo que yo no lo soy, que simplemente soy una persona precavida, un simple hombre enamorado que hace todo lo posible para que una jornada especial transcurra en armonía, una armonía que preanunciara nuestros próximos pasos al altar. Pero Cintita es así, impulsiva. Una mujer maravillosa que acompaña cada una de mis noches desde aquella noche en que, luego de lo sucedido llegó el estrépito de los platos cayendo al piso en la cocina, la ventana abriéndose de pronto y el viento volcando ese candelabro que decoraba la especial cena y las llamas de sus velas prendiendo en las cortinas de voyle púrpura y, como todos estaban ya en la cocina ayudando a la mucama que se encontraba despatarrada en el piso luego del resbalón que pegó cuando traía la bandeja con cafetera, tazas, azucarera y cucharitas, no vieron como el fuego se expandió por el mantel y los muebles mientras yo salí andando con pie derecho por la avenida aferrado a esta pata de conejo que siempre guardo en el bolsillo del pantalón. Y bien, sigo ahora sin saber sobre qué escribir, si sobre esos sueños con Cintia y su vestido blanco, sobre los paquetes con moño de los regalos del casamiento que no fue o simplemente le digo que no se me ocurre nada sobre el tema y cruzo los dedos para que no tomen a mal mi actitud…

Walter Rosenzwit, de Buenos Aires, Argentina

13 y martes: las seis de la tarde, 40º de temperatura en la calle, manga corta, sombrero arriba, botellín de agua en la boca y abanico en la mano… Mientras, Teresa espera la llamada por el telefonillo de su amiga Carmen par ir de shoping. Ring… ¿eres Carmen?, Si, ábreme que subo.
Teresa sorprendida y socarronamente le dice ¿pero como vienes con tu gato negro?, si aun fuera de color blanco, soportaría algo mejor este calor tan tremendo.
Carmen le dijo que su marido se había ido de viaje de trabajo y pensó que el marido de Teresa se lo podría cuidar.
Teresa: ¡Anda, pásalo aquí y vamos rápido a la calle!
Recorrieron todas las tiendas, disfrutaron como dos modelos de la Fashion week. De repente, Teresa se acordó (por culpa o gracia del gato de Carmen) que necesitaba un suéter negro para su pantalón. Revolvieron los stands y se trajo uno muy negro con mucho brillo.
Al regresar a casa, Javier el marido de Teresa, se había desvanecido y ésta, pensó lógicamente que, habría sido por el calor tan agotador que estaban pasando. Nada de nada, Javier le contó que no había podido soportar el ver y recordar tras ese gato negro, lo gris de su vida ahora que estaba a punto de aclararse y que por culpa de ese bicho todo había vuelto a empeorar en su apreciación vital.
Al tiempo Javier falleció y aquel suéter le sirvió a Teresa de luto para su funeral. Entre los nervios y los sollozos, se secó las lágrimas mientras apartaba un pelo negro (como de gato) que se le había entralazado en la manga de aquel suéter. Se alegró de recordar, a través del brillo esperanzador del jersey que, al final de su vida, Javier había podido reconciliar su situación psíquico-espiritual y que a pesar de todo y en situaciones que nos parecen menos favorables, acabamos experimentando que «no hay mal que por bien no venga».

Mª Elena Arenaz Erburu, de Pamplona, España

¡Pucha Víctor!
Era un martes 12 de Abril, Víctor llegó como todos los martes a las tres de la tarde, se acercó me saludó y se acostó cómodamente en el sillón.
Comenzó a hablar, se lo notaba nervioso, con un ligero temblor en su voz.
– ¿Es que sabe, sabe lo que pasa?, mañana….mañana…. (Silencio)
– ¿Qué pasa mañana Víctor? Cuénteme.
– Mañana es 13, entonces…… (Silencio)
– ¿Entonces Víctor?
– Es que no me gustan los días 13, son de mala suerte, todo en mi vida, todo, ¡Pero todo lo peor! me pasó un día 13. ¿Quiere que le cuente?
– Sí, Víctor, cuénteme.
– Un día 13 murió mi padre de un ataque al corazón, otro día 13 me separe de mi mujer, que fue el amor de mi vida. Otro día 13 entraron a mi casa y me robaron los pocos ahorros que tenía. Es por eso… ¿Entiende? Es por eso que no quiero que existan los días 13. Entonces ¿Sabe que hago esos días de mala suerte?, los días 13, ¿Ud. me entiende?
– No, no entiendo, dígame, Víctor ¿Qué hace esos días?
– Y bueno esos días opto por no ir a trabajar, no recibir visitas, ni salgo de mi casa, en fin me aíslo. Es como una protección ¿Ud. me entiende no? Es como una protección contra la mala suerte.
Y los meses pasaron, acompañados de Víctor que llegaba todos los martes a las tres de la tarde, me saludaba y se acostaba cómodamente en el sillón.
Víctor ya podía nombrar el 13 sin que le temblara la voz, sin ponerse nervioso.
– Estoy contento, ¿quiere que le cuente?
– Sí, Víctor, cuénteme.
– Sabe que el martes pasado, ¡Sí el martes 13!, salí a caminar, estaba lindo, había sol y camine hasta una plaza, me senté en un banco y me quedé mirando a las palomas. Y me dije: -¡Pucha Víctor! , es martes 13 ¡Quién te ha visto y quién te ve! Y me empecé a reír, y a reír a carcajadas. ¡Y la gente me miraba! , y claro, me reía tanto que parecía un loco.
Los meses pasaron y el 13 parecía no tener importancia en la vida de Víctor.
Martes 13 espero a Víctor a las tres de la tarde, como todos los martes, imagino que entra, me saluda y se acuesta cómodamente en el sillón. Pasan las horas Víctor no viene y no avisa. Me quedo pensando… Víctor nunca falta sin avisar.
Martes 20 espero a Víctor a las tres de la tarde, como todos los martes, imagino que entra me saluda y se acuesta cómodamente en el sillón .Pasan las horas Víctor no viene y no avisa. Preocupada, llamo a su casa me atiende una mujer, con una voz entrecortada me dice.
– ¿Víctor?, no Víctor, no está ¿Pero cómo? ¿No sabe nada? ¡Fue terrible! ¡Terrible!
El martes pasado… (Silencio) Él…él…. Estaba cruzando la calle pasó una moto…y… (Silencio). Llamamos a la ambulancia, entonces….entonces…. ya nada… nada pudieron hacer. ¿Hola? ¿Hola? ¿Me escucha?….
Sentí que me temblaban las piernas y un sudor frío recorría mi cara.
Me acosté en el sillón, mirando al techo y los ojos se me llenaron de lágrimas.
Me quedé pensando… ¿Qué fue el martes pasado? ¿Qué fecha fue el martes pasado? Miré la planilla de horarios, ¡No, no lo podía creer! ¡Martes 13! Miré de nuevo, para estar segura. Y si… no me había equivocado.
Inmediatamente cancelé mis pacientes. Cerré la puerta del consultorio y me fui a mi casa.
Mientras caminaba, sentía un nudo en la garganta. Pasé por una plaza, me senté en un banco traté de serenarme, seguramente el sol y el aire me ayudarían. A mí lado se sentó una nena que tiraba pedacitos de pan al piso. El lugar se llenó de palomas desesperadas por una miguita. Me quedé mirando como revoloteaban a mí alrededor.
Miré el banco vacío que estaba frente al mío e imaginé a Víctor sentado ¡Riéndose, riéndose, a carcajadas!
¿Creer? o ¿Reventar?

Isabel Gasperini Sala, de Buenos Aires, Argentina

Percepción extrasensorial
El tipo atravesó la puerta en su primera entrevista y recién cuando le di la mano se me dio por mirarle la cara.
«Qué facha de pajero», pensé para mis adentros. No fue necesario que pase ni un segundo para decirme «Yoni, qué animal, cómo vas a pensar eso!! ¡Qué te pasa!!?? ¡Abstinencia! ¡Contratransferencia! ¡Auxilio!».
Levemente perturbado, me senté frente al pajero… perdón, el analizante y soporté un tedioso caudal de palabras dándole vuelta a la rueda del molino para ir a aparar una y otra vez al mismo lugar: una poderosa nada.
Pasado un rato demasiado extenso, el tipo hizo un silencio, bajó la mirada y lanzó: -«Yo me masturbo».
Juro que me salió así, repentino: «¿Mucho?»
Otra vez: «Qué bestia, Yoni, ¿cómo vas a preguntar eso? ¿Qué estás haciendo?». Casi entro en pánico.
El fulano, como quien no quiere la cosa y sin espantarse, presto, respondió:
– «No, no mucho, por día de diez a quince veces…»
Sabía que mentía.

Yoni Guesmuler (seudónimo), de Buenos Aires, Argentina

Un microrrelato «cabulero»

Este mes de agosto tendrá 5 viernes, 5 sábados, y 5 domingos.
Esto sucede solo una vez cada 823 años.
Los chinos lo llaman «bolsas llenas de plata».
Al enviar este mensaje a tus amigos, el dinero no te será indiferente.
Basado en el chino Feng Shui. El que no transmite el mensaje puede encontrarse pobre.
Obedeceremos… nunca se sabe. BUENA SUERTE!!!

Lucía Teresa, de Lanús, Provincia de Buenos Aires, Argentina

LAS BRUJAS NO EXISTEN…?
BRUNILDA es una abogada penalista, tiene personalidad, siempre bien parada, con decisión. Defiende sus causas con abnegación y esfuerzo. Pero…, no siempre era así. Su aspecto era oscuro, Todos los días vestía de negro o gris. Su oficina era común, no tenía grandes lujos, era austero, con poca luz. Allí pasaba horas, elucubrando estrategias brillantes como quien fuera una bruja creando pociones mágicas, escribiendo largas defensas a ladrones, homicidas y violentos. Quienes la conocían la llamaban BRUJILDA.
Un día Martes 13, Brunilda se encontraba saliendo de una audiencia intensa en los Tribunales en que defendió a una persona de baja calaña, con sendos antecedentes violentos, tropezó en una de las escalinatas del palacio, cayendo al piso y su carpeta cargada de escritos en la vereda se esparció y allí lo encontro. Era un colega abogado que a levantarse la ayudo. Vio unos ojos azules que no olvido. Y el mismo a tomar un café a ella invito. Ella, Brunilda asombrada y patitiesa se quedo. Nunca antes un hombre tan decidido, en cuenta la tomo. El café fue rápido y por sus obligaciones a su oficina, ligerito regreso. En el ascensor, en el espejo se miro y tras su negro cabello, sus propios ojos verdes chispeantes advirtió.
A los pocos días el teléfono sonó, era el colega que a almorzar la invito. Al principio dudo, pero luego acepto (ya que algo le gusto). Para la ocasión mucho se preparo, la ropa renovó, ya no era negra, sino un pantalón azul y una blusa bordo. Su pelo dejo de ser negro ya que en la peluquería lo aclaro.
Cuando al restaurant llego, el colega enamorado quedo. Ella con su presencia lo cautivo y ella también enamorada quedo.
Los días pasaron y los encuentros se sucedieron. La atracción entre ellos creció. Brunilda y su colega enamorado dejaron por más tiempo el estudio para vivir su amor. Brunilda tan bien se sintió que el aspecto personal y el de su estudio cambio. Ella mantenía su porte trabajador y su decisión, y se daba la posibilidad de separar su trabajo de su vida para compartirla con su enamorado y planificar juntos su vida en común. Y así fue que un día martes 13 del año 2013 Bruj…, perdón BRUNILDA muy feliz con su amado, se caso. Y ya no fue más BRUJILDA PARA SER SIMPLEMENTE BRUNILDA y concluir si en realidad LAS BRUJAS… EXISTEN???

Betina Mariana Hojman, de Buenos Aires, Argentina

Reunión Espiritista
Sonó el teléfono para ser invitado a una reunión espiritista por una recién conocida amiga -no se por que acepte, me pregunte- pues apenas si conozco a Carmen (la conocí porque íbamos por una vacante de trabajo y resulta que ninguno de los dos fuimos aceptados). Quizá porque me gusta, quizá por curiosidad, ya que nunca he asistido a ese tipo de reuniones.
Era de noche y la casa se veía descuidada, con muebles viejos, en los suburbios de la cuidad.
Nos reunimos al rededor de la mesa 8 personas de aspecto común y corriente. Eran las 23 horas y se procedió a llamar al espíritu del esposo de una de ellas.
Conforme pasaba el tiempo lo que empezó como una ligera llovizna apretaba cada vez más hasta convertirse en un fuerte aguacero. A lo lejos se oye el ruido de un tres que le da un toque muy especial a la reunión. Me recordó el tren de mi pueblo que pasaba a la media noche y que hace años arrollo a un camión que iba a una procesión matando a dos señoras e hiriendo a varias más, suceso muy comentado en esa época.
Cerramos los ojos, y la médium invoca al espíritu, se hace un silencio incomodo, se escucha el ladrido de unos perros, el ruido de un camión que frena a media calle, yo escucho mi respiración un tanto agitada, todos a la expectativa, se apaga la luz y un fuerte trueno se deja escuchar muy cerca. Yo estoy sudando con un sudor frío que recorre mi frente, baja por la nuca y llega a las axilas, con la boca seca, las piernas me tiemblan, deseo levantarme e irme de ese lugar, pero no me responden los pies, se niegan a moverse. Otro relámpago que ilumina la sala y momentáneamente veo los rostros de los asistentes, están pálidos llegando a cadavéricos -como seguramente esta también el mío. De verdad siento que se me paraliza el corazón, ya que late muy fuerte, tan fuerte que me duele el pecho, ese dolor va aumentando haciéndolo insoportable, con gran esfuerzo logro moverme un ligero movimiento al tiempo que se escucha un fuerte grito…Tamales oaxaqueños… Tamales oaxaqueños… suficientes para despertar, despertar empapado en sudor.

Gilberto García Suárez, de México DF, México

Decimotercero
No era un lobizón.
La desgracia de Manolo era mucho peor que una transformación en noches de luna llena. La suya era una maldición con todas las letras. Era el decimotercer hijo del matrimonio López.
Su madre era aún algo joven cuando lo tuvo, aunque ya parecía una vieja. Flaquísima, arrugada y desdentada (el calcio se lo había ido absorbiendo cada vástago en el vientre), doña María siempre había mirado a Manuel – era la única que lo llamaba así – con recelo.
Desde que nació, aquel martes 13 de enero de 1913, ella había esperado que en su hijo se hiciera carne la desgracia. Había tomado cuanto yuyo conocía, caminado leguas, en fin, había hecho lo imposible por adelantar ese parto. Pero no hubo caso, ese chico debía estar protegido por el demonio. Venir a nacer en un día así. En realidad ya había tratado de frenar a su marido. Con doce hijos, ¿qué necesidad tenía? Tampoco hubo mucho que hacer, José llegaba algo pasado de copas a veces y así no sólo habían llegado al decimotercero, sino que seguían engendrando hijos.
Apenas nació la criatura, que sobrevivió a tanta movilización materna nadie sabe cómo, le trajeron a María una bruja, para que le adelantara lo que podía esperar del crío, y combatir el maleficio, si es que la tarifa no se encarecía demasiado. El vaticinio de la mujer no le sirvió a esa madre. Le prometió que el pequeño sería fuerte, sano, y que su futuro no tendría mayores problemas.
Lechuza engañadora, conspira con Satanás y me oculta la verdad. La echó a los gritos, acusándola de robarles el dinero con mentiras. Su hijo estaba maldito y ella lo sabía.
Sin embargo los años pasaron y el niño crecía saludable, aunque su madre no lo mimaba, ni le preparaba las torrejas como a sus otros hermanos. Manolo no recordaba canciones de cuna ni caricias. Doña María prefería tomar distancia de eso que había salido de su vientre, por temor a encariñarse con la encarnación de la desdicha.
En 1926 el chico cumpliría los trece años, y para tenerlo lejos por si sobrevenía algún infortunio, lo enlistó en el ejército. De más está decir que Manolo sobrevivió a ese cumpleaños. Y a la Guerra Civil. Y a sus veintiséis. Y a los treinta y nueve. Y a los martes trece. Y a los gatos negros, las escaleras, y hasta a las mujeres de las que se enamoró y no lo correspondieron.
Tuvo una buena vida, Manolo. Ascendió en su carrera militar, obtuvo cargos, ganó dinero. Un buen día conoció a una muchacha que también se enamoró de él y se casaron. Tuvo hijos, nietos, bisnietos. Y en todos esos años, nunca se atravesó en su camino la desgracia. Falleció en el 2013, hace poco. Algo que muchos consideran más que buena suerte.
Lástima que doña María nunca se enteró, ella se fue mucho antes. Como tampoco nunca cayó en la cuenta de que la única maldición que había sufrido su decimotercer hijo fue que su madre no lo hubiera querido.

Victoria Vázquez, de Haedo, Provincia de Buenos Aires, Argentina

Era martes…martes 13. Y yo no creo en las brujas ni en la percepción extrasensorial… ¿en la comunicación de inconsciente a inconsciente? Puede ser…
El llegó como siempre, silencioso se acostó en el diván…Y entonces empecé a pensar en bichos …bichos que caminaban por las paredes, negros, ¡horribles!! ¿me estaba volviendo loca?…
Entonces el dijo: abandonaron el bar debajo de mi oficina , dejaron material orgánico en descomposición y estoy muy preocupado…se esta llenando de bichos que temo suban hasta mi piso…

Lilita (seudónimo), de San Justo, Provincia de Buenos Aires, Argentina

Convocatoria 13º Aniversario de Viví Libros – Segunda Parte

Trascribimos el resto de las participaciones a continuación. ¡Qué disfruten la lectura!

El visitante del mar
Sí, a veces me acontece.
Estoy paseando entre los límites de mi cuarto, pensando en los modos de vivir extra-muros, a pleno sol, o haciendo lo que la multitud hace, gozando el inerte silencio de las cosas y el inquieto mirar de lo posible.
De repente, se oyen suaves golpes en la puerta.
¿Quién puede ser?
Todo el cuarto recupera su vigilia, yo me interrogo sobre el posible visitante; suaves golpes, una mano desconocida busca mi presencia. No es un acreedor ni la policía, esos usan el estrépito.
Por mera precaución espío por el ojo de la cerradura; apenas veo el vuelo de una gaviota y el perfil de los requeríos en el fondo del corredor. De nuevo escucho tres golpes delicados; por un instante pienso que tal vez sea una antigua enamorada, que así anunciaba su presencia gentil, mas ella vive en otros mundos. Tal vez sea algún niño, a ellos les gusta hacer estas gracias.
Detrás de la puerta el visitante parece esperar. Yo también espero. ¿Y si fuese ella cuya seña combinada eran esos tres golpes? ¿Si también la nostalgia hubiese golpeado a su puerta y luego atravesado el gran océano y en ese instante estuviese en la semioscuridad, algo escondida apenas para darme la sorpresa? Volver después de doce años para recomponer un amor interrumpido, ¿no sería maravilloso?
Apenas oigo un movimiento de alas, como de gaviotas al final de la tarde intentando despedir al sol antes de hundirse en el horizonte marino.
Abro sin miedo:
Es el mar…
Ahí está con su sonrisa de olas y de puertos distantes.
Está esperando mi señal para cruzar la puerta.
No resisto, no trato de escapar, sus aguas atravesaron las calles íngrimas y buena parte de la ciudad para brindarme su grandeza oceánica.
¿Podría decir que se equivocó de domicilio, que soy un simple inquilino en propiedad ajena, que soy un marinero sin contratos de navegación?
Oh, mar, vamos a navegar…

Emilio Romero Ele, de Brasil

Tendría unos veintitantos años pero el psicoanálisis ya era mi pasión principal. Nunca había ido a consultar con alguna de esas señoras que leen cartas, ¡cómo iba a hacer semejante cosa, tan contraria al análisis!, me decía. Sin embargo, un día me aventuré a sacar una cita, avergonzada de mí misma, de admitir que podía creer en que alguien podría leerme el destino. El día llegó, un par de personas me antecedían así que hube de esperar un largo rato hasta que llegara mi turno, yo era la última. La señora que me recibió usaba un pañuelo a modo de turbante y me doblaba en edad. Muy seriamente, me preguntó por el año y el mes de mi nacimiento, luego por el día y la hora. Dije una hora aproximada, que luego verifiqué que era incorrecta. Para mi sorpresa, me dio las cartas y con lágrimas en los ojos me pidió que se las leyera yo a ella. ¿Qué? Pero no señora, cómo voy a hacer eso. La mujer insistía, suplicaba. Bebió de una botella y allí me percaté de que estaba algo pasada de copas. Yo sé que tú has venido porque mi hija te ha enviado, me dijo al borde las lágrimas, ella nació un día como hoy y murió el mismo día que tú naciste, a la misma hora, sé que eres su mensajera, me leerás las cartas. Me conmoví pero, sobre todo, me sentí atrapada, ella hablaba desde una certeza sin fisuras y no iba a ceder. Yo había aprendido a usar las cartas en los recreos del colegio, ayudada con una revista que había comprado expresamente para jugar a leerlas, y recordaba vagamente cómo se disponían, aunque había olvidado todo lo demás. De manera que jugando con las figuras inventé una historia lo mejor que pude, pero no soy capaz de recordar lo que dije. Al final, me acompañó hasta la verja de su casa y allí, en la vereda, se despidió de mí con un fuerte abrazo y me dijo que yo tendría suerte. De eso no me sentía nada merecedora porque, desde mi punto de vista, yo la había estafado, tanto fue así que me ofrecí a pagarle “la sesión”, y ella aceptó, por supuesto.
Ni bien pude, le narré a una amiga, que era también mayor que yo y muy sabia, lo sucedido con la adivina ¡Nunca más volvería a uno de esos sitios!, me quejaba. Todavía recuerdo lo que mi amiga me respondió: “No es poca cosa el abrazo de una bruja, te traerá la suerte”. Y yo le creí.
Ella también decía que “una bruja” parecía acertada cuando de algún modo conseguía nombrar algo de tus deseos. Ahora me pregunto: ¿por qué le pagué a esa adivina?

Marita Hamann, de Lima, Perú

Termino de trabajar y me siento diez minutos a descansar. Pienso en ella como cada vez que el tiempo libre me lo permite. La espero entre sueños.
Me gusta pensar en ella.
Me gusta importarle.
Me gusta extrañarla, aunque a veces me duela.
Me gusta cuando habla de football, cuando se ríe, cuando llora, cuando se queja.
Me gusta que me escuche.
Me gusta cuando entra en mis sueños.
Trinnnnn Timbre! Llegó ella!
– Hola?
– Sí Doctor, soy yo.
– Pase.
Llegó mi paciente. ¡Qué mala suerte, qué maldición que me guste!

Miguel Salas, de Madrid, España.

Fatalidad
Estaba preocupada, no había con quien compartir su inquietud, el día había sido pesado. Antes de acostarse, rezó por sus seres queridos y se persignó por sí misma, deseándose suerte esta noche. Miró con desconfianza para un lado y para otro, las ventanas estaban cerradas y aseguradas; la puerta de igual manera, elevó un imperceptible suspiro, luego apagó la luz.
En la penumbra, trataba de aferrarse con la mirada a los detalles conocidos, pensaba que sería otra noche de pesadilla, le aterraba pensar en las horas que la separaban del día siguiente. No había conciliado el sueño, cuando sintió aquella estampida infernal, estaban lejos, pero los conocía de memoria, se quedó estática, como congelada, se acomodó de un lado, se cubrió con la sábana, sacó la mano derecha, la puso extendida al lado de su rostro, más parecía a una posición de ataque más que de defensa. Los latidos de su corazón se aceleraban, mientras contenía la respiración; esta sudando frío.
Aquel extraño lenguaje se hizo cada vez más claro y cercano; la habitación parecía una caja de resonancia, aquella euforia dantesca, primero trazó repetidos círculos en torno a ella, unas veces estaba sobre sus pies, otras a sus espaldas, otras, las más voraces en su delante; en la oscuridad, era imposible ver el más mínimo movimiento, por ello, continuaba en su posición felina. Finalmente, aquel ruido, aquel silbido se aisló, se hizo totalmente notorio, en estrepitosa caída se lanzó sobre ella, parecía un estruendo que se posaba en el oído izquierdo, con movimiento rápido y fulminante, bajó la mano sobre su hombro; todo había terminado, ahora podía dormir en paz, el zancudo (mosquito) había sido sacrificado.

René Aguilera Fierro, de Tarija, Bolivia

Iré a Santiago
Aquel primer viaje para visitar el Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre en Santiago de Cuba, no había estado exento de contratiempos. Era el tercer tren que se nos iba en igual cantidad de días por la avalancha de pasajeros que siempre abarrotaban esa ruta y otra cualquiera. Por lo tanto a la cuarta iba la vencida. Y así fue. Finalmente en un pasillo amontonado, por personas, cajas y animales, emprendí acompañado por tres amigos, mi primera experiencia hacia ese lugar sagrado para muchos cubanos. En la agenda de mis amigos y en la mía también, iba un objetivo prioritario y difícil de lograr, pero con una fe absoluta en que la Virgen nos ayudaría en nuestros clamores. Era un verano de la primera mitad de los noventa, que sacudía la isla con una crisis espantosa. Hacía un calor insoportable y olores de todo tipo y tras el prolongado pitazo que anunciaba la partida, lográbamos salir desde Camagüey, hacia un lugar que siempre emociona visitarlo.
De inmediato empezaban a asomar todo tipo de personajes que iban a protagonizar aquel largo viaje; pero una de las cosas que más me llamó la atención fue la puja por la compra de una Calabaza de las llamadas de Corneta, que tienen mucha masa, pocas semillas y exquisito sabor. Recuerdo que el dueño de la calabaza, abrazaba aquel preciado fruto de la naturaleza, como si fuera una hija muy querida.
La calabaza era enorme y su propietario la acercaba, para que algunos la tocaran con el nudillo de sus dedos y la calabaza resonaba con cada toque, como señal de que estaba amarillita, dura y pastosa, es decir tenia todos los ingredientes para ser bien cotizada. Eran los tiempos en que un salario promedio rondaba los 150 o 200 pesos mensuales. El dueño decía que no la vendía por nada del mundo, pero dejaba entrever que si había una oferta jugosa, podía ceder. Percibido el hecho, la primera propuesta vino de un gordo que transportaba un Cerdo que viajaba apaciblemente dentro de un saco gracias a un diazepán que le habían suministrado, según explicaba el dueño. Y el gordo empezó la puja ofreciendo 60 pesos, por la calabaza que fue subida inmediatamente por otros viajeros a 80, 100 y 120 pesos en un regateo que duro buen tiempo mientras el tren avanzaba.
Estaríamos en las cercanías del central Siboney, cuando una señora que se había mantenido todo el tiempo en silencio, hizo la más tentadora de las propuestas: Una botella llena de manteca de puerco y unos chicharroncitos que olían a delicia, por el preciado fruto de la naturaleza. Fue algo fulminante, algo así como un jaque mate que llevo al propietario a acceder con la cabeza y dar por hecho el trueque. Ella le había ganado el pulso a las propuestas monetarias y lograba arrancarles la calabaza al más valiente de los pujadores que un intento desesperado subía su oferta hasta los 130 pesos por la susodicha vianda. Tenía un resplandor de triunfo en su rostro aquella mujer que era incomparable, porque ahora la podía tener entre sus brazos y ella disfrutaba los elogios hacia la calabaza y se la ofrecía a otros viajeros para que le cogieran el peso. Y la señora explicaba como la iba a cocinar echándole manteca de puerco calientica con ajos machucados y unas cebollitas laqueadas, mientras el gordo que más pujó no quería oír aquello y lleno de frustración se habría paso entre la multitud, porque él al igual que nosotros tragábamos en seco. Era el valor de las cosas en determinadas circunstancias el que se imponía, porque en ese momento, tener una cucharada de grasa de cerdo para echarle a una comida, era un privilegio.
Otras muchas anécdotas y personajes colmaban aquel tren de pasajeros que después de casi 8 horas de viaje, anunciaba nuestra llegada a Santiago de Cuba, que nos recibía con un gran apagón, que era otro de los protagonistas de esa época, pero que gracias a la luminosidad de ese Caribe nuestro, me permitía divisar que había llegado a una gran ciudad, bella e irrepetible que dormía en penumbras, pero que dejaba entrever su encanto, bajo una luna llena y llovizna recién caída que la envolvía en un clímax único.
En las afueras de la Terminal, se amontonaban choferes de alquiler que veían en ese tren una oportunidad de sacar ganancia en río revuelto, pues sabían que a esa hora, era impensable encontrar algún transporte público con un precio honesto. Salir de allí significaba pagar una suma cuantiosa y mi amigo Rolando que era el más solvente y cabeza de la familia Montejo con la cual viajaba, pudo alquilar un auto hasta el Santuario de la Virgen del Cobre, que estará como a unos 20 o 25 kilómetros de Santiago de Cuba, el chofer nos dijo que en aras de ganar tiempo nos llevaría por el Camino más cercano, pero también más tortuoso, según pude comprobar después; y así dando tumbos prácticamente a ciegas en aquel Chevrolet del 52, con motor de petróleo Ruso y cuyos faroles apenas iluminaban el complicado camino, me llevaba a pensar que en cualquier momento terminaríamos incrustados contra una casa u otro auto. Avanzábamos a una velocidad espantosa mientras nos mirábamos aterrados por aquel rally en el que nos habíamos metido, pues ese chofer al igual que otros debía regresar cuanto antes a la terminal, para seguir su faena. Y así como montados en una montaña rusa, llegamos a tan sagrado lugar.
Una vez allí y gracias a la bondad de los religiosos que cuidaban del lugar, pudimos alojarnos en el Hostal del Santuario, dormir un rato y poder descubrir uno de los amaneceres más bellos que puedan ser apreciados, porque gracias a Dios y en medio de tantas situaciones difíciles, la naturaleza nos regalaba el canto de sus aves, el verdor de las montañas orientales que puedes apreciar desde sus esplendorosos patios que circundan el lugar con una vista privilegiada desde la cima de una loma, y mirar también un pueblo pintoresco y lleno de flores por todas partes, aunque no exento de otros colores. El Santuario del Cobre es un sitio donde percibes una paz interior muy grande, es como un oasis, a la realidad que se vive más allá de sus muros.
Caminamos a la Iglesia, asistimos a misa, subimos al salón de la segunda planta donde se encuentra una imagen de la virgen y allí en el más absoluto silencio pedimos aquel deseo lleno de tantos sentimientos encontrados. Era la solución que veíamos a una vida que se te iba como el agua entre las manos. Ese día rezamos con mucha fe.
Regresamos y con más calma pude contemplar la bella ciudad de Santiago de Cuba, con sus calles y parques, su arquitectura y su gente tan musical y expresiva; y tomar su preciosa Alameda en busca del El Morro situado en la entrada de la bahía y que desde uno de sus balcones te permite contemplar el alto Oriente Cubano con todos sus coloridos y el Mar Caribe a tus pies. Santiago es una Ciudad única. Eso pensaba mientras regresaba a mi ciudad natal.
Años después volví, pero esta vez desde otro lugar más allá de nuestras fronteras, y por supuesto, también al poblado del Cobre para darle las gracias a la Virgen, recorrer de nuevo cada palmo de ese hermoso lugar, respirar hondo y agradecerle una vez más a nuestra patrona por habernos concedido aquellas visas para un sueño; y prometerle regresar una y otra vez porque ya tenemos un pacto y otra promesa por cumplir, que posiblemente sea la de muchos también.

David M Rodriguez Serrano, de Miami FL., U.S.A

Bendito Rayo que Estas en los Cielos
El día anterior, yo había quedado con mi amiga María, en irnos hasta unas fincas agrícolas, en busca de poder cambiar o vender algunos artículos que tanto en el campo como en la ciudad, eran muy deficitarios , transcurría el año 1993 en medio de una inmensa crisis de todo tipo y al cual le habían dado en llamar “ periodo especial”. Pero la madrugada había sido lluviosa y yo me resistía a ir, mientras mi amiga María, me dibujaba en mímicas los enormes quesos, galones de leches y cuanto cultivo existiera por esos lugares y que nosotros podríamos traer, y yo no quería ir, mientras María me repetía que a ella las corazonadas nunca le fallaban y que ese viaje prometía cosas muy buenas…
Logrado su propósito partimos con unos naylons tapándonos la cabeza en busca de la salida de Camagüey hacia uno de aquellos puntos de embarques, conocidos como los amarillos, y surgido a raíz del colapso del transporte que anteriormente hacia esos recorridos mediante ómnibus. “Afortunadamente” encontramos un camión sin techo en el cual yo trataba de proteger a toda costa, un par de zapaticos de jovencitas y una plancha eléctrica que mi madre me había dado para el trueque, y por otro lado luchaba porque aquel viento que se multiplicaba debido a la velocidad del camión, no me arrancara un vapuleante Naylon que apenas me protegía a medias.
Como si aquello no fuera nada, María conversaba en el trayecto con los que parecían ser moradores de la zona a la cual nos dirigíamos, sus diálogos giraban a algo que durante muchos años ha estado presente y es ya casi un reflejo condicionado de muchos cubanos de la isla “La Comida”. Por ello María no paraba en su búsqueda de información y sus diálogos exploratorios eran. “Ya debe de haber mucho queso y leche en Guáimaro porque hace días que está lloviendo, «¡ay vendita seas primavera… Y los plátanos deben de estar para cortar…”. Así sus interlocutores le hablaban de precios y cantidades, y ella quería cada vez más por unas botellas de Ron que llevaba , unas ropas de uso, y unos zapatos artesanales hechos de suela de recamaras de camión y mezclilla, a los cuales le llamaban “chupamiao”.
Después de aquella lucha contra el viento y la lluvia durante casi dos horas de viaje, nos bajamos en un lugar en medio de un monte que tenía un terraplén que lo atravesaba y que nos esperaba lleno de lodo y agua, pero María no desfallecía y me animaba confiada en su corazonada de que algo bueno, nos esperaba… Mientras me repetía de que yo no fuera a dar baratas mis cosas que esos guajiros tienen dinero y comida por cantidad. Ella los conocía desde hacía mucho tiempo y creo que eran hasta parientes.
Cuando llegamos al lugar nos recibieron con la alegría habitual conque los campesinos cubanos reciben a cualquier visitante en sus casas, pero yo a pesar de ello notaba cierto recelo o interés de que nosotros nos mantuviéramos en el portal, hasta nos sacaron unas sillas a pesar de que la fina llovizna continuaba cayendo y en sus ráfagas de viento lograban alcanzar el portal donde nos encontrábamos, por eso María aprovecho que la parienta de ella que nos recibió, fuera en busca de un vaso de agua para calmar una supuesta sed que María decía tener , para decirme…” Aquí hay gato encerrao, pero eso lo descubro yo en diez minutos con esto, aunque se la tenga que regalar” mientras me mostraba una de aquellas botellas de Ron que pretendía brindársela al dueño de la casa.
Y la estrategia de María resulto a las mil maravillas. Como a la media hora de conversaciones y brindis, el hombre fue entrando en confianza mientras saboreaba una y otra vez aquel Ron que a mí me sabía a petróleo y fingía tomar. Hasta que transcurrido ese tiempo de brindis con música ranchera mexicana, que reproducía una radiograbadora soviética y recuerdos de cuando ellos eran muchachos, el hombre dijo la frase mágica que María y yo esperábamos…” Familia aquí estamos en confianza y espero no me defrauden…” (Y a María los ojos se le querían salir, mientras el buen hombre esperaba de nosotros una respuesta de fidelidad ante la confesión que nos iba a revelar) “… quiero decirles que aquí dentro, en la cocina…hay, un toro muerto!
El problema era que las leyes cubanas son muy drásticas con la matanza del ganado, aunque sea tuyo, y aunque el señor de la casa era incapaz de matar Res alguna por tal de no buscarse problemas con las autoridades, y aquel animal que me mostraron sobre una enorme mesa, yacía descuartizado, lo cierto era que había muerto debido a una descarga eléctrica que esa mañana había caído sobre el árbol, bajo el cual el animal se protegía y lo había matado por carambola, y la orden era que cuando un animal por causas como esas o de enfermedad moría , había que quemarlo, pero primero tenían que tener una orden de incineración emitida por un veterinario que daba fe de tal muerte y con testigo de que la Res efectivamente iba a ser calcinada sin que le faltara un pelo, pero la necesidad de alimentación del veterinario y de los testigos, hacían que aquella supuesta quema terminara en una repartición de sus carnes.
Mientras llegaban el veterinario y los testigos de la quema, ya María iba adelantando con un caldero lleno de bisteces sobre un fogón. Confieso que nunca antes había visto tanta carne junta ni la había comido por tanta cantidad. María por su parte parecía quererse comer el toro entre ella y yo, mientras me repetía…” Mira prueba estos que son Riñonadas, y estos que son filete, y estos otros…”.
Cuando ya la tarde anunciaba su retirada, y nos aprestábamos a regresar a casa con aquellos maletines y otras jabas llenas de carne, además de las cosas que llevábamos para cambiar y que nunca lo hicimos, y yo la apuraba por el regreso , pude observar que María, que todo aquello que se llevaba le parecía poco, se metía unos grandes bisteces envueltos en un viejo periódico Granma, en cada Teta, mientras los Guajiros seguían su parranda y nosotros nos alejábamos rápidamente mientras yo miraba el cielo y le daba las gracias.

David M Rodriguez Serrano, de Miami FL., U.S.A

Cuentos del Camino
Ese día como otros tantos, hacia un esfuerzo desesperado por llegar lo antes posible a Camagüey, pero la caída de la tarde me sorprendió bien lejos de mi casa, y dependiendo como siempre de lo que apareciera en el camino para poder transportarme. Una angustia empezó a recorrerme en la medida que la noche comenzaba a cundir el lugar. Me había quedado varado en un pequeño pueblo llamado Chaparra, en la costa norte del Oriente cubano. Estaba como a 8 horas de mi destino final, teniendo en cuenta lo irregular que es viajar por cuenta propia en Cuba.
Entonces decidí quedarme en la estación de ómnibus del pueblo, situada a un costado de una carretera que comunica a este con otros. Yo sabía que por aquella carretera al caer la noche podías prácticamente acostarte sobre ella y dormir, pues el transporte que de día era casi inexistente, de noche era algo así como un oasis en el desierto, era una de las etapas más difíciles, de la larga lista de esos momentos que se han vivido en la isla, casi de forma endémica. Entonces me resigne a esperar por una Guagua o Autobús, que saldría al otro día a las cinco de la madrugada con destino a la ciudad de Las Tunas, para de allí seguir rumbo a Camagüey.
Dormía sobre uno de aquellos rígidos y estrechos asientos de plywood, cuando a eso de las 3 de la Mañana, siento una voz parecida a un megáfono de circo, que gritaba a todo pulmón: “De pieee que se va a vender el desayunooo”. Aquello parecía algo fuera de todo sentido común, pero lo hacían para evitar grandes aglomeraciones debido a los escasos productos que para ofertar tenía la cafetería de la terminal, y de esa forma cumplían con ofertar algo, para que después nadie dijera, de que allí no se vendía nada.
Guiado por el impulso de los que se apuraban en alcanzar el mostrador, yo también apure mis pasos hacia ese lugar, donde una señora regordeta, aclaraba que nadie podía repetir. Se refería a que solo se venderían dos pequeñas bolas de pan por persona y un vaso de una infusión caliente echa con alguna planta medicinal. Aquella cola comenzó a avanzar en la medida que la dependienta, despachaba y cobraba. En ese momento es que me percato que aquellas bolas de pan divididas a la mitad, eran sumergidas por cada una de sus caras en una olla con agua de azúcar prieta que después ella volvía a colocar en su forma original, mientras el almíbar que el pan no era capaz de absorber rodaba por sus dedos y unas uñas descuidadas que delataban su falta de higiene.
Ante tal panorama, creí que una luz me había iluminado para evitar aquella agua de azúcar prieta que le era impregnada al pan, y cuando llego frente a ella, le digo la frase que me iba a salvar de aquello: . Entonces levanto su mirada autoritaria y me achicharro a quema ropa con su respuesta. . Y con la misma me puso aquellas dos bolas de pan chorreante en mis manos, a la vez que me arrebataba el billete y cobraba el importe de la venta.
Pensé botarlos, pero también pensé, en que no sabía la hora en que yo iba a llegar a mi destino y encomendándome a la divina providencia de que aquello, no fuera a provocarme males estomacales comencé a tragar sin más remedios. Mientras me alejaba escuchaba decir a la dependienta:. Por suerte logré pasar aquella inmunización sin mayores contratiempos, que el de una aguda repugnancia.

David M Rodriguez Serrano, de Miami FL., U.S.A

Mi Encuentro con Celia Cruz
No les voy a hablar de un sueño que tuve con ella, o de una anécdota fruto de mi imaginación, les voy a contar aunque parezca difícil de creerlo sobre mi encuentro con Celia Cruz, días después de su muerte en un rinconcito bien querido por muchos cubanos. Si, para sorpresa mía pude encontrarme con Celia en el Santuario Nacional de la Virgen del Cobre, cuando una banderita cubana que se encontraba sobre una de las mesas donde los peregrinos suelen dejar aquello que prometieron a la Virgen, destacaba por sobre muchas otras cosas.
Al acercarme para verla con detenimiento pude ver un mechón de pelo bien negro sobre la banderita y un papel escrito a mano, donde explicaba que esa banderita había acompañado el cortejo fúnebre de Celia Cruz, y que el mechón le había sido cortado expresamente para ser llevado hasta allí, por su hermana Gladys. Aquello me sacudió por completo. Había tenido el privilegio de estar tan cerca de ella, de poder tomar aquel pelo, besarlo y pedirle a la virgen que la tuviera en un lugar privilegiado, pues había regresado aunque fuera de esa manera, ya que de otra forma no pudo ser.
Mirando su pelo y la banderita, pensaba como las paranoias políticas pueden causarle tanto dolor a una persona y en este caso también a su público, que nunca más pudo volver a verla en su isla querida. En estos días que se cumplen 11 años de su muerte, y cuando ni sus restos han podido regresar a la Isla porque se lo impidieron y se lo impiden comandantes y generales, su música sigue por todas partes pues como dice ella misma en una estrofa de sus tantas canciones: <… viviré, allí estaré mientras pase una comparsa con mi rumba cantaré, seré siempre lo que fui, con mi azúcar para ti yo viviré, yo viviré…>.
Es lo grande del arte que puede traspasar cualquier barrera y Celia lo hizo ya, hace mucho tiempo. Los que te queremos, que somos muchos te damos las gracias.

David M Rodriguez Serrano, de Miami FL., U.S.A

El vampiro de Buenos Aires
Sus añejas mentas las halló el antropólogo Marcelo Pisarro, hace unos años, en un acta judicial boliviana de 1807, y tenía un curioso sobrenombre: Jucucha. Se alimentaba mayormente de animales; solamente de modo ocasional asesinaba para ello a niños, ancianos y bebés. Finalmente lo ajusticiaron a comienzos del siglo XIX, no sin grandes trabajos que parecen confirmar su extraña condición. El testimonio de un ladrón de poca monta, Valerio Cabero, señala en el documento que Jucucha -mulato y natural de Río de Janeiro- fue ajusticiado en la ciudad de Santa María de los Buenos Ayres, descuartizado y hecho explotar usando pólvora en 1804, por explícitos cargos de vampirismo y ofensa a Dios. Su horrenda historia también fue incluida en el “Compendio de tradiciones pampeanas”, del folklorista Juan B. Portela, publicado en 1909. Antes de descartar de plano la existencia de un vampiro en la capital del virreinato rioplatense, reflexionemos sobre un detalle crucial: la pólvora era de uso exclusivo de las tropas del rey, por razones de seguridad y además, porque entonces era carísima. ¿Qué sentido tenía desperdiciarla en hacer volar por los aires un cuerpo ya muerto, si no era otro que asegurarse fehacientemente de que no volviera a este mundo? El marqués de Sobremonte debe de haber tenido sus buenas razones, máxime cuando el drástico método estaba reservado, en el Viejo Mundo donde el virrey nació, exclusivamente para licántropos y vampiros…

Luis Benítez, de Buenos Aires, Argentina

SEÑALES
He repasado mi peinado.
El nudo de la corbata.
Cuidé mi aliento y la raya del pantalón.
Marcho a la última entrevista por un empleo que podría significar por primera vez en meses, una ocupación sólida.
Estoy ansioso esperando desde el andén. Llega, subo, marcha rápido, ya casi…
Marcha rápido, falta una estación.
Acecho la puerta.
Veo pasar imágenes conocidas; decoradas, que pretenden incentivar el consumo.
Alguien dispuso que el tren no pare donde debo bajar.
Manoteo la puerta que no se abre. Utilizo el zapato para hacer palanca en la parte baja. Pierdo un mocasín. Me lanzo.
El pie que aún conserva su zapato toca tierra y el cuerpo entero se eleva en un rebote que anuncia el siguiente derrape.
Comprendo que ninguna alianza, sea de la fortuna o de las leyes del vuelo, me sostendrá en la vertical en los próximos segundos.
Al fondo cada vez más cerca una escalera de cemento y a sus costados algunas columnas de hierro. Me ovillo y trato de rodar.
……
La señal no puede ser más clara.
Ese empleo no es para mí.

Horacio Cerrato, Buenos Aires, Argentina

¡La suerte está echada!
La miro mientras gira y gira en el aire. Cae estrepitosamente y rueda hasta que dando vueltas en si misma detiene su marcha. Por un segundo el mundo se paraliza y no puedo controlarlo. El maldito o bendito destino está signado a ese impredecible y vulgar mecanismo de azar ¿Cómo pude dejar librada mi vida a este juego? ¿Cómo pude arriesgarlo todo en el devenir de una simple moneda?

Roberto Cordero, de Montevideo, Uruguay

Cumpleaños en 13
La bala le atravesó el cráneo. Le había llevado al riachuelo con la excusa de celebrar en ese lugar, en la intimidad, su cumpleaños. “Para recordar viejos tiempos” le dijo y él aceptó sin reservas y hasta con cierto agradecimiento en la mirada. Hacía algunos meses que Adela se rompía la cabeza para dar un sentido especial a sus cincuenta años. La visión del número la espantaba de la misma forma que la flacidez de los muslos. Desde la infancia, cada trece de abril, un diez: bebita perfecta, niña ejemplar, adolescente sin problemas, estudiante sobresaliente, esposa y madre modélica. También, cuando se puso, amante diez: lujuriosa y tierna a la vez, como en un bolero. Hasta el día en que su reciente ex le habló de su próxima boda con la mujer de treinta años con la que había empezado a salir y con la que iba a tener un hijo. Ese cumpleaños, que cayó en viernes, Adela fue protagonista y testigo de su primer trece de abril fuera de la ley y del primer crimen del pueblo en los últimos diez años. Crimen en el que el flamante y apuesto secretario judicial no podría abrir diligencia. Su sangre nadaba mecida por el agua.

Pury Estalayo, de Madrid, España

TAL PARA CUAL
—Marta, tu marido acaba de escupirle a la niña en la cabeza —informé a mi hermana a espaldas de Yorbos.
— ¡Qué exagerada eres! —A ella aquella aberración le parecía cómica—. No escupe de verdad, solo hace el amago.
—Ni hablar—insistí, insatisfecha—, yo lo he visto con mis propios ojos. Le ha dicho ftussu, o algo así, y a la niña le han caído, por lo menos, dos gotas de saliva en el pelo.
A pesar de que el asunto era tremendamente grave, ella seguía sonriendo.
—No te preocupes —intentó tranquilizarme en voz baja—. Lo hace porque Carlota es muy guapa, para no echarle mal de ojo. Es su cultura.
Miré a Yorbos con extrañeza, que estaba sentado en la terraza con un cigarro en la mano y un frapé en la otra, y daba voces a los niños en tono jocoso y festivo, a la vez que hacía aspavientos con las manos ocupadas. Yo no tenía ni idea de que la cultura griega tuviera costumbres tan rudas. Solo había tratado con mi cuñado un par de veces en España, y tengo que admitir que siempre me había parecido de lo más educado. Pero aquel amago de escupitajo me había dejado petrificada.
—Pues sí que son supersticiosos aquí, ¿no?
— ¡Ni te imaginas! Yo porque ya me he acostumbrado, que si no… Con decirte que cuando nació Costas, le llenaron la cuna de imperdibles con ojos. Menudo horror. Y encima no pude sacarlo de casa hasta que pasaron 40 días porque tenía que venir el cura a bendecirle, a él y a la casa. Ni colgar su ropita en el balcón me dejaban, por si venía un espíritu o qué se yo. Un show. Pero vamos, lo que te digo, que una se acostumbra a todo…
—Sí, hombre. Yo no me acostumbraría nunca a estas cosas. Quita, quita, a mí con tantas supersticiones. Qué agobio, por Dios…
Mi hermana me mandó callar con la mano a la vez que giraba la cabeza y se tapaba la boca. Estaba a punto de estornudar.
— ¡Jesús! —le dije cuando hubo soltado dos estornudos de esos que te vacían el alma.
Ella me miró y sonrió una vez más.
—Tienes razón —admitió—. Tú nunca podrías.
Y siguió haciendo sus cosas.

Raquel Huete Iglesias, de Barcelona, España

Convocatoria 13º Aniversario de Viví Libros – Primera Parte

¡Así fue nuestro festejo de los 13 años de trabajo y lo compartimos con todos ustedes!

La propuesta: Cuántas veces usted pensó que las brujas no existen pero… que las hay, las hay! O es de los que no escriben el 13 porque trae mala suerte? Sigue todas las cábalas, rituales y pequeños fetichismos posibles para cumplir sus sueños? Pasaría por debajo de una escalera antes de entrar a su sesión? ¿O tiene algún rito cada vez que llama un paciente nuevo? ¿Hace algo en especial antes o después de cada sesión? ¿Y cuando era estudiante y daba un examen? Y más allá del diván, en la vida ¿tiene cábalas? O afirma sin dudar: «Yo no soy supersticioso porque trae mala suerte».
Les proponemos que nos cuenten alguna situación, anécdota, fábula o minificción donde las supersticiones, algún pálpito, premoniciones o cuestiones del destino cobren protagonismo. Puede ser desde el lado del analista, del paciente, del brujo que le vaticinó su futuro, del pulpo que acertó el ganador del Mundial, desde donde gusten… ¡Seguro que a un simple golpe de vista, ya se les está ocurriendo alguna!

A modo de ejemplo, les compartimos uno:

Toca el timbre a la hora indicada, como cada jueves cuando llega a su sesión. Pero algo lo inquieta esta vez, justo en ese instante un gato negro se cruza por la puerta. Lo mira con espanto, o mejor dicho, se miran con espanto. El gato pega un salto y huye por la pared vecina. Él no puede, no puede huir de sí mismo. Esto no estaba en los planes, simplemente debía esperar a que su analista baje a abrirle la puerta. En estas épocas de tanta inseguridad ya nadie te abre con el portero eléctrico. Su analista le da la bienvenida, suben al ascensor, piso 13. “¿Cómo puede ser que en Buenos Aires los arquitectos todavía no evitan poner el 13 en las construcciones?”, comenta. “¿Por qué?”, pregunta su analista. “Ay, es obvio, trae mala suerte!”, replica indignado. Silencio. Su sesión transcurre más o menos en el tono habitual, sin demasiadas sorpresas ni novedades, salvo al final cuando el gato negro obtuvo su protagonismo. “Un día complicado, ni me quiero imaginar todo lo que me va a pasar…”, y se queda pensando. “Pero no es para tanto”, intenta brindarle un alivio su analista. “¿Cómo que no?, ¿qué me dice? Uno tiene que estar muy bien para soportar esta maldición y no caer más bajo”, replica con enojo. “¿O acaso usted no cree que estas cosas pasan?, son señales del destino hombre!”. “En teoría puede ser, pero mejor dejamos acá y la próxima me cuenta cómo le fue”, cierra contundente la sesión. Bajan en el ascensor y se despiden. Se va pensando en hacer una pausa en su análisis, este analista no sabe nada y ¡qué se puede esperar de alguien que atiende en el piso 13!

Viviana Rosenzwit

Los ganadores fueron:

Finalistas (por orden alfabético):

Miriam Gagliardo Ayos, de Buenos Aires, Argentina
Marita Hamann, de Lima, Perú
Victoria Vázquez, de Haedo, Provincia de Buenos Aires, Argentina

Mención especial (por orden alfabético):

Luis Benítez, de Buenos Aires, Argentina
Roberto Cordero, de Montevideo, Uruguay
Guillermo Fernández, de Buenos Aires, Argentina

¡Nuestras felicitaciones y aplausos!!

A continuación trascribimos las participaciones de Microrrelatos del 13:

Hoy me levanté con ganas de escribir un relato, sonó mi despertador, a las 9 de la mañana, como todos los días, y acostado desde mi cama dejé que mi imaginación empezara a fluir, se me ocurren historias fantásticas, relatos de terror y muchísimas ideas. Entonces, tomé el lápiz y me puse a escribir: «Hoy es 13 de julio…” ¿13 de julio?, pensé. ¡Hoy es el día de la mala suerte!, y lo mejor sería contar mis experiencias sobre estos días, pero primero se me ocurrió buscar, ¿existe gente que de verdad le tiene temor a estos días?, y buscando encontré que hay gente que sufre de Trezidavomartiofobia. Qué increíble, ¿verdad?
Recuerdo el casamiento de mi tío Osvaldo, un hombre fuerte, sin temor a nada, capaz de matar cualquier bicho sin poner cara de asco. En fin, Osvaldo se casó el 13 de septiembre del año 2005, yo era más joven en esa época, pero me acuerdo como todos le decían a mi tío: «No te cases un 13! Es de mala suerte», y también la respuesta de mi tío: «Pero por favor! Que 13 ni que 13! es mi casamiento y me siento el más suertudo del mundo!». Pero lo que más recuerdo, es a Osvaldo tropezándose con una piedrita de camino al altar y cayendo de cara a la torta de casamiento.
Todo esto me hace pensar, ¿mi cuento dará mala suerte a quien lo lea? Miro a la derecha y mi gato se pasea por la casa, mi mujer lo acaricia mientras toma su desayuno, me acerco al balcón y un grupo de obreros con sus escaleras están acomodando los últimos ladrillos de la construcción, veo gente pasar por debajo de las escaleras. ¿Ya tendrán mala suerte? ¿Les pasará algo más tarde? Me siento a desayunar con mi esposa, ella feliz y alegre me cuenta que habíamos ganado la lotería, que ella ayer, para desafiar a la suerte, le había jugado al 13. Pienso en la alegría enorme que corre por mi cabeza. Tal vez la suerte está de mi lado, tal vez yo no tengo que pensar en los días 13, tengo que dejar que pasen, como un día más de nuestras vidas al que hay que aprovechar. Abrazo a mi esposa de felicidad y escucho un ruido muy fuerte de vidrios rompiéndose, corro a la cocina desesperado y encuentro a mi gato, que, afortunadamente, me hizo entender que no era así, tirándome por toda la cocina el juego de copas que mi tío Osvaldo me había regalado en aquel maldito pero divertido casamiento. Hoy, 13 de julio, es otro día más de mi vida.

Julián Tarela, de Buenos Aires, Argentina

Hoy es un buen día. Un día soñado. Sí, soñé lo que voy a vivir y mis sueños siempre se convierten en realidad. Nada, pero nada puede hacer que me desvíe de este destino prefigurado por la brillante conjunción de almohada y luna llena. Porque esta noche que cobijó mi dormir soñado hubo luna llena, y todos sabemos lo que se dice de la luna llena. No por nada los fluidos del mundo están atravesados por su atracción. Ella, redonda, blanca, firme en el firmamento diáfano es signo de mi andar del día que se presenta por delante.
Hoy me levanto, me baño, lavo mis dientes, me afeito y avanzo. Y así lo hago. Enfundado en sobretodo de piel de camello, bufanda al cuello y bien perfumado, las mujeres no pueden dejar de girar a mi paso. Una morocha de ojos verdes y cuaderno en mano, no ve una escalera en plena calle y pasa por debajo sin prestarle atención. Cautivada por mi sonrisa trastabilla con una baldosa. ¿Mala suerte? No. Es mi sueño. Entonces, la socorro y veo en su mano las manchas de tinta azul. Las biromes son así, te marcan cuando marcan la letra. Levanto la vista, busco sus ojos y escucho su voz que sé cálida, diciendo: Nos vemos la semana próxima.

Walter Rosenzwit, de Buenos Aires, Argentina

LA SOMBRA
Una y otra vez aparecía sin anunciarse, solo estaba. Por momentos la miraba sin poder, sin querer tocarla. Si me miento, consigo alejarla, si me tiento, la deseo y sin pausa. La sombra, propias o ajena, debo conocerla. En aquel vertiginoso paseo, me fui quedando solo, debí acudir al íntimo y fuerte deseo, de conservar mi vida. Desde mí hacia afuera, el miedo me invadió, desde afuera hacia mí, no era más que eso, una envolvente y poderosa presencia, que me proponía: conocernos. Vagamos, cantamos y paseamos juntos. Al fin del viaje, ya éramos uno y tal vez para siempre.

Oscar Gagliano, de Buenos Aires, Argentina

Fraude mágico
Buscando contrarrestar sus padecimientos de triscaidecafobia y de frigatriscaidecafobia, decidió regalarle un elfo que le permitiera superar su irreverente temor al número 13 y a la mala suerte. Aun cuando había recibido diferentes terapias, Diana no había logrado mejorar del todo. Entonces, era tiempo de recurrir a otro tipo de técnicas y si era necesario a pedimentos de magia. Rubén, pareja sentimental de Diana, solicitó el elfo a una empresa europea que se dedicaba a elaborar muñecos con esta figura. En su publicidad Elfos S.A de C.V, aseguraba que por la manera en que se elaboraban y el lugar donde se producían éstos, contaban con altos niveles de probabilidad para la buena suerte. Por esos días Diana le dio la buena noticia a Rubén que por primera vez iba a ser papá, y aseguro que este embarazo, después de tantos años, era resultado de una acción del elfo. Contrariamente Rubén, que acababa de iniciar un importante proyecto académico, se sintió abatido con la noticia, diciéndose para sí mismo que reclamaría a la empresa por lo que había hecho el elfo y en todo caso exigiría que le regresaran su dinero por lo que consideró un fraude mágico.

Rafael Gomez, de México

Se trata de la Pava
Desde épocas antiguas, nuestros abuelos o sea los míos, nos han venido hablando de estas temeridades, cosa curiosa, la pava, o mala suerte, lo peor es que aún yo lo sigo. Pero bueno no le pongo mucho empeño. Ah, cuando pequeño si me asustó algo, fue en semana santa, un ruido, pero lo voy superando y los martes trece. La gente en mi país, está muy pendiente de eso, de la escalera, del gato negro, de la semana santa.
Bueno, creo que cada país o grupo tiene su creencia, es como una inocencia que se hizo realidad.
Una vez vi un programa sobre estas supersticiones y casualmente acabando de verlo me tocó pasar debajo de la escalera que estaba por la será por donde yo iba a pasar, no podía pasar por el otro lado, pues había mucho carro, e hice lo siguiente:
Esperé a que alguien pasara primero que yo, y que no me había gustado lo que vi en aquel programa de televisión y me quedé parado, por allí disimulando y lo que estaba era esperando que alguien pasara por debajo primero y cuando vi que alguien pasó, también pasé yo, y me dije: «Ya me empavé, no sé a quién se le ocurrió atravesar esa escalera allí».
Y siempre que veo una disimulo y trato de no pasar por debajo, pero yo creo que también la idea de nuestros abuelos sería, que no pasaran porque se puede caer algo en la cabeza de uno y de allí la creencia. Aunque, porsia las moscas, lo sigo y me hago creer que no lo creo.
Pero como hay gente que también dice y hace lo mismo, como es el caso de las mujeres que dicen que el novio no puede ver el vestido antes de la boda y es increíble todas lo hacen, yo se de una que pisó el vestido de una novia, para también conseguir novio y después le costo conseguirse uno, ya se creía que iba a vestir santos.

Casimiro Galbán, de El Tigre, Venezuela

Día 13
Parece que Mario estaba agotado de ir y venir, causa por causa, en Tribunales. Harto de hacer cola, subir escaleras y de esos largos escritos en los que tenés que describirlo todo para la supuesta comprensión de los jueces. Así me comentó él aquella vez cuando nos reunimos para charlar sobre un caso y también de bueyes perdidos. Sus dedos tamborileaban, nerviosos, en la mesa de café como buscando una solución a algo, y se le extraviaba la mirada. Vino el mozo para recibir el pedido, y su voz ronca ordenó dos cortados. Al consultarme sobre el litigio, abrió el portafolios y, desesperado, comenzaron a caérsele algunos escritos. Siempre he pensado que el hombre triste es distinto, y más, un abogado. Mario no se inmutó por el desorden de papel oficio en el piso y, con esa paciencia de escenario que inventamos a menudo para no llorar, intentó recuperarlos, turbado, pues sabía que yo conocía bien esas historias de reestablecer justicia. Mario me tocó tan de cerca con su hartazgo, que intenté calmarlo como pude, lo aconsejé y compartí experiencias. Nada se había perdido aún, alguna esperanza tendría en la jurisprudencia de la cámara. Pero se trataba lo de él, en efecto, de aquello del pan amargo, que va más allá de un proceso. Y parecía no oírme, ensimismado como estaba en sus problemas. Un hombre brillante que anda transitándolo todo con desespero es de cuidado, pensé. Así que, al fin, con la mayor prudencia, le recomendé que lo fuera a ver a Carlos, mi analista. Cómo un abogado iba a develar su intimidad en sesiones. Estás loca, contestó. Hasta que ante mi insistencia, resignado, quizá porque respetaba siempre mis consejos, aceptó ir a verlo.
Alguna sesión se habrá aguantado porque enseguida me llamó para vernos. Estaba inquieto, quería preguntarme algo sobre el psicoanálisis. Nos encontramos en el mismo bar: el café y los habituales estruendos de vajilla y bandejas suspendían por un rato la celeridad del disgusto que inspira esas demandas que a menudo son correspondidas, en algunos juzgados, con demasiada lentitud y poco esmero. Qué te parece Carlos, me preguntó, a mí me dio la impresión de ser un tipo raro. Yo me quedé mirándole a Mario sus manos nerviosas, sus ojos continuaban perdidos. Es un buen profesional – le contesté. Pues no parece – replicó.- En cuanto me senté, le dije que vivía en Temperley. Y él alegó que, acaso, yo tuviera un problema con la ley… Silencio: por lo visto ni en sesión, según comentó, ni ahora conmigo, Mario demostraba tener algo de que hablar. Solo revolvía el cortadito con la cuchara hundida como buscando un misterio en el oleaje improvisado del brebaje. Pero como no toleré su falta de palabras, me animé a preguntarle -una vez más, como Carlos- si él, acaso, no tenía un problema con la ley.
Dentro, en el bar, apenas se dejaban oír la laboriosa máquina del café y las bandejas que iban y venían, y, afuera, chillaban las bocinas y los ruidos de la vida en controversia, que prepara siempre su estrategia en Tribunales. Hasta que Mario, quizá de vergüenza o convencido (vaya a saberse), rompió su mudez: – Estoy podrido, che, de mi viejo, digo de la ley, digo, qué dije- expresó, confuso. Y un viejo profesor de derecho procesal que conozco y cuya clase magistral compartimos Mario y yo cuando estudiantes, se sentó a una mesa contigua. De inmediato hice el ademán para saludarlo, pero por lo visto, nos había oído a disgusto porque enseguida hizo de cuenta que no nos vio.

Paula Winkler, de Buenos Aires, Argentina

PERO QUE LAS HAY, LAS HAY
Ella siempre dijo que era bruja. No lo decía por envidia o rencor, solo porque lo sentía. Cuando alguien pasaba a su lado vibraba y luego quedaba temblando como un papel.
No era joven, tampoco muy vieja, a su paso sacudía el aire. Nadie se atrevía a definirla con certeza, aunque inventaban y creaban historias, se le adjudicaban aventuras y misiones. Para los más chicos, no faltaban encomiendas de castigos. Mentiras se beneficiaban con sus intrigas, para eso la usaban.
Aquella planta, se atrevió a desenredar trece ramas, fueron trece sus brotes y cada nervadura de sus hojas, extendida en trece nervios.
Su árbol de moras, sobre el que acostumbraba a descansar, comenzó a secarse. Nunca más floreció ni dieron frutos sus ramas, a pesar que siempre había desbordado con la dulzura de sus dones.
En el pueblo nunca le creyeron hasta el día en que desapareció. Al poco tiempo de que esto ocurriera, en el pueblo todos temían a mentir y a partir de entonces solo dijeron la verdad.

Oscar Gagliano, de Buenos Aires, Argentina

Martes trece
Sentados en el banco de piedra del jardincito del fondo, Lindolfo y Amneris se miran y suspiran. Transcurre el año 1935 y la brisa de la tarde de enero es más fresca que el ardor de sus ojos. Amneris hace un gracioso mohín y sonríe. Lindolfo se derrite… —Basta, no quiero esperar más. Será el trece. No hay fecha hasta abril sino. Será el trece y que todas tus tías, amigas y conocidas vengan con una cinta roja y chau.
Amneris apretó su mano y salió disparada a la cocina. ¡Panqueques de dulce de leche para festejar!
Ella hoy, ya no recuerda casi nada, menos que menos fechas… Con sus noventa y muchos se pregunta por qué su hija insiste en traerle panqueques, los mira, la mira a ella y muerde despacio. Sonríe. Y la risa la ilumina y se cuela en su mirada.
—Hoy es martes 13 ¿no?

Miriam Gagliardo Ayos, de Buenos Aires, Argentina

LA VIDENTE
Cuando la acaudalada señora Teresa Peralta viuda de Lafuente fue hallada muerta en su mansión, los dos investigadores seleccionados para el caso no lograron encontrar pistas. Sólo sabían que había sido cuidadosamente estrangulada. Entonces decidieron esa misma tarde recurrir a Rita, la vidente que se especializaba en los casos más difíciles.
Exprofeso, Rita les dijo que necesitaba algo de tiempo, no mucho, para estudiar y dilucidar el hecho. Cuando se quedó sola, reconstruyendo en forma minuciosa y prolija los acontecimientos en base a los datos que le fueron suministrados, vio con asombro que el criminal era un conocido personaje que aparecía con frecuencia en periódicos, revistas y programas de televisión, y que era un alto funcionario.
El crimen cometido obedecía a dos motivaciones, una pasional, pues ambos mantenían un romance desde tiempo atrás, padeciendo él celos enfermizos, no aceptando la vida liberal que ella, mujer atractiva de mediana edad, como él, seguía llevando.
La otra respondía al robo. La ambición de dinero y poder, la mayoría de las veces, se manifiesta en el ser humano sin límites ni freno alguno. Pero Rita, experta en la visualización de los senderos del destino, vio también otro camino, y que no era aquel que la llevaba a poner en peligro su propia vida por las circunstancias del caso, sino, a su propia muerte, que era precisamente lo que en estos momentos ella comenzaba a «ver», un revólver que le apuntaba a la sien.
El áspero sonido del timbre la hizo reaccionar, volviendo a la realidad y, mirando el reloj mientras se encaminaba a la puerta, la abrió. Allí estaban de pie los investigadores que habían quedado en venir a esa hora. Una vez que los hizo pasar, les explicó que había estudiado lo sucedido sin hallarle solución, declarándose inepta para el mismo, pero antes de que se retiraran, pensó ¿y la justicia? Y como un cierto remedio expurgador de su conciencia extrajo de su biblioteca un libro titulado: Los peligros del poder, cuyo autor no era conocido, y en el mismo les señaló la página que decía:
«Casi todos los seres humanos –muchos animales también– con pleno desarrollo de su personalidad tienen aspiraciones al poder; el equilibrio de las personas que lo ejercen, y el uso del mismo pueden hacer que dentro suyo se alberguen Dios o Satanás, el Bien o el Mal».
Los hombres siguieron su camino analizando las palabras. En su recorrida continuaron visitando a otros videntes, pero todos… absolutamente todos… se declararon incompetentes.

Julio García Ventureyra, de Bahía Blanca, Provincia de Buenos Aires, Argentina

El anuncio
Acontece. Uno llega cansado a la casa. La labor fue larga y rutinaria, sin otra distracción que las caderas de Margaret y el paisaje gris de la ciudad vista desde un 10º piso. Trabajar con papeles y archivos, firmar solicitudes y reclamos; todo para que los abogados se sientan importantes y coloquen sus timbres después que el peticionario intentó todo para acortar el proceso.
Todo eso cansa. Llego a casa entre 19 y 20 horas. Evito quedarme viendo TV. Programas nacionales son pura chacota para señoras otoñales. A veces pienso en la vida, en la de los demás, en la del Dr. Anibal, siempre viendo como puede pegar un peaje del infeliz que llora para que su petición sea favorable. Pienso en Margarete y el fulano que se pasa por su tío cada vez que la busca en la oficina. Tío, ¿acaso ella piensa que alguien cree en esa mentira? Está claro que es su amante. ¿Qué importancia tiene que ella sea unos 20 años menor? Claro, el tío aquel debe de ser casado, con dos hijos y ningún deseo de separarse de su viejota.
¿Qué puede hacer un hombre solo en un departamento medio vacío, sin otra compañía que un televisor y el teléfono siempre mudo? Leer, claro; pero eso no resulta fácil. Hacen años que no leo romances. En aquel tiempo me gustaba seguir esas historias de amores fallidos o de aventuras sorprendentes o demasiado comunes. Después de los 30 ese tipo de aventuras me interesa menos. El único romance que me tomó fuerte se llamaba Los Cuadernos de Laurids Malte; ¿cómo era el nombre del autor? Rommel, Romer, Rilke, algo así. A veces todavía lo leo. No sé bien por qué gusté tanto del personaje. Es un hombre solitario y sin destino, con algunos miedos y una tremenda nostalgia de no sé qué. Siempre está recordando, como si ese fuese su truco para espantar la soledad. No habla de sexo, de violencia ni de gente rica aplastando a gente pobre. Es como un ser de otro planeta, observando este mundo nuestro, intentando entender lo que pasa con él y con los otros.
Yo no hago eso; no es que sea de este planeta. Soy de otra tierra, pero eso tampoco tiene mayor importancia, pues vivo entre los hombres. Como la mayoría de ellos, vivo solo en un departamento de clase media modesta. Solo en términos; nunca falta alguna enamorada que me brinda su presencia por un par de horas. Una taza de té y una conversación de hilos cruzados y de frases que ruedan por el piso, esfumándose así que chocan con las paredes. En el medio y detrás de las palabras siempre hay algo más: es esa especie de anhelo que las expulsa de la boca, no importa cuan simples sean.
En este momento espero; no una muchacha, ni que alguien se recuerde de mí llamándome por teléfono. Espero que la brisa de la noche espante algunos recuerdos que comienzan a llenar esta sala, impregnando mi alma de escenas y seres de otros tiempos.
Aún no aprendí el arte de olvidar; es siempre peligroso que el pasado se apodere del presente. La gente se pierde y luego anda como sonámbulo, tanteando el piso para no caer. Después de los 40 los recuerdos van entrando, lentamente, en la casa de la gente, son personas que aún están esperando algo de mí, o tal vez quieran devolver algo que ellas sacaron de mi huerto. Ayer, apareció una señora de edad. Escuchaba una sonata de Scarlatti, los ojos cerrados, de pronto sentí que alguien me estaba observando. Abrí los ojos y ahí estaba ella. Parecía una dama digna, de esas mujeres que llegan al sepulcro con la misma dignidad con que reciben un regalo que las honra. La saludé con un movimiento de cabeza; ella me sonrió. Cerré de nuevo los ojos pensando que bien podría ser una imagen derivada de esa especie de hipnosis provocada por el encanto de la música. Al abrirlos vi que ella se dirigía lentamente en dirección a la puerta de entrada. Antes de atravesarla se volvió y con la misma sonrisa me hizo un gesto de despedida. Madame, alcancé a hablar, pero ya era demasiado tarde.
El movimiento de las cortinas es un buen anuncio. Es la brisa de la noche. En algunos momentos más será la medianoche y este hoy rodará hacia la nada con el mismo silencio de todas las cosas que ruedan sin destino seguro. Todas las bagatelas de este día no tendrán más existencia que el polvo que se disimula en el aire. Mi encuentro hoy con Casilda será un vago recuerdo solicitando permiso para permanecer algo más en los pliegues de la memoria. Todavía su sonrisa de niña flota en este ambiente y me confirma que por lo menos para ella existo, no importa que sea como una simple imagen que entretiene sus ojos.
Siento que alguien está subiendo las escaleras. Es un inconveniente tener oídos agudos. Después de la medianoche se capta hasta el movimiento de la luna en lo alto del cielo. Ahora camina por el pasillo. Parece que está cargando un bulto pesado consigo. Debe ser el vecino, un señor ya algo anciano, de hábitos etílicos discretos, pero que arrastra un poco los pies así que bebe más de la cuenta. Curioso, no paró en el departamento adyacente; continúa arrastrándose en dirección a mi puerta. Ahora está fuera, tal vez dudando, preguntándose si no erró de puerta. Golpea suavemente en la madera, ignorando el timbre. Espero, enseguida se dará cuenta de que está golpeando en lugar equivocado; su mujer debe de estar viendo alguna película o simplemente ya no lo espera; después de 20 años de casados la pareja apenas comparte la soledad y algunos chismes corrientes. Por segunda vez golpea en la madera.
Voy hasta la puerta; abro. No hay nadie. Comprendo: es el anuncio del nuevo día.

Emilio Romero Ele, de Brasil

Convocatoria 12º Aniversario de Viví Libros – Tercera Parte

Trascribimos el resto de las participaciones a continuación. ¡Qué disfruten la lectura!

Y vine trasquilada

Era un miércoles como cualquier otro, invierno soleado, en un buenosaires que algunas veces se muestra benigno, sobre todo en los amables barrios porteños. En la sesión de ese día surgió un tema que ha aparecido más de una ve en lo que escribo: le devuelvo la vida a personas que la han perdido, por lo general trágicamente, y yo que me siento bastante estúpida porque no soy lo suficientemente bizarra como para estar a la altura de los tiempos que corren. Le explico a mi terapeuta que en el cuento aparecen unos perros terribles que matan a una criatura y desato algo imprevisible: su cara se va transformando y en su crispación puedo ver dibujado el terror que éstos le producen. Yo intento tranquilizarla diciéndole que seguramente habrá tenido alguna situación traumática, ya que éstos suelen ser criaturas cariñosas y leales. Seguramente usted se ha relacionado con las excepciones que confirman la regla, le digo dudando de mi nula capacidad terapeútica. Ese día la sesión terminó diez minutos antes.

Viviana Manrique, Buenos Aires, Argentina

Sueños de diván

Estaba feliz de haber comenzado análisis, pero esta vez había que enfrentar una situación que sin duda cambiaría la relación entre ambos de modo inexorable. Ella había soñado aquel encuentro sexual con su analista, y si bien en las imágenes no aparecían escenas de sexo explícito, el final del guión onírico se veía coronado por el acolchado del diván lo suficientemente revuelto, como para testimoniar que el encuentro se había dado en el mismísimo consultorio.
Finalizó el relato, y a sus espaldas lo escuchó decir:
-Levántate.
Sobre sus mejillas corrió una especie de hormigueo que no la dejó pensar, y en un segundo, -como ese que describen aquellos que estuvieron al borde de la muerte-, imaginó tanto la posibilidad de tener que terminar su relación como paciente, como la de ser abrazada en señal de aceptación. Temblorosa, se puso de pié, y él le volvió a indicar:
-Observa el diván. Como está el acolchado?
Repentinamente ella comprendió que la imagen que tenía delante, era idéntica a la del sueño; y sin embargo, el desconcierto no la dejó pronunciar palabra.
Lo miró como escrutando algo más, y él agregó:
-Si hubiésemos tenido sexo, ya no tendrías la necesidad de enfrentarte con tu angustia. Pareciera que el diván, no te hace tan feliz. Hasta la próxima sesión.
Y allí ella supo que esa relación había cambiado inexorablemente: de ahora en más, él se convertiría en su analista.

Gabriela Borraccetti, de San Miguel de Tucumán, Argentina

UN ANÁLISIS QUE NO PUDO SER…

Pienso… ¿me creerá alguien que esto que me sucedió con una psicoanalista fue real? Porque si yo no lo hubiera vivido pensaría que quizá resulta un poco exagerado para ser real pero fue así… créanme.
Eran los años de la dictadura…no recuerdo exactamente cuál, pero seguro habíamos llegado ya a los ‘80. Era bastante joven. Había tenido hasta entonces dos análisis en privado y no había tenido inconvenientes en pagar los honorarios que me habían cobrado hasta entonces. En verdad…había estado la ayuda paterna, antes…Pero este era otro período…no hablemos de los años negros…dejemos eso de lado por ahora y centrémonos (les pido que me acompañen en narrarles mi situación de vida) en cómo era la situación del país a nivel económico.
Yo, a esa altura de mi vida, estaba ya jugada del todo por mi vocación teatral y no formaba parte del pequeño círculo de los que, aún jóvenes, ganaban mucho dinero con eso…¡¡No!! Yo era de los pobres con ganas…es más, en esos tiempos me daba cierto orgullo ser una desposeída material, como si eso demostrase mi honestidad y mi ideología. Para mí, allí por los 80, tener guita era haberse ‘ido de mambo’ como dirían los pibes ahora…Estaba orgullosa de mi ‘pobretud’. Y, como no podía vivir del arte, trabajaba para mi sufrimiento en un banco…sólo quien ama el arte puede saber lo que se siente haciendo un trabajo tan disímil a lo que se ama…
El tema era que quería empezar otro análisis y mis ingresos eran muy bajos, De todos modos, mi cabecita seguía respondiendo al imaginario de mis orígenes de clase media acomodada. Y, por lo tanto, ir a un hospital a analizarme no entraba dentro de mis cálculos. No se me ocurría siquiera. Contradictoria la chica…
Tuve un par de entrevistas y vi que no podía pagar los honorarios que me pedían. Así llegué al consultorio de ella. Una analista a la que llamaré la Lic. X.
Me dio un horario para la entrevista. Era verano. Fui. Toqué timbre en el portero, esperé, esperé y no atendió nadie…Horas después la llamé por teléfono …Sentí que esta mujer se amargó mucho al constatar que yo había ido y ella no había estado…no recuerdo los detalles pero sí que quedó claro para ella y para mí que había partido de ella la confusión. “¡Yo estaba en el edifico a esa hora! Estaba en la terraza me dijo con un tono que dejaba traslucir pena por no haber estado. A mí su consternación me compensó la decepción que había sentido al no ser atendida. “No es que no quiso atenderme” me dije con satisfacción. “Se equivocó. Sólo eso” Y apunté el horario para la nueva entrevista. La misma sería a las 8 de la mañana de un día cualquiera, de un día que no recuerdo.
Llegué puntual, como siempre fui en mis análisis, y me abrieron en seguida la puerta de abajo para que pase. Subí al piso indicado y me abrió muy sonriente y amable una persona que, por su actitud, parecía ser la empleada de limpieza de la casa. “Pase señorita” me dijo y me indicó un sillón del living al cual había entrado para que me sentara. “Ya la van a atender” agregó hablando con mucha suavidad, en tono bajo.
Me acomodé en el sillón fantaseando ya cómo sería la entrevista, si esa sería mi analista definitiva…El living estaba bastante a oscuras, no recuerdo si la empleada prendió alguna lámpara pero si lo hizo, daba poca luz porque estaba todo muy en tinieblas… De pronto, empecé a escuchar palabras que se entrecruzaban entre un hombre y una mujer…palabras que no alcanzaba a distinguir…típicas de cuando uno recién se despierta y la voz todavía sale como de ultratumba, desperezándose el alma, voces de personas semi dormidas o semi despiertas… Luego alguien fue al baño y sentí el agua que corría y el sonido típico del cepillo frotando los dientes… Estaba muy sorprendida de que todo esa sonoridad tan común en el despertar de cualquier ser humano o pareja., me fuera ofrecida a mí, candidata a paciente como si nada…
Luego me di cuenta que quien había ido al baño a cepillarse los dientes era la Lic. X porque cerró la puerta del baño y se dirigió hacia el sillón donde yo estaba sentada. Caminó unos pocos pasos lentamente y al advertir mi presencia reaccionó como si hubiese visto al mismísimo diablo o al fantasma de la ópera. Sonrió con una sonrisa forzada, el rostro entero tenso, atravesado por la estupefacción y me dijo “bueeeeenoss díasss” y agregó otra sonrisa forzada , y siguió caminando hacia atrás como si que yo le viera la cola empeoraba algo la cosa. Ahí me di cuenta que ella no sabía que yo estaba en su living presenciando su despertar. Luego escuché su voz irritada como si tratara de hablar sin ser escuchada pero en un tono que se oía, muy a su pesar, pobre Lic. X, perfectamente…. “le dije que haga esperar a los pacientes en el palier” …la crispación de la voz era terrible…el reproche cargado de bronca contenida…Yo no podía reflexionar sobre nada porque iba viendo cómo se desenvolvían las cosas, también atónita…
Vino otra instancia luego, en la que, como intentando recomponerse volvió a salir y me dijo con un tono bastante firme “pase por favor”. Y pasé a su consultorio. Hablamos de las cosas que se hablan en una primera entrevista, supongo, porque sólo recuerdo que , en un momento , cuando me dijo cuánto eran sus honorarios yo salí con mi carnet de pobre a decirle que no creía podría pagarlos. Ella agregó que “por supuesto los honorarios que le digo son al momento actual luego están los ajustes por la inflación”.
Yo, frustrada agregué (admito ahora que con un casi inexistente criterio de realidad),
“Ah ¿subirían después?” Ella poco pudo contener allí un estallido. No me gritó pero…casi ..casi…estuvo al borde de un grito con tensión cargada ya con anterioridad, me miró , me clavó sus ojos y me dijo “¡¡desde yaaaaa” (y estiró un poco la a con énfasis).
Estaba por terminar la entrevista donde yo creo que la conclusión ( si es que puede hablarse de conclusión) era que iba a pensar si podía pagar o no pero era casi imposible de acuerdo a mi magro salario, cuando veo y oigo que el picaporte del consultorio cede. Las dos miramos al unísono a ver quién entraba y apareció en el marco de la puerta, un bebote de alrededor de una año y medio en pijama refregándose los ojos…Ella lo miró , tomó aire , creo que entrecerró los ojos y , con gesto de resignación, lo levantó upa con un gesto de ‘qué culpa tenés vos hijito’. Y así, con el hijito sostenido en el brazo izquierdo me acompaño a la puerta de salida. Puso su mano derecha en el picaporte y ¡¡se quedó con el picaporte en la mano!! Ya, a esa altura, más que sentir estupor, tuve que contener un ataque de risa. Ella volvió a colocar manualmente el picaporte de dónde nunca se debería haber salido y me despidió con una frase que dio cuenta de su honestidad. No recuerdo exactamente las palabras pero me dijo que si ese vínculo (analista-.analizante) no se iba a poder era fundamentalmente por problemas de ella.
Lic .X: si diera la casualidad que usted leyese este microrrelato quiero decirle que me quedó un recuerdo afectuoso suyo y, siendo ya una mujer grande, la super comprendo.
A veces las cosas se nos complican. Es como si se confabularan en contra de uno. Sobre todo cuando somos mujeres. Y por otro lado… que insoportable sería yo intentando que me atiendan en consultorio privado con los magros honorarios que podía pagar.

Cristina Livigni, de Buenos Aires, Argentina

DESDE EL BALCÓN

El hombre se pudrió de que cada dos por tres le dijeran que tenía múltiples personalidades y encaró la puerta del consultorio de su flamante analista, “un tipazo”.
Ya de movida le contó que solía caer en estados de desorientación, aunque él no usaba la palabra caer, más bien solía decirse que entraba en ellos “como por un tubo”.
Transcurridos algunos años de vida bien vivida, tenía muy presente la ocasión que había desencadenado una serie de sucesos “raros como ellos solos”.
Durante la segunda consulta ocurrió “una escena de película”.
Recién se había recostado en el diván cuando reparó en que la ventana estaba abierta. Sin embargo, él recordaba haberla cerrado, porque era una de sus manías y esa tarde noche no había sido la excepción y hasta se le escuchó decir, con un movimiento de la parte aludida, “me juego la cabeza”.
Ahí nomás rumbeó para el lado de la ventana y casi sin querer se asomó al exterior, y al asomarse vio a la multitud que estalló en vítores al verlo aparecer en el balcón, desde donde alcanzó a ver a unos cuantos tipos que se hallaban “con las patas en la fuente”.
Desde esa visita el General no hace más que sonreír y atender asuntos de Estado, que muchas veces lo desorientan por su complejidad y entonces lo obligan a consultar a un gran número de asesores y ministros, entre los que se cuenta su psicoanalista. Y además en otra dependencia del edificio está su esposa, que trabaja como loca y también tiene su carácter, “no vayan a creer”.

Mario Capasso, de Buenos Aires, Argentina

Jaque mate

Jugaba al ajedrez, daba clases y competía. El tablero le permitía al menos saber cuándo empieza y cuando termina una partida, la vida. Esa sesión vino con una remera nueva de Kevingston, la marca de los rudos del rugby. Decía de la muerte y el jaque mate. Que los rusos eran expertos en estrategia, pero que muchos sucumbieron y desaparecieron ante el avance de los nazis en la segunda guerra, pero así ganaron la guerra. Pero escuchando sus avatares sobre la muerte y la estepa rusa, defendiendo a ultranza un juego defensivo en su obsesión: se durmió, o algo parecido. Comencé a escuchar un suspiro de ronquido, y quede atónito. No se durmió en silencio, de repente calló. ¿Qué hago? ¿Lo despierto? ¿Tendrá que hablar o soñar? Fueron varios minutos pesados, observando su rostro rígido con la boca semi abierta, cada tanto un timbre agitado. Desde el sillón observaba su cuerpo relajado en el diván. De pronto comenzó a hablar y continuar con su discurso como si nada hubiera pasado. Me dijo de una palabra en ruso -intraducible- que signaba la caída de los cuerpos como chupados por la nieve (sabía ruso). No anoté la palabra o perdí mi apunte. Seguí escuchándolo. Me preguntaba: ¿tendrá sentido que le diga que se durmió o algo así? Quedé como hipnotizado, sin saber qué hacer, sin conjeturar de lo que se trató en esos minutos, no de silencio. Esa desaparición abrupta y su retorno, esa ausencia misteriosa entre el juego del ajedrez, los rusos y la muerte.

Alexander Luro, de Buenos Aires, Argentina

El Reencuentro

El día estaba frío, gris y además llovía torrencialmente. Ximena miraba su agenda, jueves a las seis de la tarde con el analista. Observaba la página de la agenda pero con una sonrisa que hacía mucho tiempo no tenía. ¿Que le había ocurrido a Ximena? Estaba radiante, feliz se sentía renacer. ¿Por qué? Facebook le había dado una oportunidad que ella no imaginaba ni esperaba. A Ximena le gustaba hablar sola, era una costumbre en ella, como si le hablara a alguién y en esa habitual conducta, ella decía: hoy le voy a decir al analista, lo voy a sorprender con algo nuevo, no se lo imagina. Una solicitud de amistad le había llegado, y al leer el nombre, mil imágenes navegaron en su mente, era él, su adorable e inolvidable amor de la adolescencia, ese amor que nunca se olvida, pero que ella lo tenía siempre en su mente. Cuando escuchaba a alguien decir Joaquín, a ella se le venía a su mente la cara de él, era automático. En el par de horas que habían pasado, en ese lapso de tiempo había soñado revivir ese amor, aunque ahora tenían treinta años más de aquella época que tanto la había marcado.
Él le escribió un mensaje privado, saludándola y preguntándole por su vida, qué había hecho.
Ella ya imaginaba que estaría casado con hijos y muy feliz, pero ella sola, sin hijos y divorciada. Al llegar al consultorio, el analista le había dejado un mensaje con la recepcionista que tuvo una emergencia y no podía darle la consulta pero si deseaba como forma de disculpa, que hablara con un colega de él que iba a empezar a compartir el consultorio y no tendría costo. Ximena estaba tan feliz que dijo: sí, por qué no? La recepcionista le dió algunas indicaciones, porque el colega de su analista tenía un estilo muy particular. El paciente no debía ver al analista hasta el final de la sesión, por lo tanto había un biombo tallado en madera muy hermoso que separaba a ambos. Ximena le pareció divertido y diferente de lo que ella conocía. Entró al consultorio tímidamente, se recostó en el diván y empezó hablar como lo hacía siempre de como se sentía, lo que le había ocurrido ese día tan especial, y así hablaba y hablaba muy entusiasmada, cuando una voz muy varonil le pregunta si estaba feliz por el reencuentro o porque revivía un pasado lejano al que no se podía volver. Ella hizo un silencio, y afirmó ambas cosas, están unidas para mí, el amor es algo único y se vive a la manera de cada uno.
Al finalizar la sesión, el biombo cálido en madera con perfectos tallados a mano se corrió y Ximena quedó pálida y sin habla. Se miraron por segundos que parecían eternos, eres tú ? Joaquín? pensaba ella sin decir palabra. Él sonriendo, no podía creer lo que estaba pasando, nunca le había ocurrido algo así. Discúlpame, le exclamó, yo no sabía y cómo podía imaginar, no acostumbro preguntar el nombre del paciente porque no quiero crear vínculos, lo hago todo muy profesional. Ella lo escuchaba y la verguenza la invadía, no hablaba, solo lo miraba. Ya no eran los jóvenes de aquel entonces, ella con sus casi cincuenta años, tomó su cartera y le dijo: gracias por la sesión, por un momento me hizo recordar a alguien y cerrando la puerta, pensaba, ya no necesito más terapia.

Silvia Angel Fernández Negri, Uruguay

Hospital Alvear de mañana. Posgrado Patologías Límites. En la sala de conferencias el profesor da clase y comenta un caso clinico. Sorpresivamente entra una paciente seguida por la enfermera. SILENCIO ABSOLUTO. “Ud. miente Señor.” “Qué dice por qué habla así?” El profesor le explica que es una clase. Ve allí a los alumnos. La paciente llora y se disculpa. La enfermera la conduce a la salida… Suena el despertador y me despierto.

Norma Daglio, de Francisco Álvarez, de la Provincia de Buenos Aires

El abrazo

Echada boca arriba estaba recordando, una vez más, esa experiencia horrorosa que me cambió la vida y me marcó con una cicatriz en medio de la frente. De pronto, sentí que sus cuatro extremidades se alargaban hasta alcanzar mi cuerpo y abrazarlo con fuerza. Luego del estupor ante ese abrazo de árbol ramoso, me di cuenta de que ambos estábamos flotando, él aferrado a mí, yo tendida sobre su cuerpo. Varias veces nos elevamos del piso al tumbado y caímos del tumbado al piso. Al principio tuve miedo, pero ese sube y baja llevada por él, transformó mi temor en placer. Giré mi cuerpo y me coloqué boca abajo para sentir su piel cerca a mi cara. Ese fue mi error. El desenfreno se apoderó de él, soltó mi cuerpo y lo arrojó contra el tumbado en medio del cual se balanceaba una lámpara de cristal cortado. Caí al piso gritando de dolor y espanto al darme cuenta de que la cicatriz se había abierto y mi sangre embadurnaba mi cara y mis cabellos. Cuando me calmé lo busqué para recriminarle por lo que me había hecho. Estaba quieto cerca de la ventana del consultorio de mi psiquiatra y su apariencia era la de siempre, un cómodo diván forrado en cuero negro.

Aguzalina, de La Paz, Bolivia

El piso de arriba tenía una pérdida de agua. Esa mañana le abrí la puerta al próximo paciente, a pesar de que estaba muy preocupada por cómo se venía incrementando la humedad en las paredes. El paciente se sentó y comenzó su relato… y entonces empecé a ver, justo encima de su cabeza un globito de pintura que lleno del líquido elemento aumentaba y aumentaba su tamaño. No me podía concentrar, ¿en qué terminaría ese globo?, ¿le reventaría encima llenándolo de agua? De pronto y casi imperceptible, se pinchó y un reguero transparente hizo un surco en la pared. Suspiré aliviada y el paciente nunca se enteró…

Analista aliviada, de San Justo, Buenos Aires, Argentina

Convocatoria 12º Aniversario de Viví Libros – Segunda Parte

Trascribimos el resto de las participaciones a continuación. ¡Qué disfruten la lectura!

Cuatro microrrelatos unidos bajo el título VARIACIONES.

1.
-Buen día –dijo el analista.
-No es un buen día –respondió Nora mientras avanzaba. Se arrojó sobre el diván y se quedó callada, mirando enojada el retrato de Freud que también la mirada, pero sosegado.
-¿Qué sucedió?
Nora intentó acomodarse, tomó un almohadón arrugado por el peso de las ideas del paciente que acababa de irse, y lo ubicó bajo su convulsionada cabeza.
-No prendió –respondió.
-No prendió –repitió el licenciado, como un eco apurado.
Nora comenzó a llorar; un llanto poblado de imágenes. Fernando en el café, como lo había dejado, angustiado, haciendo dibujitos infantiles. Su madre, abuela demorada y triste, rezándole a un Dios padre empecinado en el silencio. Y el cuerpo, su cuerpo, bordeando los cuarenta y sumando las marcas de la ciencia, esa ciencia que cada día evolucionaba más pero que en ella no podía demostrar sus avances.
-No –dijo al fin, con la voz quebrada.
-Nora, hay que esperar.
-Mierda –dijo y se incorporó-. Ya no quiero esperar.
-Sin embargo, su deseo…
-Ya no lo voy a intentar –interrumpió–. En noviembre cumplo los cuarenta, es el límite. Pensamos adoptar.
-Creo que deben esperar a que pase este duelo. Podemos tener una serie de entrevistas los tres, quiero decir que venga también Fernando, para trabajar otras formas de jugar la maternidad; y la adopción, sin lugar a dudas, es una forma posible.

2.
-Estoy muy feliz –dijo Mariana y abrazó a su analista.
-Qué bien –dijo el licenciado, sonriendo, harto de malas noticias, depresiones y demás síntomas neuróticos.
-Sí, estoy embarazada, por fin.
Mariana había perdido tres embarazos en los últimos dos años.
-Me alegro mucho –dijo el analista y la acompañó hasta el diván. Mariana se recostó, suavemente, distendida, y enseguida se relajó, apoyando las manos sobre su vientre.
-Tengo fecha para la segunda quincena de noviembre, pensamos ponerle los nombres de los abuelos: Agustín Vicente. Sebastián está feliz, muy feliz; se quedó en el bar de la esquina escribiendo un artículo que le encargaron para una revista de neurología –dijo Mariana y se quedó mirando el techo, una mancha de humedad devenida ecografía.
Sebastián, efectivamente, estaba en el bar de la esquina, pero no escribía el artículo para el Journal of the neurological sciences, como tenía previsto. Con la lapicera suspendida en el aire, observaba a una pareja. El hombre, de mirada melancólica, hacía garabatos en una servilleta. La mujer, que recién había llegado de su terapia, se secaba las lágrimas y miraba a través de la ventana.

3.
-No lo puedo creer, ya pasó, por fin –dijo Graciela, mirando el techo, la mancha de humedad como sangre disecada.
-¿Y cómo se siente? –preguntó el analista mientras se ajustaba en su sillón y miraba el retrato de Freud buscando inspiración.
-Bien, fue sólo un sueño, un breve sueño. La gente dramatiza esto del aborto, no es para tanto, es como un Papanicolaou. Y además Guillermo estaba de acuerdo, no queríamos otro, para qué tres hijos.
-¿No siente ningún dolor? –preguntó su analista y de inmediato concibió que Freud no lo había inspirado, que no se trataba de una buena pregunta.
-No, un poco de ardor, pero el médico dijo que en unos días se me iba a pasar. Y un sangrado, quizá un poquito más que una menstruación… Ya pasó, listo. Otro hijo hubiese interrumpido mi trabajo, estoy en mi mejor momento, pronto seré la jefa de trabajos prácticos.
-¿Y Guillermo? –preguntó el licenciado.
-Tranquilo… Él también está abocado a su trabajo. Su estudio está creciendo mucho, ahora se asoció con Miranda, el que defendió a Susana, la diva. Se quedó esperándome en el bar de la esquina, como siempre. Cuando salga de aquí nos vamos para el campo, a relajarnos unos días; tenemos muchos proyectos.
-Muchos proyectos, eso es bueno.
-Sí, los cuarenta son determinantes, lo que no lograste hasta ahora ya no lo lográs.
-Bueno, por hoy dejamos aquí –dijo su analista y se levantó, cansado.
-Gracias, Juan, nos vemos el viernes.
Cuando Graciela llegó al bar, Guillermo fumaba, concentrado.
-Hola, vida… ¿En qué pensabas? –preguntó Graciela mientras se sentaba y con ademanes exagerados llamaba al mozo.
-En nada, estaba distendido… -mintió Guillermo y quitó la mirada de la mesa en la que Mariana y Sebastián, sonriendo, miraban la ecografía y proyectaban la habitación para Agustín Vicente.

4.
Se despertó sobresaltado y de inmediato se sentó en la cama. La habitación estaba oculta en la oscuridad, sólo titilaba la lucecita roja del despertador digital mostrando y ocultando la hora nocturna. Juan Carlos estaba agitado, un sudor frío recorría su frente amplia. Temblaba, sacudía la cabeza tratando de negar la pesadilla, como si los psicólogos no debieran soñar, como si los sueños sólo fueran patrimonio de los otros, material de estudio del campo interior de esos sujetos llamados pacientes. Pero no, los sueños son universales. Entonces, el buen inconsciente le permitió recordar una parte de lo que había soñado: apoyado en el marco de la puerta de la habitación de sus padres, los observaba haciendo el amor, gestándolo a él.

Pablo Melicchio, de Buenos Aires, Argentina

Me comentaba una mujer analizante, que le habían sucedido varias cosas, diferencias con amigas que terminaron con la amistad, y al final de su relato dice: no quiero ponerme mal. Esa frase no quiero… ponerme mal, da indicios de que para estar mal, angustiada, o bajoneada, hay una intención a veces conciente otras inconciente, de cómo nos va a afectar tal o cual situación. No quiero ponerme mal, da una idea que también puedo estar bien, más allá de lo que me depara el destino. Más allá de las palabras, los desencuentros, los desplantes, puedo sobrellevar la situación y no caer. La voluntad del sujeto, se revela ante un acontecimiento imprevisto, y eso mismo, lo ayuda a seguir con su vida cotidana …de otra manera.

Pablo o EL navegante, de Buenos Aires, Argentina

Recuerdo aquella vez en que entré al edificio donde tenía el consultorio mi primer analista, y al llegar por la escalera hasta el primer piso, había una persona sentada allí junto a su puerta. Le pregunté si él también lo estaba esperando, a lo que me respondió que sí, por lo que evidentemente alguno de los dos estábamos confundidos de horario, o el analista se había confundido y nos había citado en el mismo horario. Al cabo de un rato, desde donde estábamos se escucha abrirse la puerta del edificio, y un chirriar de zapatos que avanzan… Entonces el otro que esperaba conmigo, me dice: «Ahí viene…. hace 5 años que usa los mismos zapatos…» Lo cual me provocó una carcajada, ya que yo podía confirmar que al menos el último año y medio era ese ruido de zapatos con el que yo también lo reconocía! Lo que ya no me acuerdo es de quién había sido la confusión ese día.
Me pregunto ¿cuál es la anécdota? Lo cómico del ruido de los zapatos del analista que ambos pacientes reconocíamos? … O que no recuerdo de quién había sido la confusión horaria aquel día?

Gustavo Mederdrut, de Israel

Lejos del diván

El conferenciante invitado había viajado desde su país y dictaba el seminario ante una gran concurrencia. La ponencia versaba sobre la neurosis y los intrincados recovecos y consecuencias de la degradación de la vida erótica. Llegado un momento, sus palabras aludieron a la posibilidad de que una vida pudiera convertirse en un infierno.
La analista, sentada a escasas filas por delante, agitó su cuerpo en el asiento y giró levemente su cabeza hacia donde él estaba, fue un gesto calculado que hacía innecesario el cruce de sus miradas. En ese mismo instante, las palabras del ponente lo atravesaron. Aquella interpretación recibida lejos del diván abriría a la postre la puerta de su análisis.

Alberto Estévez, de Madrid, España

La escalera del analista es un lugar especial. No es que sea «la» escalera del analista. Digamos que es la escalera que conduce al apartamento del analista, o por donde uno se va, se fuga, salta, se sienta, quiere devolverse, baja corriendo, lentamente, retorna, se detiene en el descanso, se queda esperando la hora, se encuentra con otro paciente, con la conserje, con la vecina, con uno mismo. La escalera es más importante que la sala de espera, es un termómetro del síntoma.

Johnny Gavlovski, de Caracas, Venezuela

Venía a mi trabajo y me encuentro con mi mejor amigo que iba muy descompuesto a la guardia del Otamendi.
Vos tenes que bajar la ansiedad le digo, haceme caso buscá un buen analista.
UNA SEMANA DESPUÉS LO VISITO EN TERAPIA INTERMEDIA
-Que pasó? no encontraste ningún analista?
-Sí, sí, encontré al mejor analista experto en ansiedad.
-Y?
-Me dio turno para dentro de dos meses.

Osvaldo Alonso, de Buenos Aires, Argentina

Y le dijo: Usted habla de amor, Prospero. ¿Pero ella?
El corazón de Prospero Mineo se estrujo como trapo de piso, como lampazo, como sólo un corazón puede estrujarse cuando se sabe no querido. Entonces en sus labios, en los labios de Prospero Mineo se armó la frase y la frase resonó en el consultorio: No me ama, creo que no soy correspondido.
– No lo ponga en esos términos, Prospero, vea el vinculo desde otro ángulo.
– Soy obtuso, sólo puedo ver desde mi ángulo.
La sonrisa se armó en la cara del analista. Miró su reloj y sentenció: Por hoy lo dejamos aquí.
Prospero Mineo se sentó en el diván, inspiró profundamente y de un brinco estuvo de pie. Sin mediar más palabras, buscó los billetes, abonó la sesión y salió. Ya en el hall sintió que tenía que bajar por la escalera, eran tres pisos los que lo separaban de la puerta de calle, era una manera de realentar el tiempo, de seguir un poco mas en el diván, era un modo de seguir rumiando lejos de su propia casa, casa en la que ella ya debía estar preparando la cena. Hoy seguro comerían milanesa con puré de calabaza.
Y de pronto, aún dentro del edificio de su analista, se vio frente a la puerta de salida y su mano, la mano de Prospero Mineo fue directo a su bolsillo y agarró el llavero y los dedos hábiles, acostumbrados a esa acción, separaron la llave de la puerta de calle y buscaron introducirla en la cerradura, pero ella, la llave, no entró. Mineo, lejos de su fallido, repitió la acción dos o tres veces, hasta caer en la cuenta de que aquella no era la puerta de su casa. Aún estaba dentro del edificio, donde su analista sonríe.

Alcestes, de Buenos Aires, Argentina

LOS SONIDOS DEL SILENCIO
HOLA OSCURIDAD, MI VIEJA AMIGA, HE VENIDO A HABLAR CONTIGO OTRA VEZ

Comprometida con mi terapia, relataba yo a mi analista el feroz hallazgo del correlato entre la historia de Perséfone con Demeter y el vínculo terrible que me unía a mi mamá.
Me era vital compartir la explicación en torno al porqué la hija es primero Perséfone y luego Coré.
Bajo sospecha de estar regalándole a un manco, un violín, le pregunté si conocía el mito.
Respondió: —El de Perséfone, sí…, algo. El de Demeter, no.
No volví a su consultorio pero mientras buscaba con quién continuar, resonaba en mi mente hello darkness, my old friend, i’ve come to talk with you again …
Me dio ganas de entrar a la disquería del centro y preguntarle al chico que la atiende:
¿Conocés a Simon & Garfunkel?
Pero tuve miedo.
Tuve miedo de que me respondiera:
—A Garfunkel no, pero a Simon…, algo, quizás… ¿Carl Simon, puede ser?

Rosana Di Nardo, de Puerto Madryn, Argentina

Unborn

…»De ella tomó su materia y su forma, de barro y polvo fue creado. De él y por el aliento de su boca le fue donada la vida»…
…allí estaba casi a oscuras, en penumbras, una débil claridad penetraba el oscuro recinto. Un velo denso y pegajoso rodeaba su cuerpo y al mismo tiempo difuminaba la débil claridad hasta confundirla con las sombras.
Un sonido rítmico regular acompañaba el tiempo en el que se gestaba.
El espasmódico movimiento del vientre lo expulsó a través de un pasaje estrecho fuera.
…y allí estaba otra vez… algo recubría la superficie de su cuerpo…
La totalidad de su materia se estremeció, se hinchó, se encorvó y se extendió hasta finalmente estallar de dolor en un alarido feroz e inaudible. Permaneció sofocado por su propio grito un tiempo interminable…
Una mano lo tomó.
Un pecho lo amamantó.
La necesidad fue satisfecha.
…allí estaba… esperando la siguiente oportunidad de su naturaleza animal para pasar a la vida…

Patricia García, de Viedma, Argentina

Los pasadizos secretos del azar

Todo aconteció en ese instante en el cual lo que nos sucede parece rasgar el aire, en el que las palabras parecen no habernos encontrado todavía, en el que la vivencia de lo ominoso que le seguirá necesitará aun del tiempo para expresarse. Sólo perplejidad. Ocurrió casi inmediatamente después de abrirle la puerta a Ricardo. Yo comenzaba por ese entonces mi práctica como analista. Al pacientito anterior que había atendido, Martín, lo había visto jugar distraídamente con las clavijas de mi sillón mientras estábamos enfrascados en un acalorado truco. Obviamente verás que no quise darle al hecho demasiada importancia, era un niño demasiado habituado a que todo lo que él hacia mereciera una sanción. Ricardo, de quién te quiero contar lo que me pasó esa tarde, era un hombre que parecía salir de una demorada adolescencia, vestía con cuidada elegancia, era agradable. Hacía meses había comenzado sus entrevistas. Buscaba una solución a sus infortunados encuentros con hombres, a los cuales no conseguía enamorar pese a sus desvelos. Había dolor en su relato, su búsqueda del amor tomaba la forma de un destino de irremediable soledad que se le hacía insoportable. En su decir, sesión por sesión, repetía la historia de sus fracasos, de los abandonos de los cuales era objeto. No voy a ahondar, por la brevedad del relato, en los detalles de la constelación familiar, pero el dolor por el rechazo materno parecía repetirse con cada renovado dolor. Te cuento lo que sucedió ése día: le abro la puerta, él se dirige al diván, yo a mi sillón, como siempre. Me siento, satisfecha, pero al instante siguiente el respaldo de mi sillón sede, y yo me caigo para atrás, las piernas para arriba, con un radical plaf que hizo mi cabeza al estrellarse contra el piso. Entonces el se incorporó y fue tanta su preocupación cuando acudió a mí, tanta su solicitud, su deseo de saber si me había hecho daño… Luego trató de poner en su sitio las clavijas para enganchar el respaldo. Yo no se si a él le causó tanto bochorno como a mi semejante mostración: me veía frente a él, doblada en dos, las piernas levantadas en una posición ridícula: la cabeza de medusa había acudido sin siquiera llamar a la puerta. Estaba allí, en todo su horror, ¿quién la habría convocado? Nada recuerdo de lo que luego dije o dijo, traté que todo volviera a su normalidad. Ése día parecía imperar el silencio… Pero su solicitud amorosamente materna, el horror y el niño que había quedado detrás de la escena, ingresaron por la puerta de la transferencia…

Lala Altschuler, de Buenos Aires, Argentina

Convocatoria 12º Aniversario de Viví Libros – Primera Parte

¡Así fue nuestro festejo de los 12 años de trabajo y lo compartimos con todos ustedes!

La propuesta: Cuántas veces al salir de su sesión usted pensó: “¡Esto que me pasó se lo tengo que contar a alguien!”. Acá está la oportunidad… Les proponemos que nos cuenten alguna situación, anécdota, fábula o minificción de diván. Puede ser desde el lado del analista, del paciente, del vecino que cruzaron en el ascensor, del perro, desde donde gusten… ¡Seguro que a un simple golpe de vista, ya se les está ocurriendo alguna!

Microrrelatos de diván, a modo de ejemplo les compartimos uno:

Una mañana soleada de domingo, el teléfono sonó temprano. Rinnng. Rinnnng. «¡Hola!» Al atender oigo su voz. Mi analista feliz, verborrágica, jocosa como nunca que me pregunta: «¿Vos qué vas a llevar para el asado?». Por un instante me descoloqué, si bien no soy vegetariana, no tenía ninguna propuesta de asado en vista. Con asombro le explico que está equivocada, que no vamos a un asado juntas (aunque a esta altura ya estaba buscando el chimichurri). Un rotundo silencio suspendió los segundos, seguido por un contundente ¡¡tuuuu!! Cortó el teléfono sin decir una palabra. A la sesión siguiente tampoco dijo nada, sólo se la notaba pálida, apabullada. Había perdido aquella alegría de domingo soleado. Finalmente, el diván me llevó por otros rumbos.

Viviana Rosenzwit, de Buenos Aires, Argentina

Los ganadores fueron:

Finalistas (por orden alfabético):

Mayte Martín, de Las Palmas de Gran Canaria, España
Trudy Ostfeld de Bendayán, de Caracas, Venezuela
Susana Szwarc, de Buenos Aires, Argentina

Mención especial (por orden alfabético):

Analista depilada (seudónimo), de Buenos Aires, Argentina
Mario Capasso, de Buenos Aires, Argentina
Rosana Di Nardo, de Puerto Madryn, Argentina
Pablo Melicchio, de Buenos Aires, Argentina

¡Nuestras felicitaciones y aplausos!!

Ahora les trascribimos en tres partes el concurso porque fue muy productivo:

Cómo saber si el analista es novato: contar un sueño, si la interpretación llega en la sesión siguiente es porque fue a supervisar y volvió.

Jordi Páined, de Barcelona, España

Suelo ir desde hace años a la misma depiladora. Allí me depilo todo lo que las mujeres habitualmente nos depilamos (pierna, entrepierna, y demás etcéteras). Al ritmo de la depilación se establece siempre una charla cordial y amena (tal vez para disimular el dolor que causa el tirón de la cera sobre la piel!! respire profundo… ayyyy!!!). El tema fue que en una de esas charlas, una de las chicas que me solía depilar, enterada de mi profesión, me pidió si podía realizar una consulta. Eso me produjo un grave intríngulis, ¿cómo mirar seriamente a alguien que me conocía tan íntimamente? Por supuesto que la derivé ante las carcajadas de la colega que escuchó los motivos por los cuales había decidido no atenderla… Y sigue siendo tal mi vergüenza que firmo con seudónimo este relato!!!

Analista depilada, de Buenos Aires, Argentina

Apoyo escolar
(Dispensario municipal)

La gente para ser atendida tiene que ir a eso de las 5 de la mañana, para que le den uno de los poquísimos números (en comparación a la cantidad de demanda) que se entregan por día. Después se tienen que quedar a esperar a que el servicio empiece a atender, a las 8.
Llegan dos muchachos, entran juntos.

-Hola, venimos por el psicotécnico.
– ¿? Mnno, me parece que tienen información equivocada, acá no tomamos psicotécnicos.
– NO, ya sabemos. Es que vamos a presentarnos para entrar en la Policía Federal.
– Está bien, pero acá no se toman los psicotécnicos para el ingreso a la PF.
-No, lo tenemos que dar allá, ya averigüamos.
– ¿Y entonces?
– Venimos a PREPARARNOS, para qué nos diga QUÉ CONTESTAR, así lo damos bien.

Valeria Prohens

Se dice de mí
(Institución psicoanalítica)

– Adelante, mucho gusto.
– Hola, yo soy el marido de L, y vengo a aclarar. (L es paciente de otra analista, no mía)
– A aclarar…?
– Sí, lo que seguramente LE ANDUVO DICIENDO DE MÍ. Es todo mentira, se lo juro.

Valeria Prohens

Nos tapó el agua
(Centro de atención comunitario)

– Buenas tardes
– Hola, licenciada, vengo por el certificado.
– El certificado?
– Sí, si. Un certificado que diga que NO TENGO FOBIA.
– ¿??????????
– Es que soy BUZO, y me lo piden por si me descompenso allá abajo.

Valeria Prohens

“Si he tenido…”. “¿Qué siete nidos?” me interrumpió/ escandió el discurso el lacaniano a ultranza con el que hacía diván por esos años. De ese modo singular, llegamos a la conclusión de que yo deseaba fervientemente quedar embarazada, y los otros nidos vacantes eran los de mis amigas, con las que me juntaba para contarnos las vidas y las costillas, de modo casi religioso, todos los sábados. Y ya lo decía don Jacques, la letra es sangrienta…

Silvina Rodríguez

La hoja de árbol color granate y otoñal que llevé entre mis manos para escudriñarla, no podía ser más sugerente que esas ventanas abiertas al futuro. Sin embargo, ella aunque muy real, me impactó tanto visual como imaginativamente. Mirándola desde el haz, tenía un agujero hacia la derecha lejos de la nervadura; su contorno, para más viveza, descifraba geográficamente la forma de España.
Por esa ventana (por esa “España”), vacía, hueca, sin savia, acromática y volcada al abismo, le circunscribía la sangre hiriente de un orgullo a punto de perecer en otoño.
Pensé, ¡qué certeza tan casual!: una hoja de árbol, con su agujerito, hacia la derecha, con forma de España, encontrada en noviembre, un día de sol norteño….
Pero, ahora que está tan hiriente, tan casi muerta… ¿ no vendría bien la provocación de un alarde fotosintético?, ¿ no sería el momento de las ironías y así dinamitar sus hambres de morir? Pero ella no tenía arrojo, estaba exageradamente lánguida, hojarascada y pudriente: el otoño le exigía su máximo y necesario desprendimiento.
Se me ocurrió ponerla en cuarentena y la acosté entre las “mantas” de un libro. Mullida plácidamente en la página 2011, posiblemente se recuperaría de su atroz y desesperanzado ecologismo.
Pasada la tensión, mucho más allá del otoño, allí en la necesaria primavera, fue cuando la puse nuevamente entre mis manos… ¡Se irguió tímidamente verde, fresca, lozana, ni agujero ni cicatriz, ni pudriente ni hojarascada! La hoja, ¡ésa hoja, con su pasado agujeroso en forma de España, estaba a punto de reconocerse!
Comprendí entonces que, en muchas ocasiones los ímpetus positivos de alguien, amenazan las previsiones mortíferas, obligando a vivir.

Mª Elena Arenaz Erburu, Pamplona, España

Camino por la avenida Santa Fe, el día es cálido, el sol hace que mis ojos se achinen. ¿La hora? Serían las cuatro menos diez. Soy una persona puntual, así que no llegó tarde, nunca, llego tarde a mi sesión semanal. Y hacia allá me dirigía. Llego a la esquina de Azcuénaga, veo la gente comiendo hamburguesas, y doblo rumbo al encuentro del diván. Hoy tengo mucho para hablar, a diferencia de la semana pasada, hoy sí que vengo cargado. Pero. Siempre nace esta palabra cuando todo parece deslizarse con fluidez. Pero. Pero al llegar a Arenales veo la figura de mi analista de pie en la esquina. El aguarda el semáforo que le de paso y así cruzar, imagino yo, rumbo a su consultorio. Es decir, rumbo a mi encuentro. Ya que los minutos se suceden y la hora de esa cita ya es inminente. Mi analista, este analista es de esos que te tratan siempre de usted, a pesar de los meses, ese usted, esa distancia siempre se mantiene. Entonces, no sé que hacer. Digo, yo no sé qué hacer. Avanzo y estoy hombro con hombro junto a él. Y no sé si cabe saludarlo. Ahora somos solo dos hombres. Iguales. Parecidos. Humanos. ¡Humanos! Mi analista es ¿humano? Él también anda por la calle, espera que lo rojo de paso a lo verde. Sí, el también. Y lo saludo. Un simple: Hola. Y entonces me mira, veo su sorpresa, y sonrío. ¿Qué tal?, me dice. Ya arrancó la sesión, ya debo contar lo que tengo para contar ¿ya? Verde, el semáforo cambia, cruzamos en silencio. Andamos paso a paso los pasos que nos separan de la entrada del edificio que contiene aquel diván. Llegamos, en silencio, él abre la puerta, entramos al palier. Llamo al ascensor. Llega, y el ascensor es tan pequeño que estamos uno junto al otro muy cerca, en silencio. El viaje es breve, cuarto piso. Mi analista abre la puerta del ascensor, sale del ascensor, abre la puerta del consultorio, yo en silencio cierro la puerta del ascensor, cierro la puerta del consultorio, oigo Pase. Y paso, y me sumerjo en el diván y ya no puedo dejar de contar lo que tenía que contar. Él me escucha, en silencio.

Bartleby, de Buenos Aires, Argentina

Hace unos años, yo atendía en un consultorio cuya puerta daba a la calle. Un paciente psicótico tenía la costumbre de llegar antes y caminar de una esquina a la otra hasta que llegara la hora de su consulta. Pero este recorrido lo hacía con el siguiente detalle: cada vez que pasaba por delante le daba un puñetazo a mi puerta provocando que el paciente que estaba dentro saltara tres metros por lo menos de la silla…

Analista a los saltos, de Buenos Aires, Argentina

Hace unos años trabajaba en un hospital del conurbano muy, muy carenciado. A veces no tenía lugar donde atender y lo hacía en el pasillo. Un día me otorgan un consultorio y al entrar veo que las sillas tenían unos almohadones primorosos! Me puse refeliz! Pensé: «Algunas cosas puede que cambien al fin». Estaba atendiendo una paciente que lloraba amargamente, cuando sin pedir permiso entra una enfermera y me dice: «Dra. me tengo que llevar las sillas porque son del Dr. Fulanito!!!» y sin mediar ningún tipo de pedido SE LLEVO LAS SILLAS Y NOS DEJÓ PARADAS EN MEDIO DEL CONSULTORIO…

Analista parada, de Buenos Aires, Argentina

Durante la sesión una paciente le comenta a su analista un sueño que se repite y la asombra: muchos gatos corretean y uno de estos la mira fijo. ¿Restos diurnos? – le pregunta la analista. Ninguno, no tengo gatos en casa – contesta la paciente – ni soy narcisista. La analista le devuelve entonces su interpretación en medio de la desconfiada insistencia de la paciente: doctora, hay algo de esta escena que acaso suceda en lo real.
Tres meses después la paciente es internada de urgencia. Y al reponerse de la cirugía, mira hacia un viejo ventanal de la habitación asignada en el sanatorio: muchos gatos corretean. Se trata de uno de los jardines interiores en los que conviven habitualmente los felinos. Uno de estos se detiene y la mira fijo.
Cuando la analista es informada por la paciente del suceso no pronuncia palabra. Para bienestar de la paciente las sesiones continuaron; la paciente no volvió a ser sometida a ninguna cirugía. Claro que la escena de los gatos la introdujo en los enigmas del psicoanálisis, que todavía existen, y en aquello tan azaroso de la vida como presente y futuro.

Paula Winkler, de Buenos Aires, Argentina

Vivía en Recoleta, casada con un empresario, nunca tuvo más de cinco pacientes. Eso sí, viajaba tres veces al año a París para analizarse. Cuando volvía, su principal intervención era «¡Oh la la!».

Miriam Cornejo Linares, de Santa Fé, Argentina

Teoría sexual infantil noventista: a los analistas los traen de París.

Julio Padolsky, de Córdoba, Argentina

Era una analista (no… una psicóloga a esa altura) novel, y estaba atendiendo a mi primera paciente (con lo cual el «furor curandis» estaba a full en ese momento). Resulta que me llama el marido desesperado y me dice: «X se fue de casa y no sé a dónde!». Como a las dos horas me llama X llorando y me da una dirección en una localidad cercana (yo trabajo en la provincia de Buenos Aires) para que la fuera a ver. Por supuesto que voy. Era un lugar raro, medio oscuro, con un recepcionista hombre que me miró en forma curiosa cuando pregunté por ella. Sin embargo me indicó la habitación donde estaba X, a la cual llegué atravesando un jardín… Al entrar me di cuenta donde estaba: ERA UN HOTEL ALOJAMIENTO!!

Analista sorprendida, de Buenos Aires, Argentina

Arturo, uno de mis primeros pacientes, viene a terapia sintiéndose una víctima tanto de su madre como de su esposa a las que califica de brujas.
Extrañamente, desde la primera sesión, aparece una imagen en mi mente: un velero zurcando los mares. Una imagen que me resulta totalmente ajena.
Cuando, en la tercera sesión, recurre la misma imagen en mi mente, decido hablar de ello con el paciente. Arturo queda petrificado y luego y vocifera «¡ese es mi sueño!, !ese es mi sueño!» Quiero largarme con un velero y recorrer el mundo». Pero, ¿cómo lo sabe? Nunca he hablado de esto con nadie?» Después una larga pausa,. Arturo se levanta, me paga la sesión y
manifiesta que no vuelve: «¿No se le dije? Todas las mujeres son unas brujas». No volví a verlo y aprendí a no devolver todo lo que viene a mi mente.

Trudy Ostfeld de Bendayán, de Caracas, Venezuela

No había tenido una buena mañana, mi hijo reprobó su último año de colegio y mis pacientes escaseaban, estaba pensando en cerrar la consulta, las historias ajenas no alimentan a un analista.
La secretaria me avisó que una nueva paciente esperaba. La hice pasar y se sentó en el estropeado diván, sin percatarse que mi mente parloteaba con el estado de mis cuentas bancarias. ¿Cuénteme, qué la trae por aquí?. Sacó un pequeño papel del bolsillo de su abrigo, lo abrió con cuidado, rozándolo apenas con sus dedos, y comenzó a leer en voz alta:
“Dicen que al morir el cuerpo pierde entre 11 y 21 gramos, ayer esos gramos estaban presentes en tu cama y cuando bebiste el café por la mañana. Lloro tu muerte como los elefantes, en el sitio donde yacen tus huesos. Algunos salmones migran entre agua dulce y agua salada, regresan al río donde nacieron para morir, ¿por qué no estás en mi vientre?”.

Verónica Baeza Yates, Santiago de Chile, Chile

Un analizante varón se estaba quejando muy enojado de la actitud de la exnovia de un amigo del grupo de sus amigos. Opinaba que esa muchacha obraba muy mal al haberse puesto en pareja con otro integrante de ese grupo de amigos. Su enojo llegaba al punto de considerarla una prostituta. Todo su enojo se concentraba en esa joven, y llamativamente no había ninguna mención hacia el nuevo novio. Ante mi pregunta al respecto, dice que son las minas las provocadoras y responsables. Y los hombres… son todos iguales?­ pregunto.
En ese momento, mi gata Lara, que solía pasearse libremente por el consultorio y cada tanto subirse al diván, e incluso ronronearme al cuerpo de algún analizante -supongo que su avanzada edad le otorgaba ese privilegio­ hizo exactamente eso. Se subió encima del pecho de mi analizante, y muy instalada ella, al no percibir ningún rechazo, comenzó a ronronearle.
Entonces, el analizante dijo: «Es hembra, no?… con todos hace lo mismo?»
No, digo. Sólo con algunos.

Patricia Ramos, de Buenos Aires, Argentina

Se acercaba el verano, me ganaba el cansancio del año de trabajo pero aún así, intentaba redoblar mi esfuerzo en la escucha analítica. Llega a su sesión semanal un joven paciente, comienza hablando de sus planes para salir por primera vez de veraneo con su novia. Que les gustaría ir a la playa, que podría ser la playa de las Catedrales en Ribadeo o mejor Bolonia que es más tranquilo… de golpe, sin darme cuenta, me encuentro interviniendo: “¿Ibiza está muy caro este año? y los pasajes? Porque ahora hay planes con descuentos muy interesantes…”. La conversación resultó muy amena, el paciente me informó de todos los detalles y yo me hice un panorama de cómo serían MIS vacaciones. Dí por finalizada la sesión. A la semana siguiente regresa puntual como siempre, pero lo noto alterado. Su primera frase fue: “¡Ya sé por qué me hizo tantas preguntas la vez pasada! Primero no me di cuenta, pero en el transcurrir de los días entendí que usted me interpretaba que no debo buscar lugares baratos para ir con mi novia, que eso sería menospreciar la relación. Y ya es hora de hacer un giro en el vínculo, usted tiene mucha razón!”. Silencio. Cuestiones de la transferencia analítica.

Miguel Salas, de Madrid, España

Parece mentira que nadie entienda mi drama. Espero que al menos me entiendas tú, no es nada fácil cuidarlas, dejar que crezcan sanas… hay quienes dicen que las mimo en exceso, que estoy obsesionada con ellas, que si les presto demasiada atención, que si las visto con colores muy fuertes… les explico que los colores hacen que duren más, por tanto les dan vida. Dicen que exagero al cuidarlas del frío, que las mantenga frescas en verano y las airee desnudas para que se oxigenen y cojan su color natural. Aseguran que dramatizo, no comprenden que se me salten las lágrimas, y que sea capaz de encerrarme en casa y no quiera salir. Critican que no repare en gastos cuando se trate de ellas, que gaste todo cuanto considere necesario para que sigan creciendo y adquieran por sí mismas consistencia, dureza, elasticidad. Dicen que entorpecen mi vida, que impiden que trabaje con diligencia, no se creen que pueda hacer lo mismo que el resto de los mortales y que me incapaciten para vivir… Tampoco entienden que si no puedo vivir sin ellas no busque alternativas, porque las hay. Existen métodos que están probados científicamente, pero yo prefiero lo natural. En serio no comprendo por qué no pueden ponerse en mi lugar y entender que sufra si una se rompe. Por eso siempre llevo limas encima, porque una nunca sabe en qué momento puede romperse una uña.

Mayte Martín, de Las Palmas de Gran Canaria, España

Hago la aclaración que no soy psicoanalista, no soy psicólogo, ni estudio para ello. Es más, si hay algo sobre la psicología, el psicoanálisis o sus derivados que tenga que mencionar… es que no confío mucho en ello.
Pero la propuesta de Viví Libros es más que oportuna para contarles una vivencia personal.
He leído muchísimos libros de la materia en los últimos años, con comentarios de profesionales, anécdotas de pacientes, de diferentes países, pero no me termina de convencer más allá de que escucho y me comentan los buenísimos resultados que logra gente que definitivamente se pone en manos de profesionales, de muy buenos profesionales y salen adelante en sus vidas.
Paradójico resulta entonces, confesarles que desde hace años… también estoy en pareja con una psicóloga!!! Ciertamente, sí.

Norberto Racso, de Buenos Aires, Argentina

Había llegado antes a sesión preocupada. Casi sin saludar me tiré al diván. Una palabra me perseguía: mariposa. Decía que si se busca en las alas de la mariposa un número y se juega a la lotería, se gana. Silencio.
Decía que la palabra mariposa es cursi, ¿cómo usarla en algún texto? Decía que la mariposa siempre tiene algo de siniestro. Silencio.
Decía Mari y ella ¿qué?
Mari posa en la ventana, me da la mano y volamos las dos.

Susana Szwarc, de Buenos Aires, Argentina

Escribo brevemente una anécdota que me ocurrió hace unos años. Tuve que armar un stand de publicaciones en el Hospital de Salud Mental Borda, lamentablemente les cuento a quienes no lo conocen que las condiciones de deterioro son extremas allí. Aquellos que me vieron alguna vez trabajando saben que cuando estoy en esa función no sólo tengo que tener «una oreja» sino diez! porque en general, me habla mucha gente al mismo tiempo, preguntado por bibliografías, autores, instituciones y hasta dónde para el colectivo! jajaja (es una broma).
En un momento se me acerca un hombre (que después un enfermero me explicó en sus palabras que era un «loco») y me pregunta muy respetuoso si se podía leer los libros que estaban expuestos. Por supuesto que acentí, y entonces él ubica las dos palmas de sus manos sobre cada tapa que le interesaba, se concentraba mucho y decía: «Ya está». Así con varios libros hizo lo mismo y se retiró. Esta situación se repitió durante los dos días varias veces y se ve que como yo lo trataba bien, de manera cordial, él me esperó el segundo día de la jornada para venir a «leer mis libros», incluso los seleccionaba. Me decía feliz: «Ah, este ya lo leí ayer». Al final del día me preguntó cuándo iba a haber otras jornadas para «seguir leyendo».
¿Leía a través de sus manos? ¿? quién sabe…?

Viviana Rosenzwit, de Buenos Aires, Argentina

Convocatoria 11º Aniversario de Viví Libros – Segunda parte

Trascribimos el resto de las participaciones a continuación. ¡Qué disfruten la lectura!

Cursaba cuarto año de la enseñanza media en un colegio inglés de la ciudad de Buenos Aires cuando encontré dos libros en un armario de objetos perdidos. Olvidados entre pulloveres viejos, alguna toalla y alguna boina yacían Nexus y Sexus de Henry Miller. Si bien era legítimo tomar esos libros allí abandonados, a poco de hojearlos, en el colegio mismo, erotismo y prohibición se ligaron con la lectura clandestina.

Susana Díaz

Tendría unos doce años cuando mi padre me llevó a escuchar una conferencia de Jorge Luis Borges en la Cultural Argentino Germana. Seguí atentamente cómo Borges hablaba de su experiencia en la literatura alemana y cuando
nos acercamos para saludarlo, le pregunté no sé qué cosa sobre Hölderlin, que había leído en un viejo libro de papá que aún conservo. (Por entonces leer en alemán me hacía siempre ingresar a una zona de enigmas, que todavía persiste…). Borges me escuchó pacientemente y me aconsejó leer de por vida, (no solo en alemán) y cuando le contesté que tal vez iría a estudiar Derecho, se sonrió, se hizo un silencio y toda su sabiondez le iluminó la cara. Hay casualidades causales.

Paula Winkler

Yo creía, cuando era adolescente, que lo que nos haría definitivamente coincidir, era leer los mismos libros. Sentía que mis opiniones, mis posiciones, tenían base en las lecturas que hacía, y pensaba que nadie que leyera los mismos textos, podía opinar diferente, necesariamente, por lógica, debía opinar igual, arribar a la misma conclusión.
Colaboraban con esta creencia los catálogos que algunos “grandes” elaboraban bajo títulos como “los cien libros que todo el mundo debería leer”.
Después, aggiorné esta hipótesis y le agregué “en el mismo orden”. Alguien que leyera los mismos libros en idéntica secuencia, debía pensar igual. Tanto me apoyaba en ellos y tanto creía que ellos me producían.
Ahora, producirlos, no significa compartir mi pensamiento. Pero me gustaría que produjeran pensamiento. Somos lo que pensamos, asiente una corriente, a la que adhiero porque no quiero que me defina ninguna otra cosa que yo no determine.

Leda Aurea Garrafa

El 29 de diciembre pasado, día de mi cumpleaños, vienen amigas a casa a saludarme y a pasarla lindo.
Una de ellas, Paola, me regala un libro maravilloso: «Mujeres que corren con los lobos». En el momento de recibirlo me aclara que , seguramente, lo voy a tener a mano siempre para volver a él muuuchas veces.
Y puedo confirmar que así es. Lo abro incluso no sólo para releer todo un capítulo, sino abro en una página cualquiera y lo tomo como un mensaje para mi, como un recuerda que….
Pienso que es un libro que a cada mujer que lo lee la cambia, ya que nada que llega a nuestras vidas sin un motivo.

Norma Barnabe

Una descubridora de Talentos
La consigna es escribir algo divertido acerca de la relación con los libros y no creo que la mía encuadre perfectamente con ese calificativo, yo más bien diría que es una anécdota candorosa.
En mi niñez era una gran lectora, vivía en un pueblo chiquito del interior y, fundamentalmente, compraba casi semanalmente, un libro de la colección “Robin Hood” que vendían en la única librería del pueblo en ese momento.
Un día, en un recreo de la escuela que fue un poco más largo que de costumbre no recuerdo por qué causa, en vez de jugar me fui a la biblioteca de la secretaría del establecimiento y me puse a leer el primer libro que encontré y que, recuerdo, no era de la colección “Robin Hood”.
El libro me atrapó por la historia que contaba y también por la forma en que estaba escrito, ya que según vi, los personajes del cuento eran mostrados como si hablaran, esto es en forma de diálogo.
Nunca había leído una obra de teatro hasta entonces y en ningún grado las maestras nos habían explicado nada, todavía, de ese género literario.
Tampoco había asistido todavía, a ver ningún espectáculo teatral.
La historia me pareció fascinante, el corazón me daba golpecitos de la emoción y día tras día, recreo tras recreo, hasta terminarlo, yo me encerré en la biblioteca a leer ese libro.
Tampoco en esa época les daba yo mucha importancia a los autores aunque me gustaba escribir…
Lo que me hace elegir este acontecimiento como anécdota es que, aparte de estar atrapada por lo que iba leyendo, transitando emociones varias, yo no contaba a nadie del descubrimiento de ese libro y, sentía el orgullo de haber hecho un hallazgo importante.
Algo así como un pescador que saca del mar o del río, un pez increíblemente bello y grande y, sobre todo, esto es lo que quiero subrayar…¡¡desconocido hasta entonces!!
¡¡Yo había descubierto para el mundo una joya de la literatura!! El éxito había sido de mi persona y mi talento para descubrirlo en la biblioteca de la secretaría de la escuela.
Para finalizar este relato, diré que el extraño espécimen de libro se llamaba “Romeo y Julieta” y el autor era un tal William Shakespeare…
No se en qué momento, no puedo ubicarlo, supe que no había sido precisamente yo la que lo había descubierto y, sentí entre un sentimiento de pudor y risa al recordar lo que yo creía era un secreto…entre Shakespeare y yo…y algo así como un descubrimiento para la sociedad…
Hoy soy Directora, docente e investigadora de teatro. ¿Tendrá algo que ver con esto?

Cristina Livigni

Tenia unos 17 años y recorría las librerías de viejo de libros usados de la calle Corrientes buscando oportunidades en las mesas de saldos, Luego de salir del emblemático cine Lorraine y de ver películas como «Hace un año en Marienbad», descubro los tres tomos de «El ser y la nada de Sartre» y los tres tomos de «La critica de la razón pura» de Kant. Recuerdo que los iba a leer al Parque Chacabuco y tanto como con las películas como con los libros le decía a mi novio, no te preocupes, algún día los vamos a entender, lo importante es tratar de ir descubriendo algo. Y ahora que hice la carrera de Psicología en la UBA y la de Bellas Artes, esas películas y esos libros misteriosos al principio, fueron de alguna manera proféticos. Marcaron un camino de descubrimientos que cimentaron y enriquecieron mi vida, y por el cual todavía sigo intentando…

Hilda Catz

Mi relación con los libros está marcada a fuego desde la infancia por las palabras de mi viejo, gallego, trabajador incansable que cuando llegaba a casa me llenaba de mandatos, desde “ no seas burra” hasta “agarrá los libros que no muerden”. ¿Será por amor a él que le hice caso?
Durante mi infancia recuerdo unos libros grandes de tapa de cuero rojo, que estaban en la casa de mi tía Victoria y me los prestaba a cambio de que se los devuelva, cosa que cumplía.
Eran los cuentos de los hermanos Grimm, entre sus páginas, cada tanto había una lámina protegida por un papel manteca, que funcionaba como preámbulo de la fascinación que esos dibujos me causaban. Podía ser princesa o perderme en el bosque. El préstamo duraba una semana y todas las noches me encontraba con ese valioso tesoro que disparaba mi imaginación.
Hoy no soy tan obediente y no devuelvo los libros que me prestan, los colecciono como objetos preciosos que no se comparten. Sigo disfrutando de la calidad de la impresión, el diseño de sus tapas (si son duras, mejor), el tamaño de las letras o el olor del papel. Me acompañan durante el día en mi trabajo, si tengo un rato libre puedo sumergirme en ellos y me esperan a la noche en mi mesa de luz para acompañarme hasta que llega el sueño.
Seguí los consejos de mi padre, soy una lectora curiosa, aunque paradójicamente “el gallego” nunca tuvo libros.

Patricia Vázquez

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