Concurso Microrrelatos del Recuerdo Tercera parte

Compartimos la tercera tanda de los microrrelatos que fueron llegando para el Concurso 20° Aniversario Microrrelatos del Recuerdo.

Pueden leer las bases en: https://vivilibros.com/convocatoria-concurso-microrrelatos-del-recuerdo/

Narguile

El huerto de la casa de los abuelos, dibujaba pura calma… ¡Cuánta pasión sostenía esa calma! Creo que las plantas de ese huerto sabían transmitirlo: la albahaca era más aromática; los pimientos más ardientes para el kepe; las cebollas más húmedas y crocantes; los pomelos, limones y limas más jugosos y aquellos mangos tan dulces y sensuales que nos rebozaban de placer.

Cuando caía la noche, llegaban los “paisanos” primos del abuelo. Desde el encuentro ya le brillaban los ojos… Todos en torno de la mesa de ajedrez: los grandes marfiles golpeaban en cada movimiento de una pieza; corría el anís y el narguile encendido iba de mano en mano incendiando el ardor de sus miradas. Los chatos y negros muebles de ébano se volvían más altos. No hablaban; susurraban. Nunca conocí el final de esas reuniones: Debía salir corriendo a mi casa para la hora de la cena; vivíamos en una casa de Bahié muy antigua y hermosa con jazmines, un pozo con brocal y glicinas.

Mis sueños se encargaban de llenar de imágenes entre risas y humos donde a veces Iahome y Bahié bailaban, ella de pelos sueltos y él de sonrisa cómplice y abierta.

Marta Chemes

Corrientes Capital, Argentina

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Una mujer inolvidable

Recuerdo la primera vez que la ví, era una noche lluviosa de otoño. No la conocía, quizás algún amigo me la habría nombrado antes al pasar, no lo sé. Lo cierto es que en ese momento, en medio de la oscuridad del lugar, sus grandes ojos y amplia sonrisa me cautivaron al instante. Y ya no pude pensar en otra cosa, quería verla, hablarle, acariciarla, reírme con ella. Si la perdía de vista por unos minutos, me entraba una angustia en el pecho que nunca antes había sentido. Había mucha gente a nuestro alrededor y no podía acercarme sin molestar a todos. Siempre fui un poco tímido con las mujeres. Pero, ¿qué es esto? Temblaba, me sudaban las manos como a un adolescente hasta que ella aparecía en el plano de mi mirada y una brisita de aire fresco renovaba mi ilusión. A la salida, fuimos a comer una pizza con mis amigos. Ellos charlaban entusiasmados pero yo no podía concentrarme en aquella cena, creo que debatían alguna película, me daba igual. Sólo pensaba en volverla a ver. Pasaron los años y les mentiría si dijera que alguna vez logré tomar el suficiente coraje para intentar algo con ella. Cada tanto la sigo viendo, brilla como siempre. Ya somos grandes, ella formó pareja y hasta me enteré que tuvo unos niños. Se la ve feliz, calculo que nunca supo de mi existencia… Penélope Cruz, una mujer inolvidable.

Miguel Salas

Madrid, España

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El castillo

A mis cinco años la playa era lo mejor. Hacer pozos, coleccionar caracoles y colillas de cigarrillo. Los churros, los pirulines, correr las olas y robarles su espuma. Las esculturas con moldes se me daban bien, quizá por eso a mis padres se les ocurrió inscribirnos en aquel concurso de castillos de arena.

Fue la primera vez que pensé en cosas como ganar o perder.

Mi rol en el equipo era crucial: trasladar los baldes del mar a la playa. Habíamos logrado la proporción exacta entre arena y agua. Si me hubiesen consultado en la fase de planificación, habría sugerido algo un poco más tradicional. Pero miraba los avances, me gustaba. Teníamos un enfoque vanguardista.

Estaba totalmente comprometida con la causa. Aunque la arena quemara me movía sin ojotas para no perder ritmo. En uno de mis recorridos al mar, no supe volver. Mi mamá, que debió haber notado mis ojos desorbitados, gritó, “¡acá estamos hija, fijate si encontrás unos lindos caracoles para hacerle los dientes!”. Su pedido llamó la atención de otros competidores que empezaron a merodear nuestra obra.

Llegado el momento de soltar las palas, nuestra escultura estaba concluida.

El resultado fue fulminante. No ganamos. Tampoco perdimos. Nos descalificaron.

Me sentí desconcertada. Al principio los jueces intentaron ignorarnos. Recuerdo a mis papás discutiendo con el organizador. Hablaban demasiado fuerte y cerca. Cuando las palabras se agotaron mi mamá agarró un puñado de arena, que con una puntería extraordinaria embocó en la boca al organizador. El pato Donald, que estaba ahí para entregar  los premios, lanzó una carcajada. Un juez le arrebató la cabeza y embocó una piña. Pluto y el TopoGigio saltaron a defenderlo. La gente gritaba, hubo empujones, se volcó el carro del choclero.

Ese fue mi fracaso inaugural. Después fuimos a tomar un helado.

Victoria Malischevski

Ciudad de Buenos Aires, Argentina

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QUIBDÓ

La angustia le carcome los huesos.

Hoy, por primera vez y luego de dos años de búsqueda, entrará al Chocó, a ese lugar inexistente tanto para el mapa como para el gobierno colombiano. Finalmente abrazará la tumba de su padre. Enterrará su desconsuelo junto a la única costilla que yace bajo la tierra. El precio de ser un resistente – pensó, y su cabeza comenzó a perderse entre siglas:  E.L.N., F.A.R.C., P.B.I. …

Es paradójico morir cuando no se existe.

Aún no cruzaba el límite del mapa cuando sintió a lo lejos, como en sueños.

¿Y este?  ¿Por qué? No preguntes. Órdenes de arriba.

María Belén Garzón Rubino

Barcelona, España

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El sol cae como lluvia de luz sobre la reseca tierra. Metal contra metal, la chicharra inaugura un nuevo verano. Y nosotros escapamos de la siesta a compartir momentos de cariño infinito, cómplices en el juego y en la vida. 

Tirados bajo la sombra de aquel antiguo sauce, con las cabezas juntas, los ojos somnolientos, sin decir siquiera una palabra. 

De pronto nos miramos y encuentro en el fondo de tus ojos ese amor infinito que me envuelve como un manto fresco, como hecho de agua y de burbujas. 

Y se me sube el amor al pecho, y solo quiero acariciarte con todas mis manos, hundirlas en tu pelo de cobre líquido, sentir la suavidad de cada hebra, como una tela hecha por hadas invisibles. 

Ah, pero tú eres travieso…te levantas y corres, te alejas de mí, sabiendo que iré tras de tus pasos y así empezará el juego que tanto te divierte. 

Sabes que cuando te dejes atrapar te abrazaré muy fuerte, besándote en los ojos y la frente. Sabes que mi amor por ti es único e irrepetible, que no habrá otro a quien quiera de este modo, porque tú eres mi luz y mi tesoro, mi amigo y compañero, incondicional amor que será recuerdo para toda mi vida, sólo tú, mi amado Fabrizio, mi cachorro setter irlandés… 

Estrella 

Ituzaingó, Buenos Aires, Argentina 

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EL REY FALTANTE 

Afuera llueve, diluvia. Parece que el cielo decidió desbordarse esta tarde de Enero. 

Me llamo Liliana, soy psicoanalista y especialista clínica en niños y adolescentes. Quiero contarles algo que es bastante habitual en mi profesión (pero no por eso menos triste). 

Anoche los reyes se pasaron de largo de la casa de Matías. No trajeron el muñequito de Star Wards que él había pedido en esa cartita que juntos escribimos la última sesión. Parece que uno de ellos decidió dejar de ser rey mago. Decidió dejar de ser rey y también mago. Rey de corazón, rey de sueños, rey de un mundo mágico de ilusiones. Y mago de esos que chasquean los dedos y obtienen todo lo que quieren. 

¿Por qué su decisión? Creo que era preferible pelear con la mamá de Matías. Así fue como no tuvo en cuenta su desilusión y sus lágrimas. Así fue como sólo pensó en su venganza. 

Este rey mago decidió olvidar su corona y su cetro sin avisar. Y Matías se enfrentó así al dolor de sus zapatitos vacíos, al pastito que los camellos no comieron y al agua que nadie  bebió. 

No tuvo importancia su buen comportamiento de estas últimas semanas! Su madre, entregada a la pelea también lo olvidó. Y hoy Matías lloró conmigo su desilusión. 

Pude decir que a veces los reyes tienen mucho trabajo y dejan algunas cosas para el día siguiente, pude decir que tal vez alguno de ellos había tenido un percance de último momento y que quizás  esta noche se acercaran por su casa. 

Mati me miró con sus enormes ojos celestes que se encendieron al ritmo de mis palabras 

Es que los reyes pueden seguir siendo reyes aún a destiempo 

Es difícil dejar de creer en ellos aunque se equivoquen. 

Liliana 

San Justo, Buenos Aires, Argentina 

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JUAN 

Pidió que a su muerte lo cremaran y esparcieran sus cenizas en el Botánico. Juan se imaginaba debajo de los árboles, entre el verde,  oyendo cantar a los pájaros.  

El día que murió decidimos cumplir con su deseo. Llevamos a escondidas  sus cenizas. Sabíamos  que los restos humanos no se pueden diseminar en los espacios públicos, está prohibido y para eso están los cementerios. 

Ese día un policía miraba con desconfianza al grupo lloroso y a la bolsa que sin disimular llevaba la tía Elsa. Al final y  en un descuido del agente del orden, esparcimos  a Juan debajo de un hermoso paraíso. Nos quedamos tranquilos por haber cumplido con lo que nos había pedido. 

Al año siguiente todos fuimos hasta el Botánico. Era nuestra intención dejar una flor y homenajear la memoria de Juan. Y allí fue donde descubrimos que en el apuro de la jornada anterior y confundidos entre tantos árboles parecidos no podíamos recordar dónde lo habíamos dejado. 

Liliana 

San Justo, Buenos Aires, Argentina 

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