Convocatoria 11º Aniversario de Viví Libros – Primera parte

¡Así fue nuestro festejo de los 11 años de trabajo y lo compartimos con todos ustedes!

La propuesta: Les proponemos que nos cuenten alguna situación o anécdota en la que los libros estén presentes y cobren protagonismo. No es imprescindible que la misma haya marcado sus vidas. Importan los recuerdos divertidos que ustedes tengan ganas de transmitir.

A modo de ejemplo, les contamos la nuestra:

Cuando terminaba el colegio secundario y junto a mis compañeras, cada una definía su vocación, el padre de una de ellas se enteró que yo iba a seguir la carrera de Psicología y me regaló los dos tomos de las Obras Completas de Sigmund Freud editadas por Biblioteca Nueva, Madrid, 1948. Me contó que se los había comprado a un vendedor que recorría por esa época el barrio Parque Chacabuco (para los que conocen la Ciudad de Buenos Aires) vendiendo libros por las casas. Para él eran una simple curiosidad, como quien compra una revista en el kiosko de la esquina y nunca los había leído! Así que pensó que a mi me iban a ser de más utilidad para la universidad. ¡Pues claro! Aún ocupan un lugar privilegiado en mi biblioteca. Creo que nunca se imaginó lo que significó para mí ese regalo, a tal punto que se los estoy contando.

Viviana Rosenzwit

Con propósito de regalo a un amigo & colega, enfilé hacia esa escenográfica librería enclavada en Av. Santa Fé casi Callao, donde otrora lucía un espléndido cine de Buenos Aires. Bajé hacia la Sección psicología donde fui atendido por una espléndida jovencita que manifestó cursar el tercer año de la homónima carrera. Le solicité entonces la biografía de Freud escrita por Peter Gay y, sin vacilar, la especialista me informó que en su sección no se encontraba, que viera en el estante de literatura queer.

Jorge Pinedo

Los ganadores fueron Marita Hamann, Rafael Gomez, Cristina Lavigni, Patricia Vázquez. ¡Nuestras felicitaciones y aplausos!!

Trascribimos algunas participaciones a continuación y el resto lo encontrarán en la segunda parte de la nota. ¡Qué disfruten la lectura!

Para mi fue difícil seleccionar los libros que me podía traer a España hace años cuando vine desde Buenos Aires para acá. Solamente con Freud y Lacan ya tenía sobrepeso pero no podía dejar mis notas en ellos.

Miguel Salas

Meter mis manos entre los libros de la biblioteca de mi madre, era entrar al lugar de los enigmas. El mundo, en mi infancia estaba ahí esperando. En las tardes tempranas, cuando en la casa no había nadie, solo carmen, nuestra empleada durmiendo la siesta, yo aparecía por ese lugar de libros. muchos leí completos como David Cooperfield, otros por la mitad: en la terraza de mi casa me sorprendió mi madre leyendo Lolita y hasta hoy no sé el final. cuando terminé La naranja mecánica, tendría 11 años, me di cuenta que había un diccionario de Nadsat, el idioma que burgues había inventado. Y de otros solo retuve el nombre: con mis padres fuimos, a una recepción de un primo de mi abuelo en una embajada, ahí estaba Martha Lynch, yo me acerque y la felicite por su libro el cruce del río, ella sosteniendo un cigarrillo, me miro incrédula: “pero, si sos una nena, es un libro para adultos”. yo le conteste para su asombro que lo leí. Martha Lynch miro con desconfianza a mis padres. Jamás leí ese libro.

Andrea Urman

Me suele ocurrir que cuando un autor me gusta mucho, compro varias veces el mismo libro. Y no es algo que haga a propósito. Sólo me ocurre, por distraído tal vez. Es algo propio de las mesas de saldos, camino por la Av. Corrientes y si tengo que hacer tiempo, siempre entro a llenar mis dedos de polvo, ese polvo que vive sobre las portadas que ahí descansan a la espera de su lector. Y bien, cuando veo algo de Onetti por ejemplo, me digo pobrecito este librito ahí arrojado a la intemperie y en invierno. Y creyendo en el acto de amor, lo compro con la certeza que realizo así una doble buena acción: por un lado rescato a ese ejemplar del desapego al que es sometido; por otro aumento mi pasión sobre este autor que tanto disfruto y del cual tan poco leí aun. Regreso feliz. Pero no bien llego al estante en donde voy a colocar el ejemplar junto a otros libros del mismo escritor, veo la repetición repetida…. ¿Cuántas veces podré comprar Juntacadáveres me pregunto?

Walter Rosenzwit

Tendría unos siete u ocho años. Me habían regalado Dailan Kifki de María Elena Walsh. Me senté debajo de una palmera en el parque del campo donde viví hasta entonces. Era de mañana. Nunca había leído ningún libro, y menos uno entero. Este encima no era muy flaquito, o al menos esa fue la sensación, como si estuviera por emprender un largo camino. Anochecía en Coronel Suárez y yo seguía sentadita con el libro en la mano, ya por las últimas hojas, tratando de apurarme dentro de mis posibilidades para terminarlo antes de que me sorprendiera la oscuridad. Y así lo hice. Ya cuando casi era imposible ver las letritas impresas sobre el papel, tuve una doble satisfacción: haber vivido una bella historia y no haberme detenido hasta el final. Ese día, desde la mañana hasta la noche el tiempo lo marcó cada letra de esa historia que por cierto olvidé.

Myriam Zavalía

Mi padre acostumbraba leerme unos libros enormes que había comprado y que se titulaban «Nuestros hijos» (lo hacia siguiendo con el dedo los renglones y creo que esa fue la forma en la que aprendí a leer cuando aún no tenía cinco años!!) Estos libros portaban diferentes informaciones: desde historias de hombres ilustres hasta características de los animales ¡y cultura doméstica!!! Mis manos infantiles los desarmaron, los ensuciaron los dejaron ¡maltrechos!! Mi madre recuerda siempre una escena bizarra y graciosa de una niñita de muy corta edad en camisón, camino a la cama con un libraco bajo el brazo!!!
Mucha de la información que leí en esos libros sólo pude entenderla después y, en alguna que otra oportunidad, hasta asombré con mis conocimientos a maestros y profesores.
Sólo sobrevivió uno de ellos, que medio destrozado guardo en mi biblioteca como el mas caro de los incunables!!!Es el portador vivo de un» allá lejos y hace tiempo «lleno de inocencia y letras que me asalta nostalgioso de vez en cuando…

Liliana Fernández de Pozzi

Una simple vivencia con los libros, los temas de los libros que me gusta leer, aunque a muchos les parezca materia aburrida, la historia, esa que nos hace saber de donde venimos y los caminos que recorrimos para estar hoy como estamos, lectura de hechos verídicos, volver el tiempo atrás, es mi temática preferida. Todo eso, en su envase original: UN LIBRO!

Oscar Scirocco

Cuando cumplí 23 años, mi maestra en el grupo de estudios psicoanalíticos del que formaba parte en aquel entonces, me regaló Aún, el seminario 20 de Lacan, que acababa de aparecer traducido al castellano. Durante varios años, sufrí un agudo remordimiento cada vez que alguien mencionaba este libro porque, a pesar de lo valioso que el obsequio me había parecido, yo, aún, no lo había leído. Hete aquí que, más de diez años después, me hallé comprometida a participar en un seminario sobre Lacan y el barroco; fue entonces cuando escuché decir a alguien que, para hablar sobre el tema, era imprescindible haber leído este seminario. Muy angustiada, me tomé unos días libres con el firme propósito de abocarme a su lectura, ahora sí. Cuál no sería mi sorpresa cuando, al abrirlo, observé que estaba íntegramente subrayado y hasta tenía comentarios al margen hechos con mi puño y letra. ¡Pero yo no recordaba nada de eso!
Hay un tiempo para cada libro y hay libros para más de un tiempo: son los libros del aún.

Marita Hamann

Los libros siempre fueron el articulador intelectual y emocional entre mi padre y yo. El me sugería algunos que yo leía con avidez y entusiasmo. Teniendo yo catorce años me recomendó uno, “Cuerpos y Almas”. Trataba sobre la vida de médicos recién recibidos, otros veteranos, estudiantes de medicina, sus historias profesionales, personales, sus miserias y pasiones. Lo “devoré”. Mi padre falleció al año siguiente. El destino quiso que yo estudiara medicina. Años después, ya médica veterana, en 2011, recordé ese libro inspirador? No estaba en mi biblioteca. Lo busqué en varias librerías de la calle Corrientes. Finalmente lo encontré en una venta por internet, usado y por monedas. Lo leí nuevamente con el mismo entusiasmo que aquella primera vez pero con más emoción. Ahora ocupa un lugar privilegiado en mi biblioteca, listo a ser hojeado y releído en cualquier momento. Es mi pequeño homenaje a mi padre, y una forma de tenerlo así siempre presente.

Claudia Muente

Cuando falleció mi esposo y en la etapa de la desolación, integre un taller de Autoestima, pasaron unos años, el tiempo todo lo va acomodando y dándole un espacio de reflexión a la necesidad de cada uno. Me propusieron por entender el equipo de coordinadores que tenía capacidades para observar y dedicarme a la tarea grupal. Lo juzgue una absoluta locura, pero la semilla ya estaba implantada. Recurrí a libros de mi hija mayor, ya médica, que tenía libros de psicología guardados por mi, ella detestaba la psicología, a mi me encantaba, y entonces era su asistente… explicándoles los temas.
Todo ese material quedo en la biblioteca por años, y fue rescatado y consultado por mi, años después.
Siguiendo ese primer impulso curse la escuela de Psicología Social en I.C.H.S. allí mi acercamiento a los libros fue intenso y maravilloso, por los descubrimientos de alguien que a los 69 años descubre un mundo no diría desconocido, pero no profundizado de letras, paradigmas, epistemología, del ser, sentir y compartir, de entender para comprender y de la empatía necesaria para acercarse el aislamiento del otro.
Los años tuvieron una exigencia mucho mayor, pero a su vez el reconocimiento de los jóvenes, el aprendizaje de computación y la normal chanza de algún profesor por mis años. Todo ello contribuyó a más interés, mas intensidad de aprendizaje y luego de cuatro años de estudio, obtuve mi titulo de Psicóloga Social, integré con el tiempo grupos interdisciplinarios de talleres de autoestima, cursé talleres de aprendizaje para ampliar mi conocimiento.
Actualmente con mas años, menos ansiedad, coordino grupos pequeños de reflexión, donde el porque y para que, están en disposición en la búsqueda del ser.
Una anécdota simple y sin pretensiones, solo me encanto la invitación a contar el acercamiento a los libros y el devenir de nuestra vida en razón de ellos.
Como básico destacar que desde niña, mi mejor premio era el regalo de cuentos y no caramelos.

Beatriz Righetti

El texto del canto y las coincidencias
Supe de Marcela Pietrokovsky por el taller que organiza Viviana, quien recuperó una participación de la primera con motivo de las dudas que se platearon sobre las líneas comunicantes entre música y psicoanálisis. En una tienda de viejos encontré un libro de ella, Terapia a través del canto, como un texto curioso y difícil de encontrar en librerías de mi país Por esos días trabajaba ya en un proyecto de música popular alterno en México. En fotocopias entregue el libro al director de este esfuerzo. La sorpresa fue que compartíamos con Marcela varios de sus motivos sobre el canto, rebasando cuestiones estéticas, como una búsqueda donde nos vamos a encontrar con infinidad de situaciones que nos dejan al descubierto, desnudos, y exponen nuestro verdadero yo, nuestros miedos, vergüenzas, limitaciones, valores, compromiso, capacidades, inhibiciones, talentos escondidos…, así coincidieron psicoanálisis, canto y música popular. A la fecha seguimos en esa búsqueda.

Rafael Gomez

¿Qué tan simple es lo complicado?
Actuación, sobre actuación, no hay más, ¿cuándo llegará la última?, tal vez nunca. Es lo simple y lo complicado. Posiblemente no seamos más que “Este actor” y “Esta actriz” en el mundo de lo monstruoso criminal a lo que se refiere Peter Sloterdijk (Sin Salvación. Tras las huellas de Heidegger). En estos terrenos me ubique con Walter Rosenzwit en Actuar el padre y en Lo que excede al diálogo. Su gravedad radica en la condición de lo que aún podemos “ser”, de lo que aún podemos actuar. El residuo: busquemos el teatro que da espacio al incierto evento, posiblemente en el invierno de la nada.

Rafael Gomez

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