Convocatoria 15º Aniversario de Viví Libros – Primera Parte

¡Así es nuestro festejo de los 15 años de trabajo y lo compartimos con todos ustedes!

La propuesta: ¿Cuántas veces usted se divirtió en las fiestas de 15 de las jóvenes, bailó como loco, cantó a los gritos, bebió y comió como si fuera la última vez? Como aquella vez que el tío Carlos se cayó de la silla o la abuela Antonia no se acordaba por qué se hacía la fiesta… Sin ir más lejos, en las fiestas de cumpleaños suelen ocurrir escenas desopilantes que dan origen a divertidos microrrelatos y a otro tanto no tan risueños, pero que es un placer leerlos.

Les proponemos que nos cuenten alguna situación, anécdota, fábula o minificción donde las fiestas de cumpleaños cobren protagonismo. Puede ser desde el lado del cumpleañero, de los amigos, de la familia, del servicio de catering, de los payasos que animaban, desde donde gusten… ¡Seguro que a un simple golpe de vista, ya se les está ocurriendo alguna!

A modo de ejemplo, les compartimos uno para romper el hielo:

Se acercaba la fecha, lo sabía. Como cada año, desde tantos años, el calendario se tornaba línea de llegada a una nueva celebración. Y yo volvía a andar la misma pregunta: ¿qué regalarle? Cumplir años no es fácil, pero verse en la carga de elegir un regalo no es, por cierto, una tarea menor. Por más que uno se esmere y realice una selección centrada en los gustos de la persona homenajeada, siempre se está ante el temido momento de la entrega y recepción. Ese instante en el que el papel se desgarra y la cara del celebrado puede tornar a sonrisa, estallido de alegría o un tibio y desabrido “gracias”. Cuando uno es chico, esta tarea suele ser simple. En mi caso, madre se encargaba de las compras, y ella siempre sabía. Y si bien alguna vez me hizo quedar no tan bien con una compañerita de colegio, a mí no me importó, ya que tan sólo me sentía simple intermediario o mensajero de la entrega. Después de todo, no había sido mi elección, así que no tenía por qué sentirme mal si a Laurita Cohen no le gustaron los zoquetes con voladitos, o si Berta Zimerman se desilusionó al abrir la cajita y encontrarse con un dentífrico Noc 10. Yo de igual manera me hacía el desentendido y disfrutaba de unas buenas porciones de torta con Coca Cola. Pero ahora el tiempo es otro, y ella sabe que ese regalo es mi regalo, fruto de mi única y meditada elección. Así que elijo dejarlo en la mesa del comedor, y huir, huir para adelante. La tarjetita con mis sentidas palabras serán lo suficientemente claras para explicar la situación. Y cuando ella abra el envoltorio, estoy seguro que sabrá qué hacer con su sorpresa. Después de todo, no todos los días te regalan una despedida.

Walter Rosenzwit
Buenos Aires, Argentina

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Comienzan las primeras participaciones (por orden de llegada):

Hace muchas lunas atrás y estando donde estoy en este momento, en el bucólico estado de Vermont, había arribado el día de mi cumpleaños. Departia unas deliciosas vacaciones en familia. De pronto mis esposo desapareció y, yo emocionada sabia de seguro que iba a buscar mi regalo. Días antes y, a fin de ofrecerle alguna pista, le había mencionado que en la galería del pueblo estaban exhibiendo piezas de un singular orfebre que me habían cautivado. Pensé que mi mensaje habría caído en tierra fértil. Cuál no sería mi sorpresa cuando, al entrar en nuestra casita campestre, encontré sobre la mesa de comedor un enorme cocodrilo de madera con un lazo descomunal. Quede petrificada y pensando que de seguro sería una broma me puse a buscar por todos lados el obsequio “real”. Mi esposo hizo acto de presencia y orgulloso por su buen tino me dijo que sabía que me fascinaría pues, además, tiene en su lomo tallado unos orificios para colocar velitas. Sugirió utilizarlo de centro de mesa. Yo no sabía si reír o llorar. En definitiva, conserve esa horrenda pieza hasta el presente en calidad de testimonio perenne de su total extravío… Esa fue mi venganza. Y para que el lector no me tilde de implacable, anexo fotografía.

Trudy Bendayan
Caracas, Venezuela

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Yo siempre bajaba por la avenida Los Rosales, pues era mi único camino más cercano para llegar a mi casa y siempre que salía pasaba por una casa quinta que según decían alquilaban su estacionamiento para fiestas de quinceañeras, yo me decía: “pero que cosas que nunca veo una fiesta, será que no les gusta el lugar, pero si se ve bien, tiene un hermoso pasillo con palmeritas, un arco hecho en concreto o sea que está hecho para quinceañeras, pero mi curiosidad insistía, entonces un día pasé un sábado como a las 9am, estaba el portal abierto, no se veía nada como y siempre estaba como de fiesta, disimulé y me quedé parado por allí cerca. Vaya mi sorpresa, venía llegando una chica muy hermosa, elegantemente vestida para la ocasión pero en estas fiestas siempre pasa algo pequeño o algo grande, se les olvidó las zapatillas y yo veía la chica parada y no bajaba de su carroza, y todos murmuraban y hablaban y se quejaban, algo pasa me dije, esto está muy demorado, tanta fotos, van a pasar la mañana en eso, cuando de repente veo que una de las señoras que estaba allí se quita los zapatos de plataforma y los coloca frente a la quinceañera y ella bajó y se los colocó y todo el mundo viendo y lo peor de la fiesta, eran muy grandes para la chica y ella lloraba, y yo pensé esta no llora de emoción sino del mal momento, pienso que es un día triste para ella pero algún día lo contará y se reirá de la loquera de su familia. Nunca falta un error a la emoción.

Pedro Ordaz
El Tigre, Venezuela

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Soy hija única de una familia típica de Buenos Aires descendiente de Italianos y Españoles, que no es poca cosa.

Vivíamos en un departamento de la Avenida Cabildo de esos con pasillos largos, húmedos y oscuros. El nuestro daba a un aireluz con dos naranjos que a fuerza de buscar el sol se habían ido en vicio y sus delgadas ramas superaban el primer piso.

Mi vida transcurría entre el colegio, las clases de música y las de inglés, idioma que nunca aprendí.

Mi papá era viajante y mi mamá a fuerza de tropezones económicos modista.

La vida era rutinaria.

Pero todo se alteró cuando mi papá festejó sus cincuenta años.

No se ahorró nada, y la consigna para el festejo fue por demás de motivadora.

Cada pariente podía traer sus propios invitados, pero todos debían venir disfrazados.

No puedo decir que mi mamá estuviera contenta pero obedientemente confeccionó el traje del cumpleañero que consistía en un babero rosa con un pañal al tono que remataba en un enorme moño de plástico cuyas colas pisamos sin querer todos los presentes ya que medían unos metros.

Mi tío con el colador en la cabeza y unas uvas colgadas del mismo, envuelto en una sábana fue un perfecto Nerón y la vecina solterona vestida de odalisca no consiguió novio esa noche porque eran todos chicos o casados.
Al apagar las 50 velas la fiesta llegó a su punto culminante y producto de los trenes por el pasillo, los tangos y lo entrado de la noche empezó a decaer.

Fue en ese momento que mi mamá tomó unas pastillitas de dudosa referencia que le había vendido el farmacéutico (porque en aquel momento eran de venta libre) y entró a repartir diciendo que las tomen tranquilos que eran como aspirina. Y allí la fiesta brilló, como era de madrugada todos los parientes se subieron a los autos con la comida de la fiesta y llegamos a la costanera, pero no alcanzó, tal era el nivel de excitación que al rato mi papá dijo “-vamos a Lanús a la casa de María (mi tía la mayor)” y allí salió rauda la caravana que a esa altura había perdido algunos amigos que claudicaron.

Los ojos de la tía se abrieron al vernos y en seguida ahorcó unos cuantos pollos que fueron devorados por todos nosotros.
Por la tarde, cuando se fue el efecto de la famosa pastillita, toda la familia se “desparramó” en la casa de tía María, y emprendimos la retirada bien entrada la nochecita. Debo decir que fue una fiesta inolvidable.

Norma Olivera

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15 a la cabeza

Cuando leyó en el Facebook que Viví Libros cumplía 15 años, el hombre, de profesión interpretador de sueños, pensó que la cifra no era azarosa, que se trataba de un signo del más allá, que justito, como la edad que cumpliría su hija Julieta, los quince, que esta vez sí. Salió a la calle. Y se hundió en la agencia. Y se puso en la fila, detrás de otros seres semejantes a él: esperanzados, calculando en qué invertirían lo ganado, mintiéndose una vez más, mirando la pizarra, rezando al dios del escolaso. Y llegó hasta la ventanilla y entonces apostó todo que tenía en la billetera y un poco más al 15, a la cabeza, en La Nacional. Regresó a su casa. Hizo lo de todos los días, poco. Y durante la noche, luego de cenar, se retiró a un costado, lejos de la familia, por cábala. Encendió la radio y se echó en el sillón. Y los números se iban acomodando, lentos, perversos. Y cuando el relator sentenció que el 15 se ubicaría en el primer lugar, pegó el grito. Y enseguida pensó en la fiesta de Julieta, en el mejor lugar, con todo, “como tiene que ser”. Y el vino más caro. Y la entrada más llamativa. Y los rostros que representan el amor y también el de celos. Risas, llantos y el tío borracho. Y un mago, humo y el número musical. Y mientras bailaba el vals, en el centro del salón, el maldito sonido del celular lo despertó de este lado del mundo, del lado de los que siguen apostando.

Pablo Melicchio
Buenos Aires, Argentina

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Sin cuenta

Cumplía cincuenta. ¡Sin cuenta! ¿Comprenden? ¡No había más cuenta!! Y había que festejarlo en grande, distinto! No se trataba de una simple torta con velitas y quelocumplasfeliz y ya está!¡No! Era algo más importante. Se trataba de ser feliz!¡Pero feliz de verdad!… Y entonces alquilé un pelotero de adultos , grande, imponente…Les dije a todos “vengan con ropa de gimnasia” ropa cómoda para saltar y correr”. Qué que hicieron mis amigos y familia? …Cuando el animador de la fiesta pidió que todos se sacaran las zapatillas y las pusieran en una larga fila, cuando gritó a voz en cuello ¡”el último cola de perro”!. Entendí…

Ahí entendí porque todos esos locos lindos eran mi gente y por qué era necesario festejar así mi cumpleaños! Como en una exhalación el salón del otro lado se había quedado vacío y colgados como monos del pelotero entre risas todos, grandes y chicos!, nos apropiábamos así de un pedacito de infancia

Lili Pozzi
San Justo, Buenos Aires, Argentina

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De vez en cuando la vida…

Más temprano que los invitados, para que se siente en su mesa sin tener que pasar por el desfiladero de gente, entramos con mamá al salón tomada por su esposo de un brazo y por mí del otro. Iba despacio con una expresión de asombro y admiración. A su paso, mesas exquisitamente decoradas: blancos manteles, cintas de grueso raso que remataban en moños lila por detrás de las sillas vestidas; centros de mesa con velas calentando un cuenco con esencia de aroma a violetas… Luces bajas y música suave esperando el gran momento: la entrada de Ornella estrenando sus quince años de la mano de su papá.

Se detuvo un instante y tomó un souvenir, sus ojos se iluminaron y una sonrisa se dibujó en su demacrado rostro – ¡Hiciste los trajes de tul de estas brujitas sentada a los pies de mi cama! Me sorprende que lo recuerde, su compleja cirugía paliativa la mantenía dormida muchas horas y en esos largos días de hospital mi infinita tristeza se iba en las puntadas de las polleritas rojas y negras y en los miles de detalles de la fiesta con los que la abrumaba en sus ratos lúcidos para que no piense, para que alarguemos la despedida, para darle un momento feliz.

Creo que tomé unas copas de más esa noche… Ornella estaba tan hermosa… Mamá tan feliz… Fueron mágicas las brujitas… Pero como en el cuento y salvando las distancias luego se convirtió en calabaza…

Miriam Gagliardo Ayos
Buenos Aires, Argentina

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Seguimos en la Segunda Parte!!

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