E-mailiando con… Rudy – Primera Parte

En esta oportunidad compartimos con ustedes el E-mailiando con… Rudy (Marcelo Rudaeff), una entrevista vía e-mail que estuvo a cargo de Viviana Rosenzwit.

Este trabajo forma parte de E-mailiando con… , un e-book publicado en el año 2005, que ahora se ofrece abiertamente en nuestra web para todos los lectores.

Rudy (Marcelo Rudaeff) tiene un amplio recorrido, es humorista, escritor, comediante, psicoanalista retirado. Desde 1987 coautor del chiste de tapa del diario argentino Página/12, junto a Daniel Paz, y director del humor Sátira/12. Columnista de Página/12, Monitor, Acción, Mal estar e Intersecciones. Coautor del chiste de Noticias. Monologuista de humor desde abril de 2007: “Oy oy Hoy”,”Oy oy Hoy 2”, Arrobaleros”, “Multisoquete” y los unipersonales: “Rudy for vicepresident” (2008) “Rudy parcialmente descremado” (2011), “Rudy a la carta” (2012) y “Todo sobre mi diván” (2013-actual). En televisión fue libretista en los programas de Tato Bores (1990-92), Kanal k (1991-92) y Peor es nada (1993). Libretista y actor en Mitomanías Argentinas (2014). En Radio: La Alternativa (2002-2008) –Continental-Mitre (Con J. E. Abadi y Titi Isoardi y 2012 (Continental) / El arranque (2010, RNA). Autor de más 40 libros publicados de humor, como por ejemplo: Buffet Freud, Buffet Freud responde, Lo mejor de Buffet Freud, Historias de la Argentina; La circuncisión de Berta, Sigmund Freud, vida y milagros, entre otros.

¿Cómo ha influido el psicoanálisis en su relación a la escritura?

No sé cómo influye el psicoanálisis en cuanto a la escritura, lo que es seguro es que sí tiene que ver con mi condición de humorista. Primero, por una cuestión de formas de trabajo: yo siempre sostengo que los humoristas trabajamos de la misma manera que los psicoanalistas (y los escultores). Esto es: descubrir algo que ya estaba, pero estaba oculto. Podría estar oculto en una piedra, en el inconsciente, o ser un chiste que estaba oculto en una noticia.

Por otra parte, creo firmemente que gran parte de mi trabajo (humorista, escritor, etc.) es preconsciente. Pasa por percibir, encontrar, descubrir el chiste, la idea, la palabra, y permitir que ésta fluya luego hacia lo consciente, que es el ¿sitio? ¿momento? en el que termina de percibir, y se pone en juego la técnica. Pero la técnica, sola, sin la percepción, para mí no es nada, o casi nada.

Supongo que el psicoanálisis, en tanto te «abre la cabeza», facilita ese flujo del que hablaba en el otro párrafo, hace «agujeritos» en la barrera entre el preconsciente y lo consciente.

Por otro lado, mi propio análisis me permitió, entre otras cosas, descubrir que el humor es una profesión, y que yo mismo podría ejercerla.

En qué sentido usted dice que su propio análisis le permitió descubrir que el humor es una profesión?

En el más neurótico que se pueda imaginar; quiero decir, uno viene con mandatos familiares, por ejemplo, que «trabajar es hacer algo por obligación», que «lo placentero y lo laboral son dos momentos diferentes del día, o de la vida», que «a nadie le pagan plata por hacer lo que le gusta», y que «las profesiones son: médico, abogado, ingeniero, contador, odontólogo, arquitecto…». En una familia que espera que sus hijos sean profesionales, en la que ir a la facultad cuando uno termina el secundario, es algo tan natural como cenar o almorzar. Toda una generación pensaba así. Y yo soy hijo y nieto de personas que veían el futuro posible en «ser profesional».

A través de esa apertura que yo digo que es el psicoanálisis, primero pude descubrir que existían muchas más profesiones, aunque no fueran tan convencionales, y luego, que yo mismo podría trabajar y vivir de alguna de esas profesiones, como la de humorista.

Igual, nunca me voy a olvidar de algo que ocurrió hace unos años (yo ya trabajaba en el diario Página/12) y la mamá de un amiguito de mi hijo, que me acababa de conocer, me pregunta: «¿vos de qué trabajás?». «Soy humorista», le respondo. Y ella: «Sí, pero ¿de qué trabajás?». Diez años antes de este diálogo, yo mismo podría haberle hecho esa pregunta a otro, por eso digo que el psicoanálisis me ayudó a descubrirme como humorista.

En su libro Freud más o menos explícito, usted omitió la definición de humor. Siendo un concepto tan importante en su desarrollo, por qué decidió no escribir sobre él? Podría definirlo ahora?

Freud más o menos explícito no es un libro de psicoanálisis, sino un libro de humor sobre el psicoanálisis. Todas las palabras que sí están definidas, lo están en un código humorístico. Y no me resulta interesante hacer chistes sobre el humor. En mi experiencia personal (y en la de mis colegas, hasta donde sé) los humoristas no hablamos sobre el humor, no hacemos del humor una teoría, ni una herramienta teórica, sino eminentemente práctica, algo «preconsciente» como decía. Entonces prefiero hablar, con humor, de psicoanálisis, economía o sexo, pero hablar humorísticamente del humor sería muy aburrido, y hablar en serio, quizás más aburrido aún.

¿Qué particularidades tiene para usted, escribir humor?

Escribir humor… bueno, escribir humor para mí implica un código muy particular. Implica ponerse «en el lugar de un niño», es ver las cosas «con ojos de niño», y luego expresarlas con lenguaje adulto. Es la posibilidad de primero detectar absurdos, y luego escribir de una manera tal que las imágenes, o las ideas sean detectadas como absurdas, pero a la vez sentidas como verosímiles por el lector. Es buscar en la imagen, en el diálogo, en el conjunto, la risa.

En realidad, no sé cuáles son las particularidades del humor comparadas con otros géneros, porque no escribo otros géneros. Lo que sí, no haría la distinción entre escribir «humor» y escribir «en serio», porque quizás, escribir humor «es» escribir «en serio» sobre cosas absurdas, o cómicas. Es así como tampoco entiendo la diferencia entre «actores serios» y «actores cómicos». Para mí se trata de actores, a los que les pasan cosas cómicas, lo cómico está en el texto, en la situación, no en el actor (sino, en todo caso, en lo que ese actor hace).

Cuando usted plantea la idea de detectar lo absurdo, me surge inmediatamente una segunda cuestión: ¿lo absurdo para quién? ¿Cuáles son para usted los indicios necesarios para buscar en una situación de apariencia sensata su lado absurdo?

Creo que esa es la pregunta del millón. O para decirlo de otra manera, ahí es dónde se pone en juego el humorista, la percepción, la sensibilidad. El indicio, es, justamente, algo que uno percibe, algo que falta, algo que no está pero debería estar, algo que rompe con una lógica, aunque puede estar perfectamente encuadrado en otra lógica. Para mí, por ejemplo, que el automóvil sea un símbolo de status, y no una comodidad o una herramienta de trabajo, es un absurdo. O que alguien haga horas de cola en una casa de cambio para hacer unos pocos pesos de diferencia, es un absurdo. De hecho, que una zapatilla valga más dinero que otra quizás de mejor calidad, pero sin «marca», es un absurdo. Pero hay mucha gente que a este último absurdo lo llama «valor agregado», y hay economistas que lo aceptan, que lo estudian, y que les parece un aspecto de lo más normal de la economía. Para ellos alguien que piense como yo debe ser absurdo.

Continúa en la Segunda Parte…

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