Convocatoria 12º Aniversario de Viví Libros – Segunda Parte

Trascribimos el resto de las participaciones a continuación. ¡Qué disfruten la lectura!

Cuatro microrrelatos unidos bajo el título VARIACIONES.

1.
-Buen día –dijo el analista.
-No es un buen día –respondió Nora mientras avanzaba. Se arrojó sobre el diván y se quedó callada, mirando enojada el retrato de Freud que también la mirada, pero sosegado.
-¿Qué sucedió?
Nora intentó acomodarse, tomó un almohadón arrugado por el peso de las ideas del paciente que acababa de irse, y lo ubicó bajo su convulsionada cabeza.
-No prendió –respondió.
-No prendió –repitió el licenciado, como un eco apurado.
Nora comenzó a llorar; un llanto poblado de imágenes. Fernando en el café, como lo había dejado, angustiado, haciendo dibujitos infantiles. Su madre, abuela demorada y triste, rezándole a un Dios padre empecinado en el silencio. Y el cuerpo, su cuerpo, bordeando los cuarenta y sumando las marcas de la ciencia, esa ciencia que cada día evolucionaba más pero que en ella no podía demostrar sus avances.
-No –dijo al fin, con la voz quebrada.
-Nora, hay que esperar.
-Mierda –dijo y se incorporó-. Ya no quiero esperar.
-Sin embargo, su deseo…
-Ya no lo voy a intentar –interrumpió–. En noviembre cumplo los cuarenta, es el límite. Pensamos adoptar.
-Creo que deben esperar a que pase este duelo. Podemos tener una serie de entrevistas los tres, quiero decir que venga también Fernando, para trabajar otras formas de jugar la maternidad; y la adopción, sin lugar a dudas, es una forma posible.

2.
-Estoy muy feliz –dijo Mariana y abrazó a su analista.
-Qué bien –dijo el licenciado, sonriendo, harto de malas noticias, depresiones y demás síntomas neuróticos.
-Sí, estoy embarazada, por fin.
Mariana había perdido tres embarazos en los últimos dos años.
-Me alegro mucho –dijo el analista y la acompañó hasta el diván. Mariana se recostó, suavemente, distendida, y enseguida se relajó, apoyando las manos sobre su vientre.
-Tengo fecha para la segunda quincena de noviembre, pensamos ponerle los nombres de los abuelos: Agustín Vicente. Sebastián está feliz, muy feliz; se quedó en el bar de la esquina escribiendo un artículo que le encargaron para una revista de neurología –dijo Mariana y se quedó mirando el techo, una mancha de humedad devenida ecografía.
Sebastián, efectivamente, estaba en el bar de la esquina, pero no escribía el artículo para el Journal of the neurological sciences, como tenía previsto. Con la lapicera suspendida en el aire, observaba a una pareja. El hombre, de mirada melancólica, hacía garabatos en una servilleta. La mujer, que recién había llegado de su terapia, se secaba las lágrimas y miraba a través de la ventana.

3.
-No lo puedo creer, ya pasó, por fin –dijo Graciela, mirando el techo, la mancha de humedad como sangre disecada.
-¿Y cómo se siente? –preguntó el analista mientras se ajustaba en su sillón y miraba el retrato de Freud buscando inspiración.
-Bien, fue sólo un sueño, un breve sueño. La gente dramatiza esto del aborto, no es para tanto, es como un Papanicolaou. Y además Guillermo estaba de acuerdo, no queríamos otro, para qué tres hijos.
-¿No siente ningún dolor? –preguntó su analista y de inmediato concibió que Freud no lo había inspirado, que no se trataba de una buena pregunta.
-No, un poco de ardor, pero el médico dijo que en unos días se me iba a pasar. Y un sangrado, quizá un poquito más que una menstruación… Ya pasó, listo. Otro hijo hubiese interrumpido mi trabajo, estoy en mi mejor momento, pronto seré la jefa de trabajos prácticos.
-¿Y Guillermo? –preguntó el licenciado.
-Tranquilo… Él también está abocado a su trabajo. Su estudio está creciendo mucho, ahora se asoció con Miranda, el que defendió a Susana, la diva. Se quedó esperándome en el bar de la esquina, como siempre. Cuando salga de aquí nos vamos para el campo, a relajarnos unos días; tenemos muchos proyectos.
-Muchos proyectos, eso es bueno.
-Sí, los cuarenta son determinantes, lo que no lograste hasta ahora ya no lo lográs.
-Bueno, por hoy dejamos aquí –dijo su analista y se levantó, cansado.
-Gracias, Juan, nos vemos el viernes.
Cuando Graciela llegó al bar, Guillermo fumaba, concentrado.
-Hola, vida… ¿En qué pensabas? –preguntó Graciela mientras se sentaba y con ademanes exagerados llamaba al mozo.
-En nada, estaba distendido… -mintió Guillermo y quitó la mirada de la mesa en la que Mariana y Sebastián, sonriendo, miraban la ecografía y proyectaban la habitación para Agustín Vicente.

4.
Se despertó sobresaltado y de inmediato se sentó en la cama. La habitación estaba oculta en la oscuridad, sólo titilaba la lucecita roja del despertador digital mostrando y ocultando la hora nocturna. Juan Carlos estaba agitado, un sudor frío recorría su frente amplia. Temblaba, sacudía la cabeza tratando de negar la pesadilla, como si los psicólogos no debieran soñar, como si los sueños sólo fueran patrimonio de los otros, material de estudio del campo interior de esos sujetos llamados pacientes. Pero no, los sueños son universales. Entonces, el buen inconsciente le permitió recordar una parte de lo que había soñado: apoyado en el marco de la puerta de la habitación de sus padres, los observaba haciendo el amor, gestándolo a él.

Pablo Melicchio, de Buenos Aires, Argentina

Me comentaba una mujer analizante, que le habían sucedido varias cosas, diferencias con amigas que terminaron con la amistad, y al final de su relato dice: no quiero ponerme mal. Esa frase no quiero… ponerme mal, da indicios de que para estar mal, angustiada, o bajoneada, hay una intención a veces conciente otras inconciente, de cómo nos va a afectar tal o cual situación. No quiero ponerme mal, da una idea que también puedo estar bien, más allá de lo que me depara el destino. Más allá de las palabras, los desencuentros, los desplantes, puedo sobrellevar la situación y no caer. La voluntad del sujeto, se revela ante un acontecimiento imprevisto, y eso mismo, lo ayuda a seguir con su vida cotidana …de otra manera.

Pablo o EL navegante, de Buenos Aires, Argentina

Recuerdo aquella vez en que entré al edificio donde tenía el consultorio mi primer analista, y al llegar por la escalera hasta el primer piso, había una persona sentada allí junto a su puerta. Le pregunté si él también lo estaba esperando, a lo que me respondió que sí, por lo que evidentemente alguno de los dos estábamos confundidos de horario, o el analista se había confundido y nos había citado en el mismo horario. Al cabo de un rato, desde donde estábamos se escucha abrirse la puerta del edificio, y un chirriar de zapatos que avanzan… Entonces el otro que esperaba conmigo, me dice: «Ahí viene…. hace 5 años que usa los mismos zapatos…» Lo cual me provocó una carcajada, ya que yo podía confirmar que al menos el último año y medio era ese ruido de zapatos con el que yo también lo reconocía! Lo que ya no me acuerdo es de quién había sido la confusión ese día.
Me pregunto ¿cuál es la anécdota? Lo cómico del ruido de los zapatos del analista que ambos pacientes reconocíamos? … O que no recuerdo de quién había sido la confusión horaria aquel día?

Gustavo Mederdrut, de Israel

Lejos del diván

El conferenciante invitado había viajado desde su país y dictaba el seminario ante una gran concurrencia. La ponencia versaba sobre la neurosis y los intrincados recovecos y consecuencias de la degradación de la vida erótica. Llegado un momento, sus palabras aludieron a la posibilidad de que una vida pudiera convertirse en un infierno.
La analista, sentada a escasas filas por delante, agitó su cuerpo en el asiento y giró levemente su cabeza hacia donde él estaba, fue un gesto calculado que hacía innecesario el cruce de sus miradas. En ese mismo instante, las palabras del ponente lo atravesaron. Aquella interpretación recibida lejos del diván abriría a la postre la puerta de su análisis.

Alberto Estévez, de Madrid, España

La escalera del analista es un lugar especial. No es que sea «la» escalera del analista. Digamos que es la escalera que conduce al apartamento del analista, o por donde uno se va, se fuga, salta, se sienta, quiere devolverse, baja corriendo, lentamente, retorna, se detiene en el descanso, se queda esperando la hora, se encuentra con otro paciente, con la conserje, con la vecina, con uno mismo. La escalera es más importante que la sala de espera, es un termómetro del síntoma.

Johnny Gavlovski, de Caracas, Venezuela

Venía a mi trabajo y me encuentro con mi mejor amigo que iba muy descompuesto a la guardia del Otamendi.
Vos tenes que bajar la ansiedad le digo, haceme caso buscá un buen analista.
UNA SEMANA DESPUÉS LO VISITO EN TERAPIA INTERMEDIA
-Que pasó? no encontraste ningún analista?
-Sí, sí, encontré al mejor analista experto en ansiedad.
-Y?
-Me dio turno para dentro de dos meses.

Osvaldo Alonso, de Buenos Aires, Argentina

Y le dijo: Usted habla de amor, Prospero. ¿Pero ella?
El corazón de Prospero Mineo se estrujo como trapo de piso, como lampazo, como sólo un corazón puede estrujarse cuando se sabe no querido. Entonces en sus labios, en los labios de Prospero Mineo se armó la frase y la frase resonó en el consultorio: No me ama, creo que no soy correspondido.
– No lo ponga en esos términos, Prospero, vea el vinculo desde otro ángulo.
– Soy obtuso, sólo puedo ver desde mi ángulo.
La sonrisa se armó en la cara del analista. Miró su reloj y sentenció: Por hoy lo dejamos aquí.
Prospero Mineo se sentó en el diván, inspiró profundamente y de un brinco estuvo de pie. Sin mediar más palabras, buscó los billetes, abonó la sesión y salió. Ya en el hall sintió que tenía que bajar por la escalera, eran tres pisos los que lo separaban de la puerta de calle, era una manera de realentar el tiempo, de seguir un poco mas en el diván, era un modo de seguir rumiando lejos de su propia casa, casa en la que ella ya debía estar preparando la cena. Hoy seguro comerían milanesa con puré de calabaza.
Y de pronto, aún dentro del edificio de su analista, se vio frente a la puerta de salida y su mano, la mano de Prospero Mineo fue directo a su bolsillo y agarró el llavero y los dedos hábiles, acostumbrados a esa acción, separaron la llave de la puerta de calle y buscaron introducirla en la cerradura, pero ella, la llave, no entró. Mineo, lejos de su fallido, repitió la acción dos o tres veces, hasta caer en la cuenta de que aquella no era la puerta de su casa. Aún estaba dentro del edificio, donde su analista sonríe.

Alcestes, de Buenos Aires, Argentina

LOS SONIDOS DEL SILENCIO
HOLA OSCURIDAD, MI VIEJA AMIGA, HE VENIDO A HABLAR CONTIGO OTRA VEZ

Comprometida con mi terapia, relataba yo a mi analista el feroz hallazgo del correlato entre la historia de Perséfone con Demeter y el vínculo terrible que me unía a mi mamá.
Me era vital compartir la explicación en torno al porqué la hija es primero Perséfone y luego Coré.
Bajo sospecha de estar regalándole a un manco, un violín, le pregunté si conocía el mito.
Respondió: —El de Perséfone, sí…, algo. El de Demeter, no.
No volví a su consultorio pero mientras buscaba con quién continuar, resonaba en mi mente hello darkness, my old friend, i’ve come to talk with you again …
Me dio ganas de entrar a la disquería del centro y preguntarle al chico que la atiende:
¿Conocés a Simon & Garfunkel?
Pero tuve miedo.
Tuve miedo de que me respondiera:
—A Garfunkel no, pero a Simon…, algo, quizás… ¿Carl Simon, puede ser?

Rosana Di Nardo, de Puerto Madryn, Argentina

Unborn

…»De ella tomó su materia y su forma, de barro y polvo fue creado. De él y por el aliento de su boca le fue donada la vida»…
…allí estaba casi a oscuras, en penumbras, una débil claridad penetraba el oscuro recinto. Un velo denso y pegajoso rodeaba su cuerpo y al mismo tiempo difuminaba la débil claridad hasta confundirla con las sombras.
Un sonido rítmico regular acompañaba el tiempo en el que se gestaba.
El espasmódico movimiento del vientre lo expulsó a través de un pasaje estrecho fuera.
…y allí estaba otra vez… algo recubría la superficie de su cuerpo…
La totalidad de su materia se estremeció, se hinchó, se encorvó y se extendió hasta finalmente estallar de dolor en un alarido feroz e inaudible. Permaneció sofocado por su propio grito un tiempo interminable…
Una mano lo tomó.
Un pecho lo amamantó.
La necesidad fue satisfecha.
…allí estaba… esperando la siguiente oportunidad de su naturaleza animal para pasar a la vida…

Patricia García, de Viedma, Argentina

Los pasadizos secretos del azar

Todo aconteció en ese instante en el cual lo que nos sucede parece rasgar el aire, en el que las palabras parecen no habernos encontrado todavía, en el que la vivencia de lo ominoso que le seguirá necesitará aun del tiempo para expresarse. Sólo perplejidad. Ocurrió casi inmediatamente después de abrirle la puerta a Ricardo. Yo comenzaba por ese entonces mi práctica como analista. Al pacientito anterior que había atendido, Martín, lo había visto jugar distraídamente con las clavijas de mi sillón mientras estábamos enfrascados en un acalorado truco. Obviamente verás que no quise darle al hecho demasiada importancia, era un niño demasiado habituado a que todo lo que él hacia mereciera una sanción. Ricardo, de quién te quiero contar lo que me pasó esa tarde, era un hombre que parecía salir de una demorada adolescencia, vestía con cuidada elegancia, era agradable. Hacía meses había comenzado sus entrevistas. Buscaba una solución a sus infortunados encuentros con hombres, a los cuales no conseguía enamorar pese a sus desvelos. Había dolor en su relato, su búsqueda del amor tomaba la forma de un destino de irremediable soledad que se le hacía insoportable. En su decir, sesión por sesión, repetía la historia de sus fracasos, de los abandonos de los cuales era objeto. No voy a ahondar, por la brevedad del relato, en los detalles de la constelación familiar, pero el dolor por el rechazo materno parecía repetirse con cada renovado dolor. Te cuento lo que sucedió ése día: le abro la puerta, él se dirige al diván, yo a mi sillón, como siempre. Me siento, satisfecha, pero al instante siguiente el respaldo de mi sillón sede, y yo me caigo para atrás, las piernas para arriba, con un radical plaf que hizo mi cabeza al estrellarse contra el piso. Entonces el se incorporó y fue tanta su preocupación cuando acudió a mí, tanta su solicitud, su deseo de saber si me había hecho daño… Luego trató de poner en su sitio las clavijas para enganchar el respaldo. Yo no se si a él le causó tanto bochorno como a mi semejante mostración: me veía frente a él, doblada en dos, las piernas levantadas en una posición ridícula: la cabeza de medusa había acudido sin siquiera llamar a la puerta. Estaba allí, en todo su horror, ¿quién la habría convocado? Nada recuerdo de lo que luego dije o dijo, traté que todo volviera a su normalidad. Ése día parecía imperar el silencio… Pero su solicitud amorosamente materna, el horror y el niño que había quedado detrás de la escena, ingresaron por la puerta de la transferencia…

Lala Altschuler, de Buenos Aires, Argentina

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