Convocatoria 12º Aniversario de Viví Libros – Primera Parte

¡Así fue nuestro festejo de los 12 años de trabajo y lo compartimos con todos ustedes!

La propuesta: Cuántas veces al salir de su sesión usted pensó: “¡Esto que me pasó se lo tengo que contar a alguien!”. Acá está la oportunidad… Les proponemos que nos cuenten alguna situación, anécdota, fábula o minificción de diván. Puede ser desde el lado del analista, del paciente, del vecino que cruzaron en el ascensor, del perro, desde donde gusten… ¡Seguro que a un simple golpe de vista, ya se les está ocurriendo alguna!

Microrrelatos de diván, a modo de ejemplo les compartimos uno:

Una mañana soleada de domingo, el teléfono sonó temprano. Rinnng. Rinnnng. «¡Hola!» Al atender oigo su voz. Mi analista feliz, verborrágica, jocosa como nunca que me pregunta: «¿Vos qué vas a llevar para el asado?». Por un instante me descoloqué, si bien no soy vegetariana, no tenía ninguna propuesta de asado en vista. Con asombro le explico que está equivocada, que no vamos a un asado juntas (aunque a esta altura ya estaba buscando el chimichurri). Un rotundo silencio suspendió los segundos, seguido por un contundente ¡¡tuuuu!! Cortó el teléfono sin decir una palabra. A la sesión siguiente tampoco dijo nada, sólo se la notaba pálida, apabullada. Había perdido aquella alegría de domingo soleado. Finalmente, el diván me llevó por otros rumbos.

Viviana Rosenzwit, de Buenos Aires, Argentina

Los ganadores fueron:

Finalistas (por orden alfabético):

Mayte Martín, de Las Palmas de Gran Canaria, España
Trudy Ostfeld de Bendayán, de Caracas, Venezuela
Susana Szwarc, de Buenos Aires, Argentina

Mención especial (por orden alfabético):

Analista depilada (seudónimo), de Buenos Aires, Argentina
Mario Capasso, de Buenos Aires, Argentina
Rosana Di Nardo, de Puerto Madryn, Argentina
Pablo Melicchio, de Buenos Aires, Argentina

¡Nuestras felicitaciones y aplausos!!

Ahora les trascribimos en tres partes el concurso porque fue muy productivo:

Cómo saber si el analista es novato: contar un sueño, si la interpretación llega en la sesión siguiente es porque fue a supervisar y volvió.

Jordi Páined, de Barcelona, España

Suelo ir desde hace años a la misma depiladora. Allí me depilo todo lo que las mujeres habitualmente nos depilamos (pierna, entrepierna, y demás etcéteras). Al ritmo de la depilación se establece siempre una charla cordial y amena (tal vez para disimular el dolor que causa el tirón de la cera sobre la piel!! respire profundo… ayyyy!!!). El tema fue que en una de esas charlas, una de las chicas que me solía depilar, enterada de mi profesión, me pidió si podía realizar una consulta. Eso me produjo un grave intríngulis, ¿cómo mirar seriamente a alguien que me conocía tan íntimamente? Por supuesto que la derivé ante las carcajadas de la colega que escuchó los motivos por los cuales había decidido no atenderla… Y sigue siendo tal mi vergüenza que firmo con seudónimo este relato!!!

Analista depilada, de Buenos Aires, Argentina

Apoyo escolar
(Dispensario municipal)

La gente para ser atendida tiene que ir a eso de las 5 de la mañana, para que le den uno de los poquísimos números (en comparación a la cantidad de demanda) que se entregan por día. Después se tienen que quedar a esperar a que el servicio empiece a atender, a las 8.
Llegan dos muchachos, entran juntos.

-Hola, venimos por el psicotécnico.
– ¿? Mnno, me parece que tienen información equivocada, acá no tomamos psicotécnicos.
– NO, ya sabemos. Es que vamos a presentarnos para entrar en la Policía Federal.
– Está bien, pero acá no se toman los psicotécnicos para el ingreso a la PF.
-No, lo tenemos que dar allá, ya averigüamos.
– ¿Y entonces?
– Venimos a PREPARARNOS, para qué nos diga QUÉ CONTESTAR, así lo damos bien.

Valeria Prohens

Se dice de mí
(Institución psicoanalítica)

– Adelante, mucho gusto.
– Hola, yo soy el marido de L, y vengo a aclarar. (L es paciente de otra analista, no mía)
– A aclarar…?
– Sí, lo que seguramente LE ANDUVO DICIENDO DE MÍ. Es todo mentira, se lo juro.

Valeria Prohens

Nos tapó el agua
(Centro de atención comunitario)

– Buenas tardes
– Hola, licenciada, vengo por el certificado.
– El certificado?
– Sí, si. Un certificado que diga que NO TENGO FOBIA.
– ¿??????????
– Es que soy BUZO, y me lo piden por si me descompenso allá abajo.

Valeria Prohens

“Si he tenido…”. “¿Qué siete nidos?” me interrumpió/ escandió el discurso el lacaniano a ultranza con el que hacía diván por esos años. De ese modo singular, llegamos a la conclusión de que yo deseaba fervientemente quedar embarazada, y los otros nidos vacantes eran los de mis amigas, con las que me juntaba para contarnos las vidas y las costillas, de modo casi religioso, todos los sábados. Y ya lo decía don Jacques, la letra es sangrienta…

Silvina Rodríguez

La hoja de árbol color granate y otoñal que llevé entre mis manos para escudriñarla, no podía ser más sugerente que esas ventanas abiertas al futuro. Sin embargo, ella aunque muy real, me impactó tanto visual como imaginativamente. Mirándola desde el haz, tenía un agujero hacia la derecha lejos de la nervadura; su contorno, para más viveza, descifraba geográficamente la forma de España.
Por esa ventana (por esa “España”), vacía, hueca, sin savia, acromática y volcada al abismo, le circunscribía la sangre hiriente de un orgullo a punto de perecer en otoño.
Pensé, ¡qué certeza tan casual!: una hoja de árbol, con su agujerito, hacia la derecha, con forma de España, encontrada en noviembre, un día de sol norteño….
Pero, ahora que está tan hiriente, tan casi muerta… ¿ no vendría bien la provocación de un alarde fotosintético?, ¿ no sería el momento de las ironías y así dinamitar sus hambres de morir? Pero ella no tenía arrojo, estaba exageradamente lánguida, hojarascada y pudriente: el otoño le exigía su máximo y necesario desprendimiento.
Se me ocurrió ponerla en cuarentena y la acosté entre las “mantas” de un libro. Mullida plácidamente en la página 2011, posiblemente se recuperaría de su atroz y desesperanzado ecologismo.
Pasada la tensión, mucho más allá del otoño, allí en la necesaria primavera, fue cuando la puse nuevamente entre mis manos… ¡Se irguió tímidamente verde, fresca, lozana, ni agujero ni cicatriz, ni pudriente ni hojarascada! La hoja, ¡ésa hoja, con su pasado agujeroso en forma de España, estaba a punto de reconocerse!
Comprendí entonces que, en muchas ocasiones los ímpetus positivos de alguien, amenazan las previsiones mortíferas, obligando a vivir.

Mª Elena Arenaz Erburu, Pamplona, España

Camino por la avenida Santa Fe, el día es cálido, el sol hace que mis ojos se achinen. ¿La hora? Serían las cuatro menos diez. Soy una persona puntual, así que no llegó tarde, nunca, llego tarde a mi sesión semanal. Y hacia allá me dirigía. Llego a la esquina de Azcuénaga, veo la gente comiendo hamburguesas, y doblo rumbo al encuentro del diván. Hoy tengo mucho para hablar, a diferencia de la semana pasada, hoy sí que vengo cargado. Pero. Siempre nace esta palabra cuando todo parece deslizarse con fluidez. Pero. Pero al llegar a Arenales veo la figura de mi analista de pie en la esquina. El aguarda el semáforo que le de paso y así cruzar, imagino yo, rumbo a su consultorio. Es decir, rumbo a mi encuentro. Ya que los minutos se suceden y la hora de esa cita ya es inminente. Mi analista, este analista es de esos que te tratan siempre de usted, a pesar de los meses, ese usted, esa distancia siempre se mantiene. Entonces, no sé que hacer. Digo, yo no sé qué hacer. Avanzo y estoy hombro con hombro junto a él. Y no sé si cabe saludarlo. Ahora somos solo dos hombres. Iguales. Parecidos. Humanos. ¡Humanos! Mi analista es ¿humano? Él también anda por la calle, espera que lo rojo de paso a lo verde. Sí, el también. Y lo saludo. Un simple: Hola. Y entonces me mira, veo su sorpresa, y sonrío. ¿Qué tal?, me dice. Ya arrancó la sesión, ya debo contar lo que tengo para contar ¿ya? Verde, el semáforo cambia, cruzamos en silencio. Andamos paso a paso los pasos que nos separan de la entrada del edificio que contiene aquel diván. Llegamos, en silencio, él abre la puerta, entramos al palier. Llamo al ascensor. Llega, y el ascensor es tan pequeño que estamos uno junto al otro muy cerca, en silencio. El viaje es breve, cuarto piso. Mi analista abre la puerta del ascensor, sale del ascensor, abre la puerta del consultorio, yo en silencio cierro la puerta del ascensor, cierro la puerta del consultorio, oigo Pase. Y paso, y me sumerjo en el diván y ya no puedo dejar de contar lo que tenía que contar. Él me escucha, en silencio.

Bartleby, de Buenos Aires, Argentina

Hace unos años, yo atendía en un consultorio cuya puerta daba a la calle. Un paciente psicótico tenía la costumbre de llegar antes y caminar de una esquina a la otra hasta que llegara la hora de su consulta. Pero este recorrido lo hacía con el siguiente detalle: cada vez que pasaba por delante le daba un puñetazo a mi puerta provocando que el paciente que estaba dentro saltara tres metros por lo menos de la silla…

Analista a los saltos, de Buenos Aires, Argentina

Hace unos años trabajaba en un hospital del conurbano muy, muy carenciado. A veces no tenía lugar donde atender y lo hacía en el pasillo. Un día me otorgan un consultorio y al entrar veo que las sillas tenían unos almohadones primorosos! Me puse refeliz! Pensé: «Algunas cosas puede que cambien al fin». Estaba atendiendo una paciente que lloraba amargamente, cuando sin pedir permiso entra una enfermera y me dice: «Dra. me tengo que llevar las sillas porque son del Dr. Fulanito!!!» y sin mediar ningún tipo de pedido SE LLEVO LAS SILLAS Y NOS DEJÓ PARADAS EN MEDIO DEL CONSULTORIO…

Analista parada, de Buenos Aires, Argentina

Durante la sesión una paciente le comenta a su analista un sueño que se repite y la asombra: muchos gatos corretean y uno de estos la mira fijo. ¿Restos diurnos? – le pregunta la analista. Ninguno, no tengo gatos en casa – contesta la paciente – ni soy narcisista. La analista le devuelve entonces su interpretación en medio de la desconfiada insistencia de la paciente: doctora, hay algo de esta escena que acaso suceda en lo real.
Tres meses después la paciente es internada de urgencia. Y al reponerse de la cirugía, mira hacia un viejo ventanal de la habitación asignada en el sanatorio: muchos gatos corretean. Se trata de uno de los jardines interiores en los que conviven habitualmente los felinos. Uno de estos se detiene y la mira fijo.
Cuando la analista es informada por la paciente del suceso no pronuncia palabra. Para bienestar de la paciente las sesiones continuaron; la paciente no volvió a ser sometida a ninguna cirugía. Claro que la escena de los gatos la introdujo en los enigmas del psicoanálisis, que todavía existen, y en aquello tan azaroso de la vida como presente y futuro.

Paula Winkler, de Buenos Aires, Argentina

Vivía en Recoleta, casada con un empresario, nunca tuvo más de cinco pacientes. Eso sí, viajaba tres veces al año a París para analizarse. Cuando volvía, su principal intervención era «¡Oh la la!».

Miriam Cornejo Linares, de Santa Fé, Argentina

Teoría sexual infantil noventista: a los analistas los traen de París.

Julio Padolsky, de Córdoba, Argentina

Era una analista (no… una psicóloga a esa altura) novel, y estaba atendiendo a mi primera paciente (con lo cual el «furor curandis» estaba a full en ese momento). Resulta que me llama el marido desesperado y me dice: «X se fue de casa y no sé a dónde!». Como a las dos horas me llama X llorando y me da una dirección en una localidad cercana (yo trabajo en la provincia de Buenos Aires) para que la fuera a ver. Por supuesto que voy. Era un lugar raro, medio oscuro, con un recepcionista hombre que me miró en forma curiosa cuando pregunté por ella. Sin embargo me indicó la habitación donde estaba X, a la cual llegué atravesando un jardín… Al entrar me di cuenta donde estaba: ERA UN HOTEL ALOJAMIENTO!!

Analista sorprendida, de Buenos Aires, Argentina

Arturo, uno de mis primeros pacientes, viene a terapia sintiéndose una víctima tanto de su madre como de su esposa a las que califica de brujas.
Extrañamente, desde la primera sesión, aparece una imagen en mi mente: un velero zurcando los mares. Una imagen que me resulta totalmente ajena.
Cuando, en la tercera sesión, recurre la misma imagen en mi mente, decido hablar de ello con el paciente. Arturo queda petrificado y luego y vocifera «¡ese es mi sueño!, !ese es mi sueño!» Quiero largarme con un velero y recorrer el mundo». Pero, ¿cómo lo sabe? Nunca he hablado de esto con nadie?» Después una larga pausa,. Arturo se levanta, me paga la sesión y
manifiesta que no vuelve: «¿No se le dije? Todas las mujeres son unas brujas». No volví a verlo y aprendí a no devolver todo lo que viene a mi mente.

Trudy Ostfeld de Bendayán, de Caracas, Venezuela

No había tenido una buena mañana, mi hijo reprobó su último año de colegio y mis pacientes escaseaban, estaba pensando en cerrar la consulta, las historias ajenas no alimentan a un analista.
La secretaria me avisó que una nueva paciente esperaba. La hice pasar y se sentó en el estropeado diván, sin percatarse que mi mente parloteaba con el estado de mis cuentas bancarias. ¿Cuénteme, qué la trae por aquí?. Sacó un pequeño papel del bolsillo de su abrigo, lo abrió con cuidado, rozándolo apenas con sus dedos, y comenzó a leer en voz alta:
“Dicen que al morir el cuerpo pierde entre 11 y 21 gramos, ayer esos gramos estaban presentes en tu cama y cuando bebiste el café por la mañana. Lloro tu muerte como los elefantes, en el sitio donde yacen tus huesos. Algunos salmones migran entre agua dulce y agua salada, regresan al río donde nacieron para morir, ¿por qué no estás en mi vientre?”.

Verónica Baeza Yates, Santiago de Chile, Chile

Un analizante varón se estaba quejando muy enojado de la actitud de la exnovia de un amigo del grupo de sus amigos. Opinaba que esa muchacha obraba muy mal al haberse puesto en pareja con otro integrante de ese grupo de amigos. Su enojo llegaba al punto de considerarla una prostituta. Todo su enojo se concentraba en esa joven, y llamativamente no había ninguna mención hacia el nuevo novio. Ante mi pregunta al respecto, dice que son las minas las provocadoras y responsables. Y los hombres… son todos iguales?­ pregunto.
En ese momento, mi gata Lara, que solía pasearse libremente por el consultorio y cada tanto subirse al diván, e incluso ronronearme al cuerpo de algún analizante -supongo que su avanzada edad le otorgaba ese privilegio­ hizo exactamente eso. Se subió encima del pecho de mi analizante, y muy instalada ella, al no percibir ningún rechazo, comenzó a ronronearle.
Entonces, el analizante dijo: «Es hembra, no?… con todos hace lo mismo?»
No, digo. Sólo con algunos.

Patricia Ramos, de Buenos Aires, Argentina

Se acercaba el verano, me ganaba el cansancio del año de trabajo pero aún así, intentaba redoblar mi esfuerzo en la escucha analítica. Llega a su sesión semanal un joven paciente, comienza hablando de sus planes para salir por primera vez de veraneo con su novia. Que les gustaría ir a la playa, que podría ser la playa de las Catedrales en Ribadeo o mejor Bolonia que es más tranquilo… de golpe, sin darme cuenta, me encuentro interviniendo: “¿Ibiza está muy caro este año? y los pasajes? Porque ahora hay planes con descuentos muy interesantes…”. La conversación resultó muy amena, el paciente me informó de todos los detalles y yo me hice un panorama de cómo serían MIS vacaciones. Dí por finalizada la sesión. A la semana siguiente regresa puntual como siempre, pero lo noto alterado. Su primera frase fue: “¡Ya sé por qué me hizo tantas preguntas la vez pasada! Primero no me di cuenta, pero en el transcurrir de los días entendí que usted me interpretaba que no debo buscar lugares baratos para ir con mi novia, que eso sería menospreciar la relación. Y ya es hora de hacer un giro en el vínculo, usted tiene mucha razón!”. Silencio. Cuestiones de la transferencia analítica.

Miguel Salas, de Madrid, España

Parece mentira que nadie entienda mi drama. Espero que al menos me entiendas tú, no es nada fácil cuidarlas, dejar que crezcan sanas… hay quienes dicen que las mimo en exceso, que estoy obsesionada con ellas, que si les presto demasiada atención, que si las visto con colores muy fuertes… les explico que los colores hacen que duren más, por tanto les dan vida. Dicen que exagero al cuidarlas del frío, que las mantenga frescas en verano y las airee desnudas para que se oxigenen y cojan su color natural. Aseguran que dramatizo, no comprenden que se me salten las lágrimas, y que sea capaz de encerrarme en casa y no quiera salir. Critican que no repare en gastos cuando se trate de ellas, que gaste todo cuanto considere necesario para que sigan creciendo y adquieran por sí mismas consistencia, dureza, elasticidad. Dicen que entorpecen mi vida, que impiden que trabaje con diligencia, no se creen que pueda hacer lo mismo que el resto de los mortales y que me incapaciten para vivir… Tampoco entienden que si no puedo vivir sin ellas no busque alternativas, porque las hay. Existen métodos que están probados científicamente, pero yo prefiero lo natural. En serio no comprendo por qué no pueden ponerse en mi lugar y entender que sufra si una se rompe. Por eso siempre llevo limas encima, porque una nunca sabe en qué momento puede romperse una uña.

Mayte Martín, de Las Palmas de Gran Canaria, España

Hago la aclaración que no soy psicoanalista, no soy psicólogo, ni estudio para ello. Es más, si hay algo sobre la psicología, el psicoanálisis o sus derivados que tenga que mencionar… es que no confío mucho en ello.
Pero la propuesta de Viví Libros es más que oportuna para contarles una vivencia personal.
He leído muchísimos libros de la materia en los últimos años, con comentarios de profesionales, anécdotas de pacientes, de diferentes países, pero no me termina de convencer más allá de que escucho y me comentan los buenísimos resultados que logra gente que definitivamente se pone en manos de profesionales, de muy buenos profesionales y salen adelante en sus vidas.
Paradójico resulta entonces, confesarles que desde hace años… también estoy en pareja con una psicóloga!!! Ciertamente, sí.

Norberto Racso, de Buenos Aires, Argentina

Había llegado antes a sesión preocupada. Casi sin saludar me tiré al diván. Una palabra me perseguía: mariposa. Decía que si se busca en las alas de la mariposa un número y se juega a la lotería, se gana. Silencio.
Decía que la palabra mariposa es cursi, ¿cómo usarla en algún texto? Decía que la mariposa siempre tiene algo de siniestro. Silencio.
Decía Mari y ella ¿qué?
Mari posa en la ventana, me da la mano y volamos las dos.

Susana Szwarc, de Buenos Aires, Argentina

Escribo brevemente una anécdota que me ocurrió hace unos años. Tuve que armar un stand de publicaciones en el Hospital de Salud Mental Borda, lamentablemente les cuento a quienes no lo conocen que las condiciones de deterioro son extremas allí. Aquellos que me vieron alguna vez trabajando saben que cuando estoy en esa función no sólo tengo que tener «una oreja» sino diez! porque en general, me habla mucha gente al mismo tiempo, preguntado por bibliografías, autores, instituciones y hasta dónde para el colectivo! jajaja (es una broma).
En un momento se me acerca un hombre (que después un enfermero me explicó en sus palabras que era un «loco») y me pregunta muy respetuoso si se podía leer los libros que estaban expuestos. Por supuesto que acentí, y entonces él ubica las dos palmas de sus manos sobre cada tapa que le interesaba, se concentraba mucho y decía: «Ya está». Así con varios libros hizo lo mismo y se retiró. Esta situación se repitió durante los dos días varias veces y se ve que como yo lo trataba bien, de manera cordial, él me esperó el segundo día de la jornada para venir a «leer mis libros», incluso los seleccionaba. Me decía feliz: «Ah, este ya lo leí ayer». Al final del día me preguntó cuándo iba a haber otras jornadas para «seguir leyendo».
¿Leía a través de sus manos? ¿? quién sabe…?

Viviana Rosenzwit, de Buenos Aires, Argentina

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